Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
esteban ierardo
Photo by: emeraldschell ©

Humanidad virtual

Las paredes no son de ladrillos, piedra u hormigón. Son grandes pantallas planas, de alta fidelidad óptica, de vivos colores. Luego de hacer “méritos” para comprar objetos en línea, pedaleando bicicletas, hombres y mujeres de un incierto futuro van a descansar a sus habitaciones, las de las hipnóticas pantallas digitales…

En las grandes superficies televisivas se reiteran las imágenes torrenciales de publicidades, mujeres de fuego en los labios y el deseo de succionar toda la pasión masculina, anuncios de marcas de objetos, y programas de espectáculos de cantantes y personajes con distintas destrezas.

La naturaleza quizá existió alguna vez, pero ahora solo titila en las grandes imágenes electrónicas, digitales, virtuales. El sol, la luna, las tardes melancólicas o las más vivaces únicamente vibran entre pixeles y dígitos.

Es la imagen de la humanidad encerrada dentro de un mundo virtual en uno de los capítulos de la serie Black Mirror, llamado “Quince millones de méritos”.

La humanidad virtual es uno de los signos del siglo XXI.

Pero el alcance y naturaleza de lo virtual no es tan evidente o trasparente. Para pensar su amplitud conceptual debemos saltar lo inmediato y repensar lo aparente.

Nuestra época se construye a través de excesos, records, magnitudes máximas: el tiempo en la historia de la mayor aceleración tecnológica, la innovación constante en dispositivos, software, tecnologías emergentes o nuevos materiales; la época de la mayor circulación y multiplicación de la información y el conocimiento y de su opuesto: el odio y el narcicismo; tiempo de la historia de la mayor sobreoferta de entretenimiento; la era cada vez más saturada por flujos incesantes de noticias, titulares, nuevas series; excitaciones para encender el hiperconsumismo de cada vez más objetos, lugares e imágenes entretenidas.

Indicadores máximos en el ritmo de la comunicación global que atraviesa el tejido social gracias a las tecnologías virtuales: internet, las multipantallas, la vida online, la hiperconexión al ciberespacio.

La virtualidad extendida obliga a redefinir la cultura y las formas de la subjetividad. La humanidad virtual contiene y no disuelve miradas filosóficas anteriores abarcadoras de la cultura y el sujeto: la comprensión de la cultura moderna como época de la imagen del mundo en Heidegger (1); la sociedad panóptica de Foucault (2); los juegos del lenguaje en Wittgentein (3); la racionalidad comunicativa de Habermas (4); o la sociedad posmoderna o posestructuralista en las versiones de Deleuze, el propio Foucault, o Lyotard (5).

Lo virtual como cultura de lo online modifica nociones del tiempo y el espacio; induce nuevas formas de la subjetividad datificada y en pantalla (6). Y la cultura de la hipercirculación virtual de información e imágenes es también la simplificación de la gestión de trámites, la compra y venta facilitada de bienes y servicios, la inmediatez de la comunicación; o el augurio del mejoramiento de la medicina y la salud, y del poder del ojo y el oído mediante implantes y lentes digitales.

Lo virtual tecno-contemporáneo nació en la posguerra mediante los primeros simuladores de la Fuerza Aérea norteamericana, destinados a la preparación de pilotos.

Pero la digitalización virtual de la vida no emana solo progresos, optimizaciones y simulaciones de entornos cada vez más impactantes. Lo virtual aviva el día, pero también libera criaturas nocturnas peligrosas: un capitalismo que se perfecciona en el control de los deseos, la publicidad personalizada que nos invade luego de que los algoritmos determinan nuestros gustos o preferencias por los datos que sembramos en la web. O la construcción de una sociedad de la vigilancia de las poblaciones cada vez más poderosa por las herramientas informatizadas de la geolocalización, intercepción de mensajes, y el reconocimiento facial en manos de los Estados o las grandes centrales de inteligencia (7).

