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Kelly Martínez-Grandal
Kelly Martínez-Grandal

Kelly Martínez-Grandal: poeta cubana

Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980), es Licenciada en Artes y Magister en Literatura Comparada, ambos títulos otorgados por la Universidad Central de Venezuela, país donde vivió por veinte años. En esta misma institución fue profesora por siete años, y dictó cursos de literatura e historia del arte. Por más de diez años se ha dedicado también al trabajo editorial.

Sus poemas han sido incluidos en varias antologías: 102 poetas en Jamming (OT Editores, Caracas, 2014), 100 mujeres contra la violencia doméstica (Fundavag Ediciones, Caracas, 2015) y Aquí [Ellas] en Miami (katakana editores, 2018), entre otras, así como en revistas digitales: Literal Magazine, Revue Fracas, Emma Gunst, Nagari Magazine y Suburbano. Ha publicado Medulla Oblongata (CAAW Ediciones, 2017) y Zugunruhe (Katakana Editores, 2020). Actualmente vive y trabaja en Miami.

 

Naces en Cuba y has vivido veinte años en Venezuela, ¿cómo ambos países, con una gran tradición  literaria en Latinoamérica, han influido en tu proceso creativo?

Aunque siempre leí poesía cubana y la enseñé en aulas universitarias, me formé en la tradición de la poesía venezolana. Fue mi llegada a Miami lo que, nuevamente, me puso en contacto con esa tradición de origen. Es curioso, porque creo que, de alguna forma y a partir de la primera mitad del siglo XX, ambas tradiciones se contraponen. Mientras la cubana privilegia la experimentación con el lenguaje sobre la imagen poética, la venezolana hace lo contrario. Los cubanos, para llamar la atención sobre algo, dicen «oye». Los venezolanos dicen «mira». Por supuesto, eso no significa que no haya conciencia de aquello que queda en «segundo plano» ni que una sea mejor que otra, solamente son dos maneras de enfrentar un mismo fenómeno.

Así que, durante mucho tiempo, estuve muy marcada por esa cultura de la imagen. Además, soy hija de fotógrafos y estudié historia del arte. Para mí es importante hacer ver, pero ese reencuentro con la poesía cubana me ha incitado a buscar otra musicalidad, a explorar nuevas posibilidades de la palabra y el sonido. Supongo que ahora trato que ambas cosas se equilibren en mí, de sonar y mostrar.

 

Últimamente se habla de un Renaissance de la literatura hispana en Estados Unidos, con su centro de operaciones precisamente en Miami, Florida. ¿Cómo ubicas la poesía escrita en castellano en los Estados Unidos de América dentro de este Renaissance? ¿Este Renaissance privilegia ciertos géneros sobre otros?

Últimamente he pensado mucho en el papel de la poesía como elemento incómodo: ese pariente en la fiesta que nadie sabe bien dónde sentar a la hora de la cena y que hace comentarios que salen del tono general de la conversación. No creo que escape mucho de esa función en este nuevo boom de la literatura hispana en Estados Unidos en el que, por muchos motivos, sí se privilegia a la narrativa. Pero ubicar…no lo sé. No estoy muy segura de que sea posible ubicar a la poesía que es, más bien, la desubicación por excelencia. ¿Para qué sirve la poesía en castellano escrita en Estados Unidos? Tal vez para lo mismo que ha servido siempre la poesía, se escriba donde se escriba: para dar cuenta de una vida otra o de las palabras detrás de las palabras. Y, aunque no creo en las misiones heroicas de la literatura, también es una manera de decir que existimos; de tomar posición y marcar territorio en un momento histórico en el que la comunidad latina ha sido tan golpeada. Más que hablar de nosotros y nuestros problemas (no todos los poetas lo hacen), creo que su verdadero gesto político, el más trascendente, ha sido validar la belleza y la riqueza de la propia lengua delante de la (pre)dominante, que es el inglés.

 

En las fotos me parezco a Norma Jean

No todos los caminos conducen a Roma,
lo admito.
El mundo se llenó de fronteras, suma y resta para construir,
ni hablar de divisiones y multiplicaciones.

Admito el desierto, mi impaciencia con Dios, macho sordo mirando el fútbol.
A lo mejor si le ofrezco una cerveza.

Admito todo eso y que a veces, en las fotos,
me parezco a Norma Jean.

Pero no me sienta el rubio platinado
ni seré amante de un presidente,
ni de su hermano.

No voy a tomarme un frasco de pastillas antes de cumplir 40.

 

El bosque

Rocas como cuchillos despliegan su espesura,
no piso en falso.
Si me distraigo, pierdo.
La bestia aguza el oído,
olfatea.
La bestia en mí,
mamífera asombrosa.
Si me confundo, pierdo.
Entre todas las lumbres ¿cuál es mi fuego?

 

Cruzo la calle y suena La Lupe

Si finjo
que aquí no pasó un tren con su clave de humo
y algo no quedó aplastado entre los rieles, una gardenia se seca al sol.
No estoy muerta,
aunque deambule por las calles como un espectro.

Dame un poema, amor,
que arrope con su lengua mi entrepierna. Esta ciudad ya no cree en nadie,
a todos nos elimina,
la gente triste no tiene cabida en el progreso.

No tengo cabida, no quiero el show,
la tiranía del mindfulness.
Cruzo la calle y suena La Lupe.

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