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paola maita
Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

Inventario de un cuerpo migrante

Pelo rizado, ojos pequeños, una nariz abultada heredada de un papá, marcas en los brazos de quemaduras con el horno, otras marcas varias de accidentes producto de una crónica falta de atención al mundo real, piernas largas, unas nalgas que varían con el peso, unos senos que comienzan a caerse, una barriga que se hincha caprichosamente, un vientre caliente que no sabe si algún día tendrá inquilinos, dedos largos, de pianista; uñas grandes que son el sueño de muchas manicuristas, pies de una talla rara, una voz ronca y profunda que asustaba a los adultos cuando le pertenecía a una niña, labios que se resecan con el aire, un tatuaje en el antebrazo izquierdo que tiene múltiples significados. Todo eso es un cuerpo. El mío, para ser más precisa.

Mi cuerpo se ha estirado y encogido en los últimos 10 años dependiendo de lo que me lleve a la boca, dependiendo de lo que se me antoja en un momento u otro. Desde el pollo frito hasta a una dieta que raya en lo vegetariano, y luego de vuelta.

Apenas a mis 32 años es que me siento un poco más cómoda con él, perdón, conmigo. Eso de que el cuerpo es uno y yo soy otra es una falacia dualista, pero me cuesta dejar de hablar de mi cuerpo como si fuese otro.

Yo he cambiado, mi cuerpo ha cambiado, y así vamos. Es una de las pocas pertenencias que venían conmigo en el avión que aún conservo. Otras cosas se quedaron en el check-in en Maiquetía, como algunos de los cánones de belleza con el que me calificaban los demás.

Aquí, mis rizos han recibido halagos desde el día uno. Maravillan y hacen que me pregunten ¿Cómo haces para que el cabello te quede así? Por el contrario, en Venezuela me planchaba el pelo casi obsesivamente porque tener rizos significaba que siempre me dijesen que estaba despeinada y que eran feos. ¿Por qué no te lo secas mejor? Te ves más bonita.

Aquí consideran que mi culo y mis senos son bonitos, allí me decían que si era una nadadora: Nada por delante, nada por detrás. Aquí soy normal, talla L; allá era rellenita, talla M. Aquí soy morena, qué bonito es estar siempre bronceada; allí era negra, no te pongas tanto al sol que te pones más negra. Aquí me maquillo lo suficiente, base, polvo, rubor y rímel; allí era poco, base, polvo, rubor y rímel. Aquí soy un poco alta, 1.65, allí era promedio, 1.65. Aquí tengo una sonrisa hermosa, allí era normal. Aquí tengo vellos, allí ni pensarlo.

Mi cuerpo emigra, se ensancha, se encoge. Los ojos del otro también emigran, se ensanchan y se encogen. Mis ojos, que siguen siendo los mismos con los que nací y migraron conmigo, aún están aprendiendo a mirar más allá de las tallas, los colores, las medidas, los consejitos de belleza que no siempre son malintencionados pero que pueden ser tan hirientes como las peores de las intenciones.

Me he visto en espejos en un país donde las misses son casi diosas y yo no me parezco a ellas; y me he visto en espejos en un lugar donde podría ser hasta cierto punto exótica. Y aún no sé qué sensación me genera eso.


Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

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