Nada más triste que un titán que llora […]
víctima propia en su fatal delirio
Rubén Darío [1]
El siglo XIX en Europa, sobre todo en la coyuntura francesa, está marcado por una amalgama de explosiones. En la literatura, por ejemplo, surge una fijación manifiesta de la realidad, a partir de aportes como el de Balzac y, en la segunda mitad, emerge, entre otras, una proyección estética configurada en una desazón por la realidad, el malditismo, un impulso revelador y una exploración en el lenguaje que es alegrada, décadas después, por la literatura hispanoamericana, aposentada, mayoritariamente, en el modernismo y en las vanguardias. Esta entrada suscita una caracterización universalista que plantea una amplitud temática y una indagación diatópica bajo la premisa de que todo puede llegar a ser arte. Poetas como Baudelaire recrean esta noción, se preguntan por el arte y de qué manera este influye en la figura del artista o cómo hay una corresponsabilidad entre ambos. Se concluye que hablar de la poesía implica hablar del ser y, a su vez, de la existencia con todo su emblema del dolor y del idealismo, desde la figuración del camino como un espejo donde el poeta se contempla: «La calle ensordecedora alrededor mío aullaba. Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso» (Citado en Vilar, 2010, p. 103) como expresa en su poema «A una transeúnte».
El poeta francés Paul Marie Verlaine proyecta esta senda en la palabra misma y crea, desde un metalenguaje o metapoesía, lo que se comprende como «Arte poética», que se ostenta como una exaltación del símbolo, en vista de que instrumentaliza la poesía, cuya elaboración estructurada enarbola una experimentación en las formas y el concepto de poesía en sí mismo como se evidencia en su poema «Arte poética» (1874): «Prefiere la música a toda otra cosa, persigue la sílaba impar, imprecisa» (Citado en Utrera, 2010, p. 221) que grava un interrogante por el menester creativo y elucubra una cadenciosa armonía como progresivo estandarte de las nuevas tendencias estéticas y, además, como reacción a una tradición métrica, tal como Utrera (2010, p. 221) expresa: «Paul Verlaine […] está estableciendo que la suavidad, la musicalidad y la delicadeza, y no desde luego, el sonsonete marcado del compás rutinario, son los caminos de la nueva poesía». De tal manera, se erige una indiscutible base que repercute, persuasivamente, en obras y tendencias posteriores como la propuesta por el poeta chileno Vicente Huidobro, el creacionismo, quien hereda la promesa del poema de Verlaine, antes contemplado, a través del poema homónimo que devela la invitación a consentir la palabra, cuidarla y proteger un principio de belleza que se teje desde el mismo lenguaje: «Que el verso sea como una llave/ que abra mil puertas» (Citado en Osorio, 1988, p. 46).
Dicha precaución e invitación a indagar nuevas formas se mantiene en ambos poemas. La «Arte poética» de Verlaine reza: «Que tu verso sea fugaz y suave, sutil y ligero, como vuelo de ave que busca otros cielos y otro nuevo amor» (Citado en Utrera, 2010, p. 221). En este fragmento reluce esa posibilidad que mantiene el lenguaje de plantear nuevos tipos de imagen en exaltación precisa del simbolismo. Dicha observación se explicita, de manera casi idéntica, en la «Arte poética» de Huidobro: «Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata» (Citado en Osorio, 1988, p. 46). Esa construcción alegórica del símbolo se reconoce en una tercera «Arte poética», la de Jorge Luis Borges, quien tiene una concentración más precisa en lo onírico y en la complejidad existencial del hombre y, así, reconstruye un metalenguaje erigido en consonancia con lo figurativo que consolida la idea del simbolismo como propuesta estética casi ineludible, ya que este mantiene la premisa de que el mundo es, lato sensu, un enigma a expensas de descubrirse: «Ver en el día o en el año un símbolo / de los días del hombre y de sus años, / convertir el ultraje de los años / en una música, un rumor y un símbolo» (Borges, 2004, p. 38).
Es notable cómo, en la cimentación de ese signo, interviene lo cronológico, lo ontológico y lo estético como médula intrínseca de la creación poética. En este orden de ideas, Borges configura la poesía como un punto intermedio entre la vida y la muerte, el ahora y el nunca. Es, por ende, la fijación de un arcano «quizás»; así lo sugestiona en dicho poema: «ver en la muerte el sueño, en el ocaso / un triste oro, tal es la poesía / que es inmortal y pobre. La poesía / vuelve como la aurora y el ocaso» (Borges, 2004, p. 38).
Al bajar el telón de los tres poemas se da un despliegue sentencioso que, en el caso de Verlaine, se afirma como un golpe seco, a través de una afirmación precisa que consolida una secuencia inductiva en todo el poema: «Todo lo demás es literatura” (Citado en Utrera, 2010, p. 222). Con semejantes precisión y tesón, Huidobro traza una metonimia que exalta la labor del poeta y que se sujeta a esa confección del creacionismo, atribuyendo a este un carácter divino de acuerdo con el sublime acto de crear: “El poeta es un pequeño Dios» (Citado en Osorio, 1988, p. 46). Finalmente, Borges opta por una sujeción del ser, pero desde un cuestionamiento más filosófico: «También es como el río interminable / que pasa y queda y es cristal de un mismo / Heráclito inconstante, que es el mismo / y es otro, como el río interminable» (Borges, 2004, p. 38). Si bien, hay en este poema una adherencia metafórica del ser, a partir de relatividad del agua, se expone una paradójica condición que le atribuye al poema su eternidad y es, particularmente, desde la evanescencia de las palabras.
Bibliografía
Borges, J.L., (2004). La Biblioteca, símbolo y figura del universo. Barcelona, Anthropos, p. 38.
Osorio, T.N., (Ed.), (1988). Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguarda literaria hispanoamericana. Caracas, Editorial Ayacucho, p. 46.
Utrera Torremocha, M. V., (2010). Ecos del simbolismo en la métrica modernista: el verso alejandrino. Rhythmica, 8, 219-234.
Vilar, G., (2010). Desartización. Paradojas del arte sin fin. Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, p. 103.
[1]Tomado de: Darío, R., (1982). Antología poética. Bogotá, Oveja Negra, p. 62-63.