Por la mediación de internet y la cultura virtual online, a la gran concentración económica de las megacorporaciones multinacionales, se le agrega el gigante de las compras en línea Amazon y su expansión multirubro; o Netflix como arquetipo de la colonización creciente de nuestro tiempo libre por la sobreoferta del consumo de entretenimiento. O las fundamentales  empresas de las redes sociales, el poder expansivo y global de Facebook o Instagram, que avivan la cuantificación de la satisfacción por el sistema de los likes: más likes mejor ánimo, menos mayor desaliento o depresión. Empresas que promueven también un neofeudalismo digital. En el feudalismo clásico, la tierra era trabajada por los campesinos en condiciones de opresión y desigualdad. De todos modos el costo de la labranza de la tierra suponía un tipo de pago por parte de la aristocracia terrateniente, aunque fuera paupérrimo y se redujera a las condiciones de supervivencia. Hoy, millones de personas trabajan gratuitamente, día a día, minuto a minutos, segundo a segundo, la tierra de rentable “fertilidad digital” de Facebook o Instagram, como parte de un contrato implícito neofeudal consistente en entregar mi tiempo y atención a cambio de la difusión cibernética “gratuita” de mis contenidos.

El neofeudalismo virtual contribuye también a la banalización de las palabras. Lo que son meros contactos, a veces casi o totalmente desconocidos, son “amigos”. Reemplazo de la profundidad de las palabras-afecto por palabras-etiquetas; o el cambio de la expresión de emociones por su sugerencia paródica a través de las figuras de caricatura de los emojis.

La cultura de los videojuegos, a su vez, entroniza la violencia como juego. Ludificación de lo violento entretenido que se agota en la interacción inofensiva con la pantalla o que, a veces, prepara su continuación hacia situaciones letales en el mundo real.

Lo virtual en línea facilita la apertura al conocimiento y la información. La enciclopedia de un saber digitalizado en continua expansión y rectificación; la nueva biblioteca de Alejandría global y virtual, no solo ya para los eruditos sino potencialmente para todos los usuarios. Pero la cultura virtual también vira hacia la rápida multiplicación de invectivas venenosas, insultos, agresiones verbales por doquier, en un tiempo del goce por la erupción  digitalizada del odio. Era del estallido del odio digital que suele ampararse en el anonimato de falsos perfiles, o en la abierta impunidad.

Al odio digital de los haters se le agrega la teatralización virtual de un narcisismo potenciado. Construcción narcisista a través de posts, imágenes favorables e insistencia en el mostrarse continuo en pos de un “teatro virtual del yo”, una representación idealizada de la personalidad en las redes para celebrar nuestra importancia personal.

La humanidad virtual irradia algunos reflejos engañosos. Ilusiones virtuales. De la comprensión de esos espejismos depende apartarse de ciertas distorsiones perceptivas. Por ejemplo: lo virtual induce la experiencia de lo que existe en sí mismo y por sí mismo, independiente de la realidad física. En contra de esta apariencia, lo virtual profundiza la interacción con lo físico exterior:

“…el mundo virtual del ciberespacio nunca existe fuera de las mediaciones del mundo físico; las computadoras que se conectan entre sí y configuran la mente colectiva de internet “suben” y comparten informaciones, imágenes y contenidos por una comunicación global basada en las ondas e impulsos electromagnéticos irradiados  a través de antenas y satélites y de cables diversos que se esparcen en el espacio físico, no virtual. El mundo virtual es otra manifestación transformada del mundo físico, no su opuesto diametral, que solo existiría en su propia realidad ‘irreal’” (8).

La virtualidad entonces no debiera desvincularse del entorno físico, sino tallar una nueva cultura de la interacción dinámica entre los dispositivos y el ciberespacio y la extensión del espacio real. Lo que en parte muestra la llamada realidad aumentada: la superposición, por ejemplo, de una imagen digital sobre el  paisaje de una ciudad, que agrega información sobre los edificios, su ubicación, año de construcción, etc, como se ofrece en la visita al World Trade Center. O lo virtual compenetrado con los entornos físicos muestra todo su adelanto a través de la tecnología lidar, y su emisión de haces laser que permiten trazar mapas de lo invisible y descubrir restos arqueológicos de otra forma inhallables, entre otros usos.

