Mientras redacto esta memoria de mi viaje a Islandia, escucho a Sigur Ros quien fue uno de los que me impulsó a conocer este hermoso país.
¿Cómo empezamos? Bueno primero que nada explicando que desde que soy seguidor de Sigur Ros, siempre quise ir a Islandia. Cuando miraba sus videos me inspiraba el paisaje, la luz, la atmósfera que rodeaba su música, con relación a lo visual.
Pasaron muchos años antes que pudiera cumplir este objetivo de vida y ahora estoy más agradecido que nunca y espero volver pronto.
Diario de Viaje, escupamos ideas.
Es de día, voy viajando en una minivan a la que en ocaciones se la lleva el viento. Llueve aguanieve, casi no veo la autopista, mi mano firme en el volante, mi cabeza diciéndome: esto es tu Islandia, esta es la aventura que no esperabas. Me siento nervioso manejando pues las ráfagas son violentas. Encuentro la calma y el cielo se abre, de pronto aparece un majestuoso y gigantesco edificio de hielo, llamado glaciar. Me dan ganas de llorar, mi cuerpo y mi mente no comprenden tanta belleza, y también pienso en lo afortunado que soy por poderlo apreciar. No se cuánto más tiempo seguirán de pie estos colosos de hielo. Tristeza.
El blanco brillante, el azul tan lodoso, el verde que acorrala su identidad, su guarida, su volcán, su fuego, sus arenas negras, su lava petrificada, huellas de creación, batallas constantes entre sus profundidades, América y Europa.
Este frío, este aire con agua y hielo que pega mi cara, esas ganas de sacar la cámara cada vez que giro una curva, cada vez que entro en un túnel y cada vez que salgo a una recta. Esa neblina baja pintada con cinceles de un resplandor de luz cambiante, a veces fría, a veces cálida y otras veces gris.
Esos fiordos majestuosos, esas cascadas interminables, la tierra respira, busca el mar, busca renovarse, nos encuentra a nosotros, espías apaciguados por tanta belleza. El verde nunca fue tan verde y el negro nunca fue tan mate.
Esas noches de preparar la cena, dentro de la van, de apreciar y reflexionar dónde estoy parado, esas noches con olor a caldo hirviendo y chocolate que se pega entre mi barba, esas noches nunca fueron más cálidas, esas noches contigo.
Camino y van crujiendo las piedras negras, escucho esas olas violentas que rompen con tanta fuerza, esas aves que no las baja nadie ni nada, esa emoción que inunda todos los días mi cabeza. Mi cámara no es capaz de retratar tanta poesía, es interminable el paisaje eterno. Esa nieve que nos mira desde las montañas, nos avisa, nos confunde, somos pequeños.
Esas cuevas, negras, oscuras a orillas de lagos, ese vapor, cual oasis en el desierto; pero no es un desierto es un volcán gigante, agua cálida, tu sudor, tu piel, el olor de azufre, el infierno es hermoso.
Me voy pero no me voy, una parte de mi se queda. Regresaré, te extrañaré y me acordaré mucho de ti, de toda la aventura, de todo el aprendizaje, de las ovejas que se burlan de mi, de los caballos que corren a un lado del camino, de tu carretera en loop, como si fuera una cinta gigante de 35mm que no quiero que se acabe.
Al terminar de escribir esto, he vuelto a llorarte, y es que reaparecen en mi, de golpe, todas las imágenes que acumulé. Ni mis propias fotografías pueden compararse con tanta belleza. ¡Gracias Tierra, gracias Islandia, me encantaría poder describirte mejor!.
Me detuve en aquella playa de arena negra, y volví a mirar mi cámara y agradecerle, «mira dónde estamos, mira dónde me has traído».
Islandia, Verano del 2019.