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paola maita
Photo by: Mike Beales ©

InBisible

…y preferí irme antes de hacer alguna estupidez con la suiza.

En este punto de mi vida, presumo que cualquiera que haya leído estas crónica o a quien trato frecuentemente sabe que soy bisexual. Para mí, es un hecho público y notorio. El problema con ese argumento es que es una presunción basada en que la información que está en mi cabeza o que comento a menudo es accesible para cualquiera.

Apenas terminé de contar la anécdota, me di cuenta de la falacia lógica sobre la que está montada mi presunción. La cara de L enseguida me mostró que esto no lo sabía. Al contrario, D se mantuvo tan impávido como si le hubiese dicho que me había servido un vaso de agua.

¿Cómo que una estupidez? ¿Qué ibas a hacer?

Debo decir que con el tiempo, he ido desarrollando una explicación más breve de mi sexualidad, pero no por ello es menos compleja.

Una de las dificultades que tenemos quiénes somos bisexuales para explicarnos (cuando queremos hacerlo, porque en realidad no le debemos explicaciones a otra persona que no seamos nosotros mismos), es el factor sorpresa de que no sabemos si la siguiente persona con la que estaremos será hombre o mujer. Esto considerando el género como un atributo binario, porque si nos metemos en teorías de género fluido o no binarias, ya todo se vuelve más complicado aún.

Es muy fácil presumir que cuando estamos con una pareja estable, eso es lo que hemos escogido, que “ya no tenemos la duda”. La mayoría entiende que es una fase de prueba donde, dicho muy simplemente, salimos con lo que se nos cruce en el camino hasta que “nos decidimos”.

La verdad es que esto no se trata de dudas y de experimentación ad infinitum. Simplemente se trata de que puedes tener relaciones sexuales y amar tanto a hombres como mujeres. No tiene que ver con infidelidad ni una eterna disposición a hacer tríos, como hay quienes me han sugerido.

 


Uno de los riesgos de cuando un grupo de recién conocidos conversa es que no se tiene muy claro quiénes son los otros que escuchan. Esto me recuerda una frase de una de mi profesora de danza, que siempre nos decía «no sabes delante de quién bailas». Así mismo, muchas veces no sabemos delante de quién hablamos.

Quizás ese fue el primer error de todos los que estábamos allí: abrir la boca sin pensar quién era el otro. Como en muchas conversaciones de venezolanos, surgió el tema del sexo. Lo hablábamos con la ligereza y jocosidad con la que se habla en una reunión que no pretende meterse en aguas profundas de ningún tema.

Yo jamás voy a entender a los maricos. Si mi hijo me sale marico, se lo quito a coñazo limpio.

Estoy segura de que esta no es una frase original de esa persona. Yo misma la he escuchado antes, y como yo, muchas otras personas más. Más allá de la intolerancia flagrante y descarada de la oración, esta persona se sintió en confianza de poder decirlo porque supongo que pensó: “Todos aquí estamos casados. Nadie es marico”. De nuevo, tal como yo haría un par de semanas después con L y D, él hizo presunciones basadas en la información que está en su cabeza.

Decido quedarme callada para no generar un debate en el cual yo sería la primera acribillada, como he hecho otras tantas veces, aunque sepa que el silencio es el mejor cómplice de la invisibilidad…


Photo by: Mike Beales ©

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