Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Juan Carlos Mendez Guedez1
ViceVersa Magazine

Juan Carlos Méndez Guédez: Y recuerda que te espero

Sin importar cuáles han sido sus causas (que todavía esperan un estudio sistemático), el fenómeno de las editoriales independientes en Venezuela se generaliza a una magnitud no vista quizá desde los años noventa del siglo pasado. Una retrospectiva no muy lejana en el tiempo nos muestra proyectos otrora inexistentes en las librerías como Lugar Común (2011-2015), Lector Cómplice (2011), Kalathos (2011), Negro Sobre Blanco (2012), Fundavag (2012), Libros del Fuego (2013), Ígneo (2013), Alhilo (2014) y Barco de Piedra (2014). El nacimiento de Madera Fina, con la publicación de la novela Y recuerda que te espero de Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967), a pocos meses de terminar el 2015 engrosa una lista cuya longitud, a juzgar por la aparición continuada de los antecedentes, resulta difícil limitar.

En una entrevista que le concediera a Violeta Villar Liste, el autor del libro le comentó parte del proyecto que tuvo en mente al momento de escribirlo:

Quiero [pensó para sí] intentar una escritura que nunca he intentado; quiero escribir ya no una novela o un libro de cuentos, sino un libro de viajes como los de Theroux o Leguineche o Javier Reverte o Leight Fermor. ¿El problema» [sic] No soy un viajero incansable, aventurero, alguien que toma notas. Soy un hombre tímido y temeroso que picotea los lugares y busca en ellos honduras, no secuencias largas ni enumeraciones precisas.

Recordé entonces una novela de Carmen Laforet donde el personaje habla de lo fantástico que sería recorrer la ciudad propia como si fuese una ciudad extraña. Comprendí que esa era la clave, que ese era el viaje más profundo que deseaba intentar, así que tomé la ciudad donde nací y la ciudad donde vivo y me inventé un personaje de ficción para que recorriese y descubriese ambas.(1) [subrayado nuestro]

Tal vez se trate de una percepción un tanto arbitraria, pero distinguimos en esta revelación de móviles creativos una oposición entre dos elementos en principio incompatibles. Por un lado, existe en el creador el deseo de realizar un libro de viajes, algo asociado al ejercicio de una escritura representativa de geografías, situaciones y personajes reales por un informante de la misma condición. Por el otro, el interés de producir en el narrador un sentimiento de novedad frente a las ciudades a transitar se le convierte en un reto estético y encuentra la salida en la ficcionalización de un protagonista del que se espera el cumplimiento cabal de este objetivo. Lo expuesto líneas arriba nos autoriza a realizarnos la siguiente pregunta: ¿cuál es la naturaleza del texto que el lector tiene en sus manos cuando se afirma que es un representante de la literatura de viaje y al mismo tiempo el testigo de esas peripecias narradas es irreal?

En el caso que nos compete, es posible clasificar el libro como literatura de viaje siempre y cuando se tomen en cuenta dos cosas. La primera es que no lo nombramos en el sentido tradicional del término (constituido por lo general, ya se ha dicho, de un registro auténtico elaborado por un personaje empíricamente constatable). La segunda radica en que esta categoría es posible gracias al empleo de los géneros históricamente heredados para elaborar la ficción.

Por tales motivos, nuestra lectura nos lleva a considerar que Y recuerda que te espero es, muy a pesar de las palabras de Méndez Guédez, una novela camuflada como libro de viajes. No se perciban estas palabras como mera ludografía, pues pretendemos señalar un principio rector en toda la obra, a saber: el marcado carácter ficticio en la construcción de su historia si bien la descripción de algunos acontecimientos sociopolíticos de los países visitados por el personaje tengan una correspondencia notoria con los verdaderos. Yuri Tinianov decía que cuando la vida entraba en la literatura, esta se transformaba en literatura y como tal debía tratarse. Al incluirse la figura de Fermín Bolívar Coronado como voz privilegiada en el conocimiento de la trama, la conexión entre la posible experiencia del autor de carne y hueso y la prosa desarrollada de forma literaria por él pierde carácter vinculante. Ambas han venido a formar parte de un mundo que está más allá del bien y del mal.

