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Daniel Campos
Photo Credits: valerie kong ©

Invierno en el Jardín Botánico de Brooklyn

“¿Cómo estarán los lirios acuáticos?”, me pregunto al entrar al Jardín Botánico de Brooklyn. Es un viernes gris de invierno, con amenaza de lluvia, por lo que casi no hay gente. Camino con calma hacia el estanque de lirios observando los efectos del invierno en el jardín: plantas y arbustos decaídos, pastos resecos, árboles caducifolios sin hojas. Mi impresión general es de austeridad.

Ya en el estanque me encuentro a los lirios completamente sumergidos. Sus hojas débiles, aferradas a tallos enmarañados, flotan justo debajo de la superficie del agua. Sin embargo, las plantas están vivas. Descansan durante el invierno, se recogen sobre sí mismas, respiran y meditan. Son ninfas aguardando la primavera para reverdecer y florecer.

Entre el enjambre de tallos y hojas de una de las ninfas, un banco de peces anaranjados flota, minimizando sus movimientos. Parece respetar y acompañar el recogimiento de la planta.

Continúo mi caminata, cambio de perspectiva y empiezo a notar las señales de vida invernal plena: los cipreses y pinos siempreverdes, los cornejos siberianos de espinosos tallos rojos, brotes en las ramas de algunas magnolias, los frutos rojos y sedosos de los acebos que contrastan con el verde de sus hojas ásperas. En el Jardín de Shakespeare atisbo tres botones blancos de una flor que no logro identificar. Éstos tres botones me atraen pues parecen tres muchachas rebeldes y aguerridas que decidieron florecer sin que las plantara un jardinero que les pusiera etiqueta y sin pedirle permiso al invierno ni esperar la primavera.

Me despido de ellas y atravieso la acera hacia el Jardín Japonés. Contemplo la textura del paisaje: laguna, torii, isla, puente, rocas, arbustos, linternas de piedra, cascada, colina. El torii, la gran puerta bermellón en la laguna, anuncia la cercanía de un altar sintoísta. Las carpas japonesas (koi) nadan en las aguas verde musgo, trazando destellos rojos, blancos y bermellón. Las ramas sin hojas de los cerezos en la orilla parecen caer en cascada sobra la laguna. El cielo gris le da un tono mate a la escena.

Bordeo la laguna y subo la colina por el sendero al lado del arroyo y la cascada. En un recoveco de la colina, escondido entre altos coníferos, encuentro el altar sintoísta consagrado a Inari, divinidad de la cosecha. Los altísimos cipreses y pinos simbolizan permanencia. Me detengo frente al altar bajo la protección de éstos. Yergo mi columna como los coníferos yerguen su tronco, pero inclino mi cabeza, junto las palmas de mis manos con los dedos cerrados y juntos, en postura de oración, y converso en silencio con Inari-sama. No he venido a pedirle cosechas futuras sino a agradecer la Vida invernal en todas sus expresiones, matices, señales y sutilezas. Hay que pasar por el invierno, intentando apreciar su propia belleza, para luego disfrutar la primavera.

Termino mi meditación, levanto mi rostro, separo mis manos y sonrío. Pienso de nuevo en los lirios acuáticos en su estanque. Respiran y viven. A su tiempo, florecerán.


Photo Credits: valerie kong ©

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