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paola maita
Photo by: Rüdiger Stehn ©

Inventario de recuerdos de un viaje (IV)

Del último viaje que hice sola a Madrid, he sacado un inventario de recuerdos y este es uno de ellos.


Jamás he sabido viajar con un bolso pequeño y liviano. Cuando era pequeña, era capaz de meter 5 libros en la maleta de unas vacaciones de un par de semanas. Sobra decir que, por muy ávida lectora que fuese, era incapaz de leérmelos todos. Sin embargo, prefería llevarme tantos libros como fuese posible. Quizás lo hacía pensando en el caso de que, si me sentía sola o aburrida, pudiese tener un boleto asegurado a mi propio Universo de entretenimiento.

Muchas fueron las veces en las que mi madre me insistió en que llevaba demasiados libros. Alguna vez me obligó a dejar alguno, y yo lo sentía como un peligro. ¿Y si necesitaba leer ese libro en el viaje?

La Paola que casi empacaba más libros que ropa se convirtió en una persona que sigue sin saber andar ligera. Cada vez que salgo de casa, suelo llevar muchas cosas conmigo. La cosa se complica aún más si salgo por más de un día de casa. La mochila comienza a llenarse de muchísimas cosas, hasta tener un bolso que termina pesando más de lo necesario. Ese es el motivo por el que en uno de los días que paseaba por Madrid, cargaba con un bolso innecesariamente pesado.

El Museo Reina Sofía no tenía servicio de guardarropa. Por tanto, esto significó recorrer sus 4 plantas con un peso extra, que además tenía que cargar puesto por delante de mí. Me sentía estúpidamente embarazada de mis propias cosas.

A medida que iba avanzando por las salas, me iba detestando un poco más a cada paso, al mismo tiempo que lo hacía con cada una de las cosas extra que tenía encima. De ese paseo, terminé más adolorida de lo necesario. Evidentemente, el haber cargado con ese peso extra me pasó factura en la noche. La situación me hizo pensar en todas las dudas que tengo sobre el hogar.

Querer tener todo lo necesario conmigo va más allá del temor a aburrirme. Siento que es la manera de asegurarme que tengo un hogar encima, aunque físicamente me encuentre lejos de él.

Pienso en todos los hogares que he tenido, todos los techos que me han cobijado y cómo uno de mis mayores temores es no tener un lugar al cual llamar casa, ser una homeless o «sin techo»… Quizás desde niña intuí que en algún momento dejaría de tener todos mis libros en una misma biblioteca, que viviría partida entre dos ciudades, e incluso entre dos continentes.

Parece que no me importase que, desde hace 2 años, despierto todas las mañanas bajo el mismo techo. Esta casa alquilada que me protegió del mundo mientras había una pandemia, se siente como propia de a ratos, como cuando quienes nos visitan me dicen que se notan nuestros detalles en los rincones. Tengo una casa, pero no siempre una casa es un hogar. Tampoco creo que lo sean una familia o una mochila. Quizás no sepa exactamente qué es un hogar.

Pienso en aquello que me dijo M., de que ella era su propio hogar. Ella que, hasta donde yo sé, ha vivido en 4 países, debe tener que haber abandonado bibliotecas, ropa y muchos otros objetos personales por doquier… Y sin embargo es capaz de llevar el hogar dentro sin necesidad de tener un bolso de 6 kilos encima.

Quiero imaginarme que algún día no necesitaré cargar con la casa encima como un caracol para sentirme mi propio hogar.


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