Las señales se encuentran desde el llamado “prólogo prescindible como todos los prólogos”, el cual (para acentuar la ironía del título) es el apartado más indispensable de toda la obra, pues nos da la verdadera dimensión de las siguientes páginas. Su inclusión por parte de Méndez Guédez como explicación extraliteraria al contenido posterior estuvo destinada a crear en el lector la sensación de estar ante un “evento verídico”, producto de una labor casi sistemática en la recolección de datos y acuciosa en su elaboración. Sin embargo, esto forma parte de una estrategia artística de larga data en la cual un narrador afirma bajo su palabra de honor presentar un texto que no le pertenece porque lo ha encontrado, y por tanto ninguno de los acontecimientos contenidos es fruto de su ingenio. A quienes conozcan El Quijote de Miguel de Cervantes o El nombre de la rosa de Umberto Eco, estas palabras preliminares sobre unas ciertas anotaciones de viaje ensambladas con coherencia por el autor no los tomarán desprevenidos.

Mayor interés tiene el desarrollo del protagonista. Ansioso por encontrarse con los lugares en donde le tomaron dos fotos de infancia en los cuales había sido feliz, el discurso del viaje construido por este (y articulado por Méndez Guédez, quien de esta manera y recordando lo expuesto líneas arriba deviene en personaje del libro) se convierte en una plataforma para desarrollar en un plano macro de la novela una mirada de los ambientes visitados, lo cual a largo plazo contribuye a construir una imagen global tanto en su dimensión humana como en la territorial. En otras palabras: a través de estos dos elementos (una figura algo desarraigada y el motivo del viaje) se plantea por medio de la narración una interpretación de ciertos grupos nacionales: cómo son, cuáles diferencias o semejanzas podrían tener en comparación con los valores del visitante, etc.

Como se ve, los dos aspectos señalados en sendos párrafos fueron la solución hallada por el escritor para realizar sus objetivos. Así, en apariencia Bolívar Coronado sería capaz de vivir el efecto de extrañeza, de maravilla o de asombro ante lo que le rodea, y el registro propio del viajero un tanto distanciado les daría (mediación autoral aparte) un aire de realidad, incluso de objetividad al texto, con lo cual se incentiva con deliberación la duda entre si se debe creer o no lo que se lee y hasta qué punto tiene de libros de viaje y no de denuncia político-social.

Eso se nota mucho cuando el personaje debe visitar Venezuela y la imagen de esta será, a pesar de la exposición de ciertos íconos representativos, tan negativa que solo la aparición de este sujeto, más australiano que venezolano, como testigo de todo lo ocurrido es capaz de otorgarle al lector cierta sensación de imparcialidad. Se estaría, a pesar de toda su crudeza y pesimismo, en presencia de la llamada visión del otro.

Pero ahí está el punto: el otro es el mismo. En una primera lectura, Fermín Bolívar Coronado mira una Venezuela que no conoce muy bien y su impresión sería en apariencia el resultado de un observador que registra, no el de un acusador que argumenta. Sin embargo, esta imagen está condicionada por el autor, quien crea todos los elementos para que la vivencia del viajante llegue a ese punto. De manera que lo que se piensa en principio como una “visión del otro” (algo común en el género hasta el día de hoy –desde los diarios de Colón hasta las crónicas de Indias; desde los textos de Gustave Flaubert hasta los de Arturo Uslar Pietri– y donde el conflicto entre las diferencias culturales, su aceptación y rechazo es un fenómeno constante) es en realidad una autoimagen nacional compleja donde se pone sobre la mesa una serie de problemas actuales de vertiente sociopolítica, algo de uso corriente en los últimos años en novelas como La otra isla (2005) de Francisco Suniaga o Blue Label / Etiqueta Azul (2010) y Transilvania unplugged (2011) de Eduardo Sánchez Rugeles, pero con antecedentes en el siglo XIX en artículos de costumbres como “contratiempos de un viajero” (1839) de Juan Manuel Cagigal.

