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José Luis Rénique

José Luis Rénique: el historiador persigue lo humano

Escudriña el pasado para entender el presente. José Luis Rénique historiador, lejos de perderse entre gestas, ideas y pensamientos de protagonistas de un ayer cuyo eco resguardan archivos polvorientos, va y vuelve en un perenne, incansable, viaje de ida y vuelta para buscar en lo que fue, las razones y las raíces de lo que es.

La historia lo conquistó al entrar en la prestigiosa Universidad Católica de Lima gracias a los consejos y apoyos de docentes como Franklin Pease especializado en etnohistoria rural andina, cuyo recuerdo Rénique guarda con admiración intacta y profunda gratitud, y de otros importantes académicos como el famoso etnólogo John Murra. Su pasión y dedicación le permitieron seguir en la Universidad de Columbia donde estudió el doctorado que iba a concluir con una tesis desarrollada en su país, Perú. Cuando volvió a su tierra en los años ’80, para realizar esa tarea, se topó con una realidad muy alejada de la sofisticada refinación teórica requerida por la prestigiosa casa de estudios neoyorquina. El choque con la realidad de esos años lo obligó a cambiar radicalmente perspectiva. Perú estaba viviendo una de las etapas más duras de su vida y Rénique sabía que en la historia podían existir muchas respuestas para las tantas preguntas que imponía un presente que sangraba como herida abierta.

Me di cuenta de que Perú vivía uno de esos sacudones telúricos que se repiten cada muchas décadas y que lo que correspondía era zambullirse en esa realidad para entenderla. Mis primeros cuatro libros, estuvieron dedicados a discernir lo que surgía tras el fenómeno de Sendero Luminoso y cuales eran sus raíces históricas.

 

¿Significa eso que Sendero Luminoso tuvo una justificación histórica?

Sin duda. Sin embargo estaba destinado a la derrota porque, si bien tenía una justificación histórica, al final empezó a moverse en contra de la historia y por su obcecación y escasa flexibilidad ideológica, tuvo que recurrir cada vez más a la violencia. Para mi esos estudios representaron una posibilidad de bucear en algunos temas de la historia de Perú. Los momentos de confrontación no son solamente dolorosos y muy dramáticos sino también una oportunidad para entender cosas que en tiempos normales, entre comillas, no saltan a la vista.

 

¿Como cuáles?

Una de las cosas que me llamaba la atención era ver como mi generación, la de los ’60 en adelante había adherido a una visión del país terriblemente ideologizada. Nos habíamos puesto unos lentes específicos y carecíamos de alternativa. Si nos quitábamos esos lentes éramos incapaces de ver. Hurgar en la historia podía ofrecernos la posibilidad de abrir el lente e incorporar otras variables. Debíamos tomas la distancia necesaria, crear una atalaya intelectual desde la cual mirar el proceso peruano sin tener que desembocar en la violencia como única manera de destrabar los nudos de la corrupción nacional.

Hombre de letras que se zambulle en el placer de la palabra tanto cuando lee documentos antiguos como cuando se deja llevar por la creatividad de la narrativa y la musicalidad de la poesía, José Luis Rénique escribe historia con pasión y sentimiento de novelista. Su último libro: Imaginar la nación. Viajes en busca del verdadero Perú (1881-1932), es prácticamente una síntesis de su propuesta analítica, se ha transformado rápidamente en un bestseller acercando a la historia personas quienes nunca habían transitado los caminos del pasado. En este texto contado con la liviandad del buen escritor, muchos peruanos han encontrado respuestas a sus interrogantes.

 

Infinitas son las preguntas que surgen a raíz de la lectura de este libro y de otro texto, también reciente que se titula, Incendiar la pradera. Un ensayo sobre la revolución en Perú. Pero para tocar solamente algunos puntos me gustaría empezar por el sentido simbólico de la palabra revolución que marcó la vida de Perú y sigue produciendo gran fascinación en personas de todo el mundo.

