Las noches de concierto en Prospect Park huelen a árboles, a tierra fresca, a libertad.
Sin una orden judicial, la migra no puede entrar en su casa.
Olas verdeazuladas se estrellan contra la arena dorada en atardeceres salvajes de Rockaway Beach.
Si le muestran una orden de arresto pídales que la pasen por debajo de la puerta.
En una calle de Brooklyn, un hombre menudo ha instalado su telescopio mientras invita a transeúntes a descubrir la lejana Júpiter. En Manhattan no se pueden ver las estrellas. Las luces de los rascacielos han apagado su brillar.
En caso de que ICE tenga una orden judicial válida, ellos entrarán.
Hay pájaros en las cornisas de los edificios de los barrios marginales que bordean la gran ciudad. En ellos, de madrugada, palpitan y sueñan los inmigrantes.
Todo lo que diga o haga puede ser utilizado en su contra.
Juan subió a su hija y a su mujer en unos neumáticos negros para atravesar un río en su travesía a los Estados Unidos. Tuvo que aprender a imitar el acento mexicano para que en las ciudades de la frontera no supieran que en realidad venía con su familia de otro lugar.
Mantenga la calma y permanezca en silencio. No grite, no pelee, no trate de correr.
Cuando llegué a Nueva York dormía en una habitación que parecía un pasillo: sin ventana, sin armario, con una cama alargada como la soledad. Era una casa de tres pisos en el Bronx regentada por una puertorriqueña que cuando hacíamos ruido golpeaba el techo con un palo de escoba.
No responda a ninguna pregunta y pida a los agentes que le traigan a un intérprete si no sabe hablar inglés.
A Perla le preguntaron cuál era su nombre en Nogales y no pudo responder. Durante quince días vio a niños jugando al otro lado de las rejas de su centro de detención. Tenía once años.
Amparado por la quinta enmienda, usted tiene derecho a guardar silencio y no incriminarse.
Cuentan que de joven Don Miguel tenía una fuerza asombrosa, que una vez fue capaz de levantar a un burro con sus brazos en su Puebla natal. Ahora tiene 74 y se despierta cada amanecer para cortar frutas y verduras en un Deli. Cuando se resfría y tiene fiebre en lugar de medicinas toma un ron y se encierra a dormir en su blanca habitación de la Convent Avenue.
No firme nada que ICE le haya dado. Pida que los documentos sean traducidos.
La señora de la pensión en la que vivía me cobraba 275 dólares al mes a cambio de que el piso que compartía con estudiantes asiáticas y rusas estuviera siempre limpio. Subía todas las semanas a inspeccionar que así fuera.
Si usted es testigo de alguien detenido por ICE, tome fotos y escriba cualquier información relevante desde una distancia segura.
Zuleima se pagó la universidad limpiando, arreglando y pintando shelters para indigentes durante siete años. Tenía 17 cuando empezó a trabajar. Los estudiantes indocumentados no tienen becas estatales ni ayudas del gobierno. Nadie les da nada.
Usted tiene derecho a grabar siempre y cuando no interfiera en el arresto.
Una vez nos emborrachamos con cervezas de lata en un café de Brooklyn y cantamos “Allá en el rancho grande” en un inglés improvisado entre risas locas.
Si agentes de ICE llegan a su trabajo pregunte si puede marcharse. De ser así, no corra, salga tranquilamente.
Evelia vende tamales de a dólar en un carrito, entre Junction Boulevard y Roosevelt Avenue. A las nueve de la noche comienza a lavar cazuelas y cocinar. Fue arrestada más de quince veces y nunca se rindió. Su negocio abre antes del amanecer.
Usted tiene derecho a no prestar consentimiento a una búsqueda. Diga en voz alta que no consiente que registren sus pertenencias.
En Washington Square Park descubrí los versos de Walt Whitman y García Lorca. Unos muchachos tocaban tambores bajo un árbol.
En tus ojos traes desiertos, noches sin brújula, sueños clandestinos capaces de resistir la adversidad.
Comenzaron oficialmente las redadas en la gran ciudad.
Photo by: Alexandru Paraschiv ©