Otros aspectos apoyan nuestra exégesis. La extensión entre los espacios más relevantes dentro de la obra: Venezuela y España –Estados Unidos es apenas un preámbulo; Panamá cumple una función de marco– es dispar (apenas unas treinta páginas frente a más de sesenta en un libro que tiene ciento diez) y ese sentimiento de recorrer la ciudad propia como si fuera extraña se manifiesta por lo general a través de una serie de comentarios explicativos tanto en Barquisimeto como en Caracas que rayan en lo innecesariamente pedagógico, más aún si el libro se dirige a los venezolanos:

“– La reina María Lionza –me advirtió la mujer y la vi persignarse.

Asentí. Acababa de recordar esa creencia. Una especie de Diana la Cazadora venezolana que vivía en las montañas, rodeada de naturaleza, como una deidad protectora que había salvado a su pueblo de una voraz serpiente que los devoraba cada vez que exigía un sacrificio para no destruirlos (…)” (p. 58).

“- La ciudad ya no es lo que era (…) Pero el bienmesabe de Angelina resiste y resiste. (…)

Estaba delicioso.

En Venezuela llaman bienmesabe a un postre que se prepara con coco, merengue, bizcocho, jerez dulce y canela.” (p. 68)

“Pareció sorprendido cuando le dije que no bebía alcohol pero que deseaba probar los tequeños. Los recordaba vagamente de mi niñez. Unos dedos de harina de trigo rellenos de queso blanco.” (p. 82).

“Me dejó en mi bandeja de correo una lista de sugerencias, advirtiéndome que El Valle de los Caídos era un lugar profundamente ‘pavoso’ donde sugería no me acercase nunca [sic]. Me gustó reencontrar esa palabra y ese concepto tan venezolano (…). Se trata de una palabra que reúne la mala suerte y la fealdad. Lo pavoso es aquel lugar, persona, objeto, presencia, discurso o músico, que en su fealdad pretensiosa e irremediablemente conlleva una carga de mala fortuna” (p.88).

Y es solo la punta del iceberg. En cambio, casi nada se dice cuando en España Bolívar Coronado debe comprar el paparajote o cuando prueba un plato de chiripones a la plancha: pasar por esas calles resulta algo cotidiano. Aquí, entonces, el detalle de las cosas (consecuencia inevitable cuando son distintos a nuestros referentes), ese ver lo mismo con nuevos ojos que planteaba la escritora pero que en realidad había sido postulado muchísimo antes por Marcel Proust en En busca del tiempo perdido se esfuma cuando se está en un territorio habitual, con lo cual el propósito primario del autor se debilita a tal punto de perder consistencia a lo largo de la historia.

Con esto deducimos que el proyecto de una literatura de viajes propuesto por Méndez Guédez en Y recuerda que te espero no está del todo concluso y la sensación de novedad mientras se recorren las ciudades con un ente de papel es ante todo un artificio retórico no muy alejado del registro de la crónica. La verdad sea dicha: no hay en esas impresiones de Fermín Bolívar Coronado nada distinto que un venezolano habituado a su país pudiera percibir de él, menos aún cuando no siempre se distingue cuánto de eso supuestamente nuevo repercute en su visión de mundo. Es en la actitud hacia el acontecimiento, en su filiación o en su fobia donde el viaje permite el contacto entre la mismidad y la otredad.


(1) Violeta Villar Liste “Juan Carlos Méndez Guédez en su viaje más profundo”, en El Impulso, versión en línea en http://elimpulso.com/articulo/juan-carlos-mendez-guedez-en-su-viaje-mas-profundo (visitado el 28 /10/ 2015).

Hey you,
¿nos brindas un café?