Traté de recordar el inicio de mi amistad con Juli mientras bailábamos salsa, bolero y chachachá en Galería, un bar cubano en Manizales. Me refiero al “inicio” en el espacio y el tiempo. El origen o principio se remonta a la dimensión de la afinidad intelectual y afectiva mediada por el agape.
La vi por primera vez mientras exponía un trabajo suyo sobre el amor agápico –la forma del amor que ha sido tema central del filosofar y vivir de Juli– durante una conferencia académica en Manhattan. La presentación me impresionó y luego nos conocimos, pero mi recuerdo de ese encuentro es vago. La siguiente vez coincidimos en Lowell, Massachusetts, para otra conferencia académica. Allí armamos un lindo grupo con Mari, paulista, Alejo, colombiano, Cassiano, paulistano, y más gente latinoamericana.
Disfruté nuestras conversaciones filosóficas pero recuerdo, sobre todo, la noche cuando salimos a bailar salsa en el centro de aquella ciudad decadente y deprimida que sin embargo atraía suficientes inmigrantes latinoamericanos como para tener un bar con noche salsera a media semana. En la pista de baile y al compartir platillos y cervezas con nuestros compas se afianzó nuestra amistad.
La tercera vez coincidimos por pocas horas en Brooklyn. Ella llegaba de Colombia para avanzar en su investigación doctoral con visitas a Pensilvania e Illinois, donde cursaba su posgrado. Yo salía de viaje a Brasil. Durante horas que se nos hicieron muy cortas conversamos de la vida, compartimos ideas, nos animamos mutuamente para nuestras labores y nos despedimos con las ganas de haber compartido más.
Pasaron cuatro años y varios intentos fallidos de reencontrarnos hasta que logré visitar la Universidad de Caldas por una invitación académica gestionada por Alejo y apoyada por Juli. Durante seis días pude compartir con ellos dos y su hija pequeña, Adelaida. Fue entonces que Juli y yo salimos a bailar música cubana e intenté reconstruir los inicios de nuestra amistad.
En el transcurso de aquella misma semana, compartimos más conversaciones filosóficas y personales al almorzar comida vegetariana en Rushi, degustar comida típica del eje cafetero en Casa Grande, compartir sancocho y frijoles verdes en Chipre y pasear por miradores, baños termales, bosques y parques manizaleños.
Una imagen, hacia el final del viaje, me recuerda a Juli como persona agápica. Salimos con Alejo y Adelaida a caminar por el Bosque Popular El Prado en una tarde soleada. Durante un trecho del paseo, Juli llevó a Adelaida de la mano. Por ratos la dejaba que corriera y jugara sola, con la seguridad de poder regresar cuando quisiera. Nos detuvimos un momento a escuchar joropo en vivo. Entonces Juli sostuvo a Adelaida de la mano mientras su hija bailaba con alegría y espontaneidad.
En ese instante dorado, Juli encarnaba el amor agápico. Éste tiene dos impulsos principales: respeta la libertad y dignidad de la persona amada para escoger sus propios fines vitales, sus propios caminos y propósitos; y se esfuerza por nutrir y fortalecer el crecimiento de la persona amada hacia esos fines. Este amor le demostraba Juli a Adelaida.
Y así la recuerdo y atesoro yo, como una verdadera amiga agápica que nutre mi propio espíritu y corazón cada vez que conectamos.
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