Y otra ilusión perceptiva: muchos entienden lo virtual como un rasgo específico de lo hipertecnológico de nuestro tiempo. Pero en este caso, como en otros, lo que parece predicado solo de una época se ramifica en muchas. Podemos atribuirle a nuestra especie los atributos de sabia, miserable, violenta, compasiva, hipócrita, egoísta, artística, mendaz. Cada uno de esos predicados de ser traspasa la historia. Siempre hubo sabiduría e ignorancia, compasión y egoísmo, mentira y deseo de belleza, todo confundido en una misma jalea multiforme y contradictoria.

Lo virtual es la manifestación de lo que no se entrega desde su presencia directa, sino a través de una duplicación o representación de lo que está ausente. Y en contra de lo que parece, lo virtual así entendido en modo alguno es inherente solo a las tecnologías contemporáneas. Es un atributo del sapiens desde sus comienzos:

“Lo virtual no debiéramos entenderlo solo como realidad virtual, en los términos de la tecnología informática contemporánea. Lo virtual es, primero, un modo de presencia introducido por las imágenes o representaciones ya desde la prehistoria. Toda imagen de algo creado por el humano hizo de lo representado por esa imagen algo “virtual”. Por ejemplo: en las cavernas paleolíticas prehistóricas, los cazadores recolectores pintaban los animales que perseguían para sobrevivir. La imagen del bisonte pintada en la piedra ya era una “presencia virtual” o una representación respecto al bisonte real. Las imágenes quietas y estáticas del arte figurativo, desde la pintura, la escultura hasta las cinéticas del cine, son también una forma de creación de imágenes virtuales. Esas imágenes del arte, la fotografía y el cine, ingresan en el siglo XX como parte de la época de la reproducción técnica, en términos de Walter Benjamin” (9).

Lo virtual contemporáneo es así otra variante de la capacidad humana de representarse las cosas. Lo virtual es otra forma de la representación. La virtualidad actual es continuidad de lo virtual desde los comienzos. La pre-virtualidad de lo virtual. Y por esta extensión del atributo de virtualidad a la amplitud del tiempo histórico, podríamos incluso comprender la historia del arte como preámbulo de la humanidad virtual contemporánea.

Cada imagen pictórica sacra, mítica, histórico realista o romántica, representan virtualmente, por ejemplo, la vida de Francisco de Asís en el Giotto (lo sacro); el viaje mítico de Dioniso y Ariadna en el Tiziano (lo mítico); el asesinato de Marat en Jacques-Louis David  (lo histórico realista), o los paisajes de niebla, nieve y atardecer en Kaspar David Friedrich (lo romántico). Y cada estilo cinematográfico es la diversidad de representaciones virtuales de lo que acontece en el cruce entre lo humano, el tiempo y el espacio.

La relación de lo virtual contemporáneo con la sensorialidad del arte es una de sus experiencias más destacadas. La representación virtual digital interactúa con el arte, cuando en The last supper de Peter Greenaway, el cineasta galés amplia e intensifica los gestos, colores y atmósfera de La última cena de Leonardo.

Lo virtual no se contrae entonces a nuestros consabidos procesos tecnodigitales. Es un atributo inherente al sapiens desde su etapa cavernaria hasta lo virtual tecnoglobal.

Pero lo virtual incuba otra ilusión a desmontar: la de la  eliminación del espacio, del espacio físico y sus distancias. Una post-geografía o supresión de las lejanías espaciales, que surge por la tecnología de las comunicaciones instantáneas. Dos personas, una en New York y otra en Buenos Aires, pueden comunicarse al instante por video llamada, como si estuviese uno junto al otro en el analógico mundo físico. La comunicación instantánea entre interlocutores en lugares lejanos nos instala en la sensación de que ya no hay espacio remoto. Todo parece cercano. Otro espejismo tecnovirtual: el sistema de comunicaciones veloz y global es posible solo, como antes se recordó, por la mediación de ondas electromagnéticas a través del espacio amplio, físico, real; por una comunicación por ondas-mensajes en el espacio, y no sobre o fuera del mismo.

¿Hacia dónde nos llevan las tecnologías virtuales entonces? ¿Hacia más interacción y percepción del mundo real? ¿O hacia más aislamiento y encapsulamiento? ¿Su  uso principal será mejores armas informatizadas para el  control y manipulación de los pueblos? ¿La erupción del odio digitalizado y de la teatralidad virtual del ego