Le decían Pata de Plomo, ya que en sus excursiones con los amigos por los arrabales de Santa Bárbara, reparto donde vivía, corría por encima de las lomas de vidrio de botellas desechadas, sin dañarse la planta de sus pies. Así creció Pata de Plomo, medio salvaje y muy sociable, gustaba escaparse de las clases con sus amigos para ir al río San Juan y bañarse en la poza, luego de regreso subirse a un árbol ajeno de mangos o mamoncillos y saborear sus ricos frutos antes del arribo a casa.
El Servicio Militar Obligatorio lo acogió en su seno, lo entrenó en el arte de la guerra durante un año y luego lo mandó a Angola, donde peleó como un león defendiendo una causa que no conocía, y matando a otros seres humanos tan negros como su piel y tan nobles en su conciencia. Unos luchaban por un supuesto bienestar futuro ofrecido por un jefe que nunca iba al combate, el otro luchaba por una consigna llamada internacionalismo, donde su jefe se encontraba a miles de kilómetros de los combates. Pero llegó un aciago día para Pata de plomo, en el cual una mina antipersonal enemiga explotó debajo de sus callosas y hercúleas plantas, dejando muy lejos de la Loma Blanca de su Santiago de Cuba natal por donde deambulaba de niño, sus colosales y pesadas piernas que trituraban el vidrio como cáscara de nueces.
Desde hace muchos años, Pata de Plomo se traslada cada día, con sus poderosas manos, dándole vueltas a las ruedas de su silla, para situarse en Calle 6 y Aguilera, la famosa esquina de la panadería, donde fuma un cigarrillo tras otro, conversa con algún que otro amigo de entonces con quienes se iba fugado de las clases al río, y rememora el sabor de los mangos y mamoncillos y sus hazañas de triturador de vidrios con sus poderosas plantas. Allá lejos quedaron sus piernas, sin saber aún a ciencia cierta la razón por la cual él fue a pelear en otras tierras, pues ya nadie habla de internacionalismo ni de Angola, y el jefe que lo envió, nunca lo conoció y solo sabe hablar de Moringa.
¿Cuántos miles de Pata de Plomos hay en Cuba? Quizás ni el propio gobierno lo sepa, pues ya pasó la supuesta gloria, aunque de seguro no hay mayor ignorante que aquel que no quiere saber, como tantas y tantas veces ha sucedido en los últimos tiempos en nuestro país. Vivimos de euforia en euforia, unas políticas, otras económicas, pero ninguna sostenida y casi todas condenadas al fracaso. De las últimas, como por ejemplo la “legión de trabajadores sociales” que iba a salvar el honor proletario en la esfera de los servicios, ya nadie habla, pues al cabo de un año de establecida, sus miembros estafaban más que los anteriores empleados. La “revolución energética” tampoco la menciona nadie, y me imagino que la mitad de esas plantas energéticas ya ni funcionan. Ahora empieza la furia del uso de la moringa como alimento universal. Veremos cuánto dura esta última quimera. Pero cada una deja sus tristes huellas, sus víctimas. Una de ellas, la internacionalista, estigmatizó a nuestro Pata de Plomo, y él es tan solo un ejemplo dentro de muchos similares, que algún día la historia recogerá en sus páginas como, “carne de cañón”, de una de las euforias de grandeza más tristes del gobierno actual.
Sirva esta página tan solo como recordatorio de esos múltiples seres que dieron sus vidas y partes de su cuerpo por ideologías equivocadas, y tan distantes de un internacionalismo verdadero, como el de Máximo Gómez por nuestra Cuba.
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