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ViceVersa Magazine

¡Intolerancia!

CARACAS: Después de pasar toda la noche indagando cómo hacer para que el dinero dure un poco más, me levanté como a eso de las 6:00 a.m. y volé a la ducha, donde sólo pasé como 3 minutos. Luego busqué mi carro y tomé la Cota Mil. Pero lo que supondría un recorrido de algunos kilómetros que, en situaciones normales podría tomar 15 minutos, en Caracas puede tomar hasta más de una hora.

Los caraqueños ya nos hemos habituado al infernal tráfico, a tal punto que lo consideramos parte de nosotros. No es raro ver a un conductor sosteniendo una arepa de carne, perico, o cualquier otro relleno en una mano, mientras con la otra toma el volante y hasta hace el cambio de velocidades, eso sí, sin que un pedazo de la arepa, ni mucho menos del relleno caiga en su ropa.

También es común ver como las motos han invadido cada espacio del pavimento, de hecho el tener un retrovisor partido, o por lo menos caído se ha vuelto una moda, gracias a los motorizados que a toda velocidad pasan junto a las puertas de los autos, llevándose todo a su paso (como Atila).

Pero lo más sorprendente es ver el comportamiento de las mujeres en esta selva vehicular: Ellas son capaces de conducir mientras ven en el espejo interno del automóvil, como les va quedando el maquillaje. En su caso la coordinación es mucho mayor, pues, las chicas usan las dos manos para maquillarse los ojos, y, son capaces de frenar en el momento justo para evitar chocar, eso sí, guiadas por un sentido casi arácnido, porque de ver no ven, porque tienen la vista sembrada en el espejo de su estuche de maquillaje.

Hasta acá todo normal, como cualquier día. Pero aquella mañana el trayecto estaba tardando más de lo habitual, de hecho en un momento los carros quedaron totalmente detenidos y las personas comenzaron a bajarse. Como decimos acá: “La cola no se movía”.

Me acerco a un policía que tiene trancado el paso y éste me comentó que unas personas estaban trancando el paso porque no tenían agua desde hace meses. Por más que trataban de negociar, las personas se negaban a moverse hasta que alguien del gobierno les resolviera el problema. Regreso al carro, enciendo la radio pero no dicen nada, veo el Twitter pero nada, no somos #TT.

De repente veo que unos hombres bajan de una camioneta con herramientas en mano y tratan de embestir a los manifestantes, el único policía trata de mediar con ellos, pero es inútil. Del otro lado salen palos y piedras para defenderse de la embestida. Afortunadamente llega un contingente de la PNB y logra resolver la situación.

Uno de los manifestantes le grita a los tipos de la camioneta:

– Son unos egoístas, ustedes se bañan todos los días y tienen agua para cocinar, para lavar, para bañar a sus niños. Por eso no nos apoyan, porque son ricos.

El chofer de la camioneta, blandiendo una llave de cruz le contesta:

– Si fuera rico no estaría aquí pariendo para llegar a mi trabajo. Yo tengo que trabajar como un perro gracias a ustedes que votaron por Chávez, son unos patas en el suelo.

En medio de la algarabía volteo la mirada y veo a una señora mayor llorando a moco suelto frente al volante. Me acerco y le pregunto si le pasa algo. Ella me dice (con acento extranjero):

– Mijo esto es horrible, yo salí hace muchos años de España huyendo de una guerra entre hermanos. Mi padre escogió Venezuela no solo porque era un país con mucha riqueza sino también por su gente buena, cordial… pero hoy me he dado cuenta que esa gente no existe, y eso duele mucho. Hoy me he dado cuenta que he perdido otro país.

Las palabras de la señora me caen como un ladrillo, pues es verdad, ya en mi patria la gente no habla sino que grita. Ya no ríe sino que está todo el tiempo de mal humor, de hecho ya no bromeamos sin conocernos (algo que aunque parezca raro, era muy común entre nosotros).

Al regresar a mi carro pienso en mis hijos y reflexiono: ¿Será que cuando ellos estén más grandes podrán vivir de nuevo en la Venezuela bonita?, o ¿ya nos habremos ido a otro lugar para evitar que nos pase algo? 

Solo puedo pensar en una cosa: La intolerancia mata como ser humano. Los gobiernos pasan y los sistemas se reconstruyen, pero la intolerancia trasciende y como el cáncer acaba con todo… ojalá ese no sea nuestro caso.


Photo Credits: Kieran Lamb

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