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Paola Maita
Photo Credits: Juanedc ©

-ismo

Podemos declarar con seguridad que hay conocimientos que adquirimos en la vida que no volvemos a utilizar, pero con esa misma seguridad podemos afirmar que hay otros que vuelven a nosotros y nos son útiles cuando menos lo esperamos.

Cuando vi sufijos y prefijos en alguna clase de Lenguaje en primaria, no entendí en el momento cómo podían alterar mi visión del mundo. Años después, tener presente el significado de las partículas pre, post, hipo, hiper, ex, auto, entre otras, me ayuda a comprender las cosas que leo y escucho, así como a escribir mejor. Vaya que no es lo mismo un novio que un exnovio. Son dos letras que marcan una gran diferencia.

A pesar de eso, el significado de pocos sufijos ha calado en mi lenguaje. Uno de ellos es el –ismo, que cobró un sentido trascendental en quinto año de Derecho, cuando un profesor nos dijo “Todo lo que termine en –ismo es la posición radical de una doctrina”. No sé si alguien más sienta una iluminación inmediata al saberlo, o si le toma 22 años como a mí el entenderlo, pero esa sencilla frase hizo que me diese cuenta de algo que he tomado como verdad de vida: El mundo se mueve en extremos.

Tenemos islam-ismo, cristian-ismo, social-ismo, ideal-ismo, comun-ismo, chav-ismo, liberal-ismo, mercantil-ismo, rac-ismo, capital-ismo, human-ismo, terror-ismo, ego-ísmo… Creo que la idea queda más que clara.

El problema no es que tengamos los extremos y las palabras para nombrarlos, porque sí hay algo que es seguro en la Lingüística es que las palabras no son el problema, sino el uso y el significados que les damos. He ahí donde comienza lo complicado.

En el caso de estas palabras que terminan en –ismo, es lo que implica el predicar radicalmente alguna “verdad”. Sí, entre comillas. De nuevo, lo complicado es el cómo lo conceptualizamos y ponemos en práctica.

Cuando alguien o un grupo que sostiene una de estas doctrinas como verdad absoluta, se encuentra con un otro semejante pero de ideas contrarias, comienzan los choques que pueden variar desde una simple discusión hasta conflictos bélicos.

La solución no está en llamar a la RAE para eliminar estas palabras, ni cambiar el sentido que les da su sufijo, sino en estar consciente que nuestra “verdad” no es universal. Mientras estemos más situados en un extremo, más lejos estamos del centro y del otro extremo, haciendo más difícil que podamos relacionarnos con aquellos que no piensan igual.

Podrá sonar a una lección de Barney El Dinosaurio o de Dr. Seuss, pero parece que al final parte de lo que esos programas e historias intentan enseñarnos, nuestro cerebro lo “sobre-escribe” con conocimiento que quizás no sea tan útil después de todo.


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