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Photo by: Don France ©
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Kodo, a ritmo de corazón

La Vida me ha enseñado a querer a la gente y disfrutarla cuando la tenés al lado. Dichosos son los días en que te encontrás con tu amigo, con tu amiga. Después, cuando no le podás ver todos los días, ni todas las semanas, ni siquiera una vez por mes, esos días serán tesoros. Pero esto no es motivo de tristeza ni nostalgia. Para mí, es motivo para disfrutar el presente, vivirlo, valorarlo conscientemente, con la persona amada que está a tu lado.

A Tsun-Hui, amiga taiwanesa, la había conocido en una celebración del Año Nuevo chino para estudiantes de japonés de la Japan Society de Nueva York, cuando se iniciaba el Año del Caballo. Habían pasado también el de la Oveja y del Mono. Ya íbamos por el Año del Gallo y cada vez éramos mejores amigos. Pero se avecinaba el momento de despedirnos. Se iba a vencer su período de trabajo en Nueva York para su empresa taiwanesa y ésta la repatriaría. Ella, sin embargo, no quería regresar a Taiwán. Le atraía la idea de vivir en el Japón: en Asia, más cerca de Taiwán obviamente, pero en otra cultura, con otra lengua, varios dialectos, otras culinarias y, sospechaba, chicos japoneses. Había aprobado ya el examen de lengua japonesa más alto reconocido internacionalmente y tenía buenas posibilidades de emplearse con alguna empresa de la tierra del sol naciente.Entonces, yo valoraba las ocasiones de compartir con ella aún más de lo usual. Un viernes de marzo la invité a escuchar una presentación de percusión tradicional japonesa, taiko, en la Brooklyn Academy of Music. El grupo se llamaba Kodo, el espectáculo se titulaba Dadan.

Como de costumbre, nos encontramos en el vestíbulo de la Casa de la Ópera, nos abrazamos y entramos conversando para ponernos al día. Había tenido una entrevista con una empresa japonesa por Skype. Y a fin de mes viajaría a Tokio para entrevistarse con dos empresas más. Mientras me lo contaba, yo la miraba con cariño y buenos deseos y sin apegos. Habíamos sabido cultivar una amistad muy libre.

Entonces las luces se apagaron gradualmente, ingresaron con pasos silenciosos y precisos los percusionistas y empezó a sonar la percusión. Kokoro significa corazón. Un significado de Kodo (鼓童) es el ritmo del corazón al latir. El director, Bando-sensei, explicaba en el folleto del programa que el ritmo es la misma fuente de vida del ser humano: lo llevamos en nuestro centro vital, el corazón, que es ritmo. Me pareció genial el concepto. Por dos horas, mi corazón latió al ritmo de la percusión.

Este espectáculo mezclaba la percusión y los movimientos precisos y controlados de artes marciales de los músicos con elementos de coreografía de danza moderna. Además tenía momentos juguetones de imitación, con los instrumentos tradicionales y las voces, de sonidos contemporáneos como los de música eléctronica y de disk jockey. Demasiado chiva.

Después del concierto yo estaba tan sonriente y tarareando los ritmos que Tsun-Hui me preguntó si quería practicar taiko. “Claro, me encantaría”, dije. Ella lo había practicado, aunque de forma introductoria, y me dijo que si yo empezaba, me regalaría sus bachi (桴 baquetas) pues ella no se las llevaría. Le agradecí pero en vez de pensar en la despedida renové el voto de disfrutar el momento presente. Carpe nocte. La invité a tomar una cerveza.


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