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abraham pepe
Photo by: Nano Anderson ©

Juan anda por el río

Juan murió durante la pandemia y en el tiempo donde la mayoría teníamos la memoria encerrada. No se despidió, él era así. Se aferró a los deseos de andar a pie por todo Manhattan y se fue caminando por la orilla de la isla.

Un bodeguero dominicano que barría la entrada de su negocio lo vio pasar por el otro lado de la calle.

Dicen que lo mató el virus. Fue repentinamente, un día con malestar, al otro recayó entre los miles de casos. La noticia de su muerte llegó por las redes sociales. Vi su foto en una campaña organizada para recaudar fondos y cubrir los gastos funerarios. Entonces un hoyo se formó en mi pecho.

Afuera del Hospital Mount Sinai dos enfermeras lo vieron pasar. Una de ellas, filipina, encendió un cigarro, el fuego alumbró un rostro marcado por el agotamiento.

Conviví con él entre el 2001 y el 2003, trabajábamos en el mismo restaurante. Juan siempre estaba de buen humor, ocupado y era rápido para todo. Mientras trabajaba cantaba las canciones de Lupillo Rivera.

Se nos fue Juan y en New York City muchos gritaron su nombre durante el cambio de guardia de un hospital.

Desde la infancia, dice Fernando Trujillo, éramos amigos. Juan siempre olía a perfume de galán y andaba con la carita limpia y el cabello rizado. Adonde anduviera regularmente había chicas que le hacían la plática. Le decíamos el “ratón” porque era güerito como el ratón vaquero. Jamás tuve una mala impresión de él. Aquí en New York nos encontramos en el 2001 cuando yo estaba buscando trabajo y caí en el bajo mundo de Dallas BBQ. En cuanto me vio me abrazó y me preguntó que si tenía con qué trabajar. Le dije que no sabía nada. Entonces me llevó a comprar unos tenis Reebok, luego tomamos el tren hacia la Roosevelt Ave., en Queens, adonde encontraría mi pasaporte al American Dream. Nunca se me olvidó aquel gesto de Juan, lo que hizo por mí. Nos veíamos con frecuencia porque él trabajaba en un restaurante muy cerca de mi casa en Washington Heights. Después él se dedicó a su propio negocio y aunque nos frecuentábamos menos, las veces que nos encontrábamos en algún lugar o fiesta, éramos los mismos buenos amigos.

Yo lo vi pasar por Columbus Circle. Ahora se me viene a la mente cuando nos tomábamos una cerveza bien fría y platicábamos de anécdotas. Espero que dios lo tenga en su gloria, Juan era un hombre optimista y luchón.

Por Inwood también pasó. Me dijo Félix Abarca que él estaba haciendo sus compras y lo vio por los vidrios del supermercado.

Toda la banda de Quecholac, Puebla lo lloramos. Juan deja su alegría, su hermandad y las ganas de trabajar mucho para que cuando esto acabe nos recuperemos. Uno a veces quiere salir a buscarlo. Yo creo que por ahí sigue nada más que anda de un lado para otro y es difícil encontrarse con él.

Moyses Ballinas lo vio en el subway, en la estación West 4. Juan ya está en muchos lados. Juan es un día de la semana, es el trabajo. Tenemos grupos donde nos turnarnos para seguir siendo Juan hasta el final. Ya organizamos un escuadrón de guardias que anda esperándolo en la orilla del río. Un día veremos a Juan por ahí. Estoy seguro que pasara por debajo de los puentes, que tomara los buses o un taxi y seguirá hasta llegar a una punta para darse la vuelta y continuar.

Juan pasó por Crown Heights. Valente Arana estaba en la sala de su departamento jugando con Detective Bolita, dice que vio a Juan por la ventana. No me dio tiempo de nada. Lo vi pero dudé, la verdad no creí que fuera él. ¿Pero si era? Sí, era Juan. Se siguió a Bayridge para ver al tío de Marco Tlatelpa que seguía internado en un hospital.

En el estacionamiento del hospital uno de los conserjes hablaba por celular. Llorando le decía a su esposa que la amaba y pidió que le dijera a su hija que no llorara por él. Todo está bien. Nos vemos en la noche, bye. Cuando terminó la llamada Juan pasó junto a él.

Los poetas en Queens hicieron lo suyo para llevar a Juan a las luces de Times Square. Se sentaron todos y a varias manos escribieron la poesía para Juan. Si sale de Manhattan, que se nos junte para que él mismo lea estos versos. Pero uno de los poetas, Nico, dice que Juan no ha ido a Queens todavía. Entonces alguien llamó a Eric Moran, que vive en East Elmhurst, para pedirle que estuviera al pendiente por si Juan pasaba por allá. No lo dejes ir, le dices que no se puede ir sin leer esto.

Juan bajó al Lower East Side, allá pasó por el restaurante The Black Ant. Lo vieron Víctor, May y Edil. Dicen que lo saludaron. No lo entretuvieron, nadie les había advertido que los poetas andan buscando a Juan. Pero es que pensamos que sólo iba de pasada.

Christian Muñoz lo vio por el Whole Foods de E Houston St.. Sí, acá andaba. Pero fue bien rápido, en serio ni me di cuenta que era él. Ahora que lo mencionas es que me acuerdo que lo vi, pero en el momento no sabía que él era Juan.

Yo sí hablé con él. Iba por la Quinta Avenida a la altura de la calle East 91 y lo vi. Nos saludamos, le pregunté de dónde venía y me dijo que del hospital Mount Sinai. Le dije que los poetas, los Trujillo y sus amigos lo andaban buscando. Juan sonrió y me dijo que ya sabía pero que no tenía tiempo de verlos a todos. Ya ves como andan las cosas en estos días. No te vayas sin leer tu poesía, Juan. No tengo tiempo, ando por todos los rincones de norte a sur. Diles que por acá me busquen con el sonido del río.

Adiós, Juan


Photo by: Nano Anderson ©

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Angel Ramirez
Angel Ramirez
3 years ago

Muy bonita redacción gracias por publicarla y es cierto una persona nunca muere pues siempre viven sus recuerdos en muchos corazones .Recuerdenlo mucho paisanos que aquí en Quecholac se le recuerda y no le decimos adiós si no hasta pronto y que Dios lo tenga en su santa gloria Q.E.P .

Pedro González Peña
Pedro González Peña
3 years ago

Recuerde que la gente muere cuando nos olvidamos de ellos!!! Seguro Juan seguirá vivo mientras alguien siga leyendo está crónica!!! Abrazo mi querido Abraham Pape!!!

Lupita
Lupita
3 years ago

Que triste, que dios lo tenga en su santa gloria.

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