José Luis Rénique

En el caso de Perú hay que colocar la seducción de la palabra revolución en un preciso contexto histórico. Podríamos decir lo mismo para todos los países de América Latina pero creo que en el Perú ese aspecto está particularmente pronunciado. La idea de la revolución viene de afuera y es producto de otras revoluciones, empieza con la mexicana y continúa con la bolchevique. Tiene que ver con el lenguaje que habían utilizado los radicales del siglo XIX. En el contexto de la internacional comunista y la formación de los partidos comunistas, alcanza un nivel de difusión y aceptación muy grande. Se afinca en los sectores urbanos emergentes con cierta presencia intelectual que sienten que la revolución es parte de un gran salto de modernidad y que inscribe a estos países, que son prácticamente semicolonias, en el mapa del mundo. Por otro lado la noción de revolución propone una relectura de la historia radical. Mucha gente se siente compelida a darle un sustento, un enraizamiento a la idea de la revolución, en el pasado nacional. En el caso específico del Perú, lo encuentran en las luchas indígenas, en el rechazo del colonialismo. En ese marco se coloca la revolución de Tupac Amaru de 1780. Dentro de esa dualidad ocurre una serie de fenómenos alrededor de los cuales la literatura crea un gran fervor.

 

¿Y hasta qué punto la literatura tuvo influencia en la idealización de ese concepto?

Perú, al igual que otras naciones como por ejemplo Venezuela y Colombia, era un país invertebrado prácticamente inventado en el mapa sobre una geografía endiablada. La literatura provee ideas que son fundamentales para reconocer ese territorio nacional que resulta el sustrato de la nueva república. Se termina imaginando que la revolución puede ser un marco político, una manera de enrumbar, de reclutar, de reorganizar la sociedad. La literatura malinforma la política y la política, en el sentido moderno, se funda sobre bases literarias. Termina generándose una definición idiosincrática de revolución con la cual las generaciones siguientes tienen que cargar. Es un peso enorme porque se transforma en la medida con la cual se analiza y juzga cualquier posición. Si no eres revolucionario entonces tu política merece ser llamada reformista y en el peor de los casos traidora, entregada. La revolución nos va privando de un mensaje político gradualista, reformista y usualmente los grandes reformistas como Haya de la Torre en Perú o Betancourt en Venezuela son calificados de traidores porque se han puesto al margen de este constructo literario que es la revolución.

 

¿Se podría decir que el concepto de revolución y la literatura que se ha desarrollado a su alrededor, engendraron también el culto al héroe que tanta influencia ha tenido y tiene sobre la realidad latinoamericana?

En el Perú el sentido del héroe así como funciona para toda América Latina, tiene una característica muy peculiar. Hay países como Venezuela en los cuales se ha recobrado la idea del Libertador como el gran marco ideal de la acción liberadora de la nación moderna. En otros prolifera el culto a los padres fundadores. En el Perú la guerra con Chile ha cambiado el escenario y ha generado una reacción muy particular. La independencia es vista como un hecho casi superficial que no ha cambiado nada. En consecuencia no debe extrañar que la primera revolución que realizó desde el estado el militar Juan Velasco Alvarado haya tomado la figura de Tupac Amaru como referente. El vacío de una referencia que remontara a la Independencia ha generado una necesidad de llenarlo con liderazgos que han mostrado siempre sus limitaciones, desde los héroes populares de la revolución aprista del año ’32 hasta los guerrilleros de los años ’60. En otros países latinoamericanos, y Venezuela es el ejemplo más significativo, ocurrió lo opuesto y el bolivarianismo se ha transformado en una ideología que articula la visión internacional de revolución con la visión nacional y le da un sentido. En Perú terminamos buscando a algunos héroes intelectuales entre los jóvenes revolucionarios de izquierda como José Carlos Mariátegui quien murió joven y vivió con un sentido agónico a lo Unamuno y a pesar de vivir en un país controlado por la oligarquía con una clase obrera muy pequeña, no abandona la lucha. La historia revolucionaria del Perú está muy marcada por el apetito del líder, del “caudillo cultural” como decía Enrique Krauze en México. En Perú la búsqueda de esas referencias pesa tan fuertemente que termina distorsionando la realidad y dándole cabida nuevamente a lo literario, y por literario entiendo la necesidad de ficcionalizar allí donde tu capacidad de análisis real no puede penetrar, bien sea por la distancia o por la falta de instrumentos conceptuales.

 

¿Hasta qué punto consideras importante el aporte de la literatura y en tu caso de los textos de historia para sanar heridas tan profundas como las que dejó Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Sendero Luminoso en Perú, entre otros?

Hoy día están en boga los estudios de memoria que tienen una relación muy directa con el tema de la reconciliación. Nosotros los historiadores trabajamos con una perspectiva mucho más amplia y cuando imaginamos reconciliación pensamos en procesos en el mediano plazo. Creo que tanto mi libro como otros similares deberían filtrarse en los textos escolares e ir plantando ideas como por ejemplo la del reduccionismo de todo radicalismo. Si lográramos pasar a los jóvenes el mensaje que este es un país enorme y complejo, que las visiones de nosotros mismos han sido intermediadas por la ficción porque no teníamos otra manera de hacerlo pero que hoy en día la modernidad nos permite un ejercicio distinto, estaríamos dando una contribución importante. Tenemos una acumulación historiográfica de 20 años que todavía no ha llegado a los textos escolares.

 

Pronto saldrá la segunda edición de tu libro: La batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos. Mucho se habla aún hoy de la gran diferencia entre la ciudad y el campo, de las eternas e irresueltas asimetrías regionales y de las diferencias sociales. ¿Son males endémicos e imposibles de resolver?

Acabo de recibir el prólogo que escribió Alberto Vergara, politólogo estupendo, para la segunda edición de mi libro. Al leerlo me alegró notar que vincula mi texto y lo que descubre sobre la dinámica regional, con las apreciaciones tan gruesas, tan historicistas, que no entienden los enormes esfuerzos de los locales, en este caso de la región Puno, al límite con Bolivia, para vincularse con la República. Prefieren refugiarse en las ideas y visiones de sociedades atrasadas paralizadas en la época de la colonia. Ellos remontan la marginación a procesos seculares y yo creo que los historiadores de mi generación hemos logrado abrir las regiones y mostrar como el problema no reside en el concepto de regiones marginales y centro sino en una constante frustración de las regiones frente a los intentos de encontrar un engarce con ese centro, que les signifique la defensa de su dignidad, de sus derechos, pretensiones y sueños.

 

Hace muy poco tiempo se han realizado en Perú unas elecciones presidenciales sumamente reñidas. Tras el malestar que quedó a raíz de la eliminación de la candidatura de Julio Guzmán (Todos por Perú), quien estaba subiendo fuertemente en las encuestas, el país se dividió entre Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynki.

Finalmente el recuerdo de los desmanes del fujimorismo compactó a personas de todas las tendencias alrededor de Kuczynki quien logró la victoria por apenas un puñado de votos.

Sabemos que José Luis Rénique, analiza con igual agudeza el pasado como el presente así que la pregunta surge inevitable.

 

Estas últimas elecciones parecieran mostrar la cara de un Perú mucho más realista, alejado de antiguos sueños revolucionarios. De estas elecciones emergió también por un lado la solidez democrática del país y por el otro una sociedad profundamente dividida.

