Hola, me llamo Juanita. Vivo en la selva peruana, en una de las regiones que conforman el pulmón del mundo. Como muchos de ustedes, hace más de sesenta días estoy confinada en lo que se convirtió en mi hogar cinco años atrás. Cuando cumplí los catorce hui de mi casa, que más bien era una cuna hacinada de penurias y agresividad. Vivía en una covacha de treinta metros juntos a mis padres y mis seis hermanos. No teníamos luz, agua, desagüe, ni alimentos diarios. A esta indeseable pobreza se sumaba otra desgracia: la personalidad de mi padre, si así se le puede llamar. Él era un vagabundo que hurgaba por cachuelos cuando estaba sobrio, sin alcohol y sin droga, ya que cuando no lo estaba dormía o golpeaba a mi madre. Esta sobrevivencia malsana me motivó a escapar y toparme con Mary, mi amiga con la que vivo actualmente. Me encontró llorando en la plaza. Se me acercó para preguntarme qué me pasaba y le desembuché mis desgracias. Ella andaba por lo mismo, pero ya había encontrado una habitación que compartía con una amiga. Desde ese entonces estamos juntas, las tres. Somos como hermanas inseparables, más ahora que la cuarentena nos agarró desprevenidas, sin ahorros, sin apoyo de nuestras familias, sin interés del gobierno. Siendo prostitutas –a eso nos dedicamos para sobrevivir– estamos relegadas de casi todo. Desde niñas hemos venido siendo olvidadas por el amor de los parientes, por la custodia del gobierno como seres humanos que somos. Es cierto que deberíamos estar acostumbradas y que esta reclusión sanitaria no debería sorprendernos. Sin embargo, la pandemia ha agudizado mucho más este dolor punzante, constante y putañero como decimos entre nosotras. Pocos días después de iniciarse la crisis nos hemos quedado en el aire. Comemos cuando podemos y porque nos regalan víveres ciertos organismos privados. Asimismo, no tenemos efectivo para comprar paliativos y curarnos de las enfermedades que padecemos. Yo me alegro mucho cuando veo en los noticieros las subvenciones y, sobre todo, el respeto que reciben otras poblaciones vulnerables. Tan solo quisiera que el estado evalúe replicarlo con nosotras, aunque sea durante esta tragedia. Desde que dejé de ser Juan Nitamarca para convertirme en Juanita, me he habituado al desprecio, al olvido; pero hoy, en plena emergencia, no me puedo dar ese lujo. Necesito sobrevivir. Con mis ingresos de travesti prostituta ayudo a mis hermanos menores y a mi padre con cáncer terminal. Sí, a ese que cacheteaba a mamá, que me gritaba mariquita y al que quizás sí le toque el bono universal y la tolerancia. Por favor, necesito sobrevivir, también soy una ciudadana.
Photo by: Ιωάννης Πρωτονοτάριος ©