Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos halloween
Photo by: Thomas Claveirole ©

Jalogüín en Bruklin

Lo importante es disfrutar. Lo importante es la alegría. Eso pensé en esta noche de brujas brooklynense.

Salí del campus de Brooklyn College bastante cansado pues entre las clases y buscar libros en la biblioteca el día se me hizo largo. Ya había anochecido. Pero al caminar por la avenida H me topé con montones de chiquitos disfrazados por Halloween recorriendo el barrio de Midwood para pedir chocolates y dulces. Vi princesas, Hombres Araña, piratas, brujas, Muertes con su hoz y personajes de dibujitos animados y videojuegos que no sé quiénes son. Me gustó que muchos de los papás y las mamás se habían disfrazado también para acompañar a los bebitos e infantes que iban disfrazados de flor, abejita, mariquita, fantasmita. Se me olvidó el cansancio.

Recordé que durante mi infancia en Costa Rica muchos chiquillos nos disfrazábamos para ir de casa en casa tocando las puertas y diciendo «Jalogüín», así, en «inglich» criollo, para que nos dieran chocolates y confites. Gozábamos.

Después, en la secundaria, nos asignaron la lectura del ensayo «Halloween en Costa Rica» del poeta y ensayista Isaac Felipe Azofeifa. No recuerdo los detalles, pero sí que era una crítica a la imitación tica de costumbres extranjeras que ni entendíamos ni teníamos la mínima idea de lo que significaban. Me persuadió el maestro Azofeifa: no debíamos imitar costumbres foráneas, aunque fueran fiestas. No me volví a disfrazar para celebrar Jalogüín durante mi adolescencia en Costa Rica. Tampoco lo hice en mis primeros años en la Yunai, cuando fui estudiante universitario en Arkansas y había múltiples opciones para festejarlo. Quizá algún cuestionable sentimiento nacionalista nutría mi resistencia.

Por dicha cambié y lo dejé atrás. Ya como estudiante de posgrado en Pensilvania fui con mis compañeras Lynn y Maren a una fiesta de Jalogüín. Nos disfrazamos de los personajes de la tira cómica Calvin and Hobbes. Yo vestía la camiseta roja de rayas negras, pantalones negros y tenis blancas del chiquillo travieso Calvin. Maren personificaba a Hobbes, el tigre de peluche y amigo imaginario del niño. Lynn lució vestidito azul con zapatos de cuero blancos y recogió su cabello castaño al estilo de Susie Derkins, amiguita de Calvin. Debido al éxito de nuestro disfraz grupal, lo repetimos al año siguiente en otra fiesta con otra gente. Disfrutamos.

Años después, en el Carnaval de Río de Janeiro, le agarré el gusto a las fiestas de disfraces (festas de fantasia, les dicen en Brasil). Canté marchinhas disfrazado de pirata. Bailé fantaseado de bohemio de la época dorada del jazz. Salté en las calles, vestido de caballero andante, en varias festas de bloco del carnaval carioca.

Ya en Nueva York, mi amiga peruana Milu me volvió a atraer a las celebraciones de Jalogüín ya que era su fiesta favorita. Un año me persuadió para que me disfrazara de Kano, un personaje del videojuego Mortal Combat. Ella se disfrazó de Kitana, su personaje favorito, y otro amigo personificó a Shang Tsung. Fuimos juntos al Halloween Parade de Greenwich Village, tradicional desfile neoyorquino. Yo no jugaba videojuegos ni entendía quiénes eran los personajes que representábamos. Pero gocé la fiesta.

Y ese es el punto. Con respeto al maestro Azofeifa, hoy celebro que le gente se divierta como le guste y donde quiera, si es en espíritu lúdico, alegre y armonioso. Si es Jalogüín en Brooklyn o Costa Rica, Carnaval en Río de Janeiro o Tokio, o lo que sea donde sea: ¡Adelante! ¡Gocen!

¡Qué lindas las familias brooklynenses disfrutando Jalogüín juntas! Nadie se fijaba esta noche en Midwood si los chiquitos eran anglosajones o caribeños o bengalíes o rusos o latinos. La gente simplemente festejaba.


Photo by: Thomas Claveirole ©

Hey you,
¿nos brindas un café?