Sin duda hay un distanciamiento de una perspectiva radical a causa de una serie de circunstancias que se enraízan en lo vivido desde los años del Apra en adelante, pasando por Sendero Luminoso y finalmente tras la última frustración que representó Ollanta Humala. Las fuerzas que han prevalecido en esta ocasión están dentro del esquema económico que se fundó a partir de los años ’90. El grave dilema que se presenta ahora y que será un test importante para la valoración de la democracia no ya como una entelequia sino como una manera de resolver conflictos, reside en la capacidad de encontrar un equilibrio entre el control del Congreso con una mayoría del partido Fuerza Popular liderado por Keiko y un gobierno en manos de Peruanos por el Kambio de Kuczynki, un partido que en la primera vuelta sacó el 22 por ciento de los votos y que fue impulsado a la victoria por un difuso sentimiento que, a falta de una mejor palabra, tenemos que definir antifujimorismo. Una de las grandes debilidades del Perú es la falta de partidos políticos. Por lo contrario es interesante notar que tenemos una sociedad civil muy organizada que ha entendido que decir democracia significa decir “yo puedo votar”. Esa identificación ha creado un punto  de quiebre crucial  porque le quita el piso a las visiones recalcitrantes que le apostaban al golpe de estado o a la toma del poder por las armas como a los canales puros, legítimos, nacionalistas, ultrarrevolucionarios.

 

¿Y qué pasará con el fujimorismo?

El fujimorismo merece una análisis profunda. En el Perú hay una tendencia a considerarlo una especie de truco para consolidar una mafia en el poder. Yo creo que el tema es más complejo y que hay un nivel en el cual el fujimorismo ha creado un movimiento populista de derecha que puede tener un desarrollo y jugar un papel en la vida política peruana. No va a terminar con esta derrota electoral así que hay que considerar el fujimorismo como un contendor político y no solamente como una excrecencia mafiosa que hay que destruir.

 

¿No crees que debería ser el fujimorismo el que debe aprender a adaptarse a las reglas democráticas?

El tejido organizativo nacional que impulsó la izquierda en los años ’70-’80 fue destruido por la confrontación entre Sendero Luminoso y los militares. En ese vacío se ha insertado el fujimorismo con organizaciones locales de diversa naturaleza y cohesionando a emprendedores de vieja data con nuevos ricos y a sectores de la sociedad que están en una situación fronteriza entre lo legal y lo ilegal. Para desenmascararlos, debatir con ellos, poner a prueba su real sentido democrático hay que tener una organización política. Sin embargo no creo que haya las condiciones para volver a una captura de poder mafiosa como lo hizo el binomio Fujimori-Montesinos en los años ’90. En ese momento existía Sendero Luminoso, la población estaba desesperada y la hiperinflación destruía la economía afectando sobre todo a los más pobres. Cuando Fujimori da el golpe en el ’92 la mayoría de la población lo apoya. La situación ha cambiado y quiero creer que lo que llamamos democracia está crecientemente instalada en una sociedad civil. Si se le da una dimensión política habrá la posibilidad de impulsar una confrontación con el fujimorismo a nivel de las regiones y de las provincias que permita desenmascararlos a través del debate y de la crítica. Se pondrían así en evidencia las maneras y estilos autoritarios que sin duda tienen. Es necesario crear una fuerza organizativa que se prepare en el transcurso de estos cinco años para aprender a pelear espacios y contestar posibles maniobras autoritarias no solamente saliendo a la calle para decir “esos son los herederos de Alberto Fujimori y hay que destruirlos” sino para desterrar no solamente al fujimorismo sino a todas las prácticas sociales y políticas que recoge.

 

En cierto momento del libro dices: “El historiador es un carnívoro”. ¿Por qué?

El sentido del “historiador es un carnívoro” frase utilizada por Lucien Febvre a quien admiro, se refiere al hecho que el historiador persigue lo humano. El día en que se convierta simplemente en un analista de estructuras habrá perdido lo esencial de la historia.

 

Es tal la claridad y tan profunda la honestidad con la cual José Luis Rénique disecciona la realidad y la describe, dejando de lado sus ideas y preferencias políticas, que de pronto entendemos las razones del amor profundo, fiel y sin titubeo alguno, que este hombre de hablar pausado, voz imponente y calidez innata siente por la historia. Ella cual amante igualmente fiel y entregada le ha regalado los instrumentos para construir su deseada atalaya desde la cual lanzar la mirada lejos, mucho más lejos. Gracias a ese amor correspondido, a ese ir y venir que subvierte espacio y tiempo, José Luis Rénique ha logrado superar la banalidad del presente.

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