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fabian soberon
Photo by: Phil Roeder ©

Kierkegaard

Sale, tambaleante, de su casa. Cruza el tímido jardín y se interna en la vereda. Cojo, excesivamente delgado, con una notoria joroba, camina por la calle hecha de nieve y barro. En la ciudad es conocido como el bon vivant de la noche y del teatro. En su interior, es el soberbio y sufriente Soren. Para Regina Olsen, el hombre que le ha prometido la eternidad.

Suele disfrutar de las veladas frívolas y luego se interna, solo, en una taberna. Busca la espesura del vino y el calor irredento de una comida, acaso como la forma imposible de combatir su fealdad.

Los vecinos hablan de él. Los niños se ríen cuando lo ven caminar. Le dicen el jorobado de la libreta azul. Él, en cambio, lleva su cuaderno para anotar las ideas en contra de Hegel. Nadie sabe que él es el autor de ese libro anónimo que ha producido el escándalo en Copenhague.

En la noche anterior ha hablado con Regina y le ha expresado el deseo de alejarse de ella. Han discutido. Ella ha llorado, enfática. Pero la pena con nombre no detiene a Soren.

Pasa por la vereda de una plaza. Dos niños juegan con bolas negras y blancas de nieve y lodo. Uno de ellos lo descubre y lo insulta. Se ríe sin tapujos y Soren lo mira, de reojo, y no le contesta. El otro niño le lanza una bola y ese amasijo alcanza a rozar su suave capa verde.

Soren llora por dentro. Su dolor es insuperable y eterno, dirá más adelante. Empezó el día en que su padre desafió a Dios. Su padre, el orgulloso granjero de la ciudad, un día desobedeció la palabra del gran señor del mundo. Y desde ese día han muerto, en cadena, su esposa, sus hijos y, pronto, él mismo. Por eso Soren ni siquiera se inmuta ante las burlas repetidas de los desconocidos.

Entra, silencioso, al teatro. No saluda a nadie. No tiene amigos. Se sienta en la roja butaca de terciopelo. Se acomoda. Espera el sabor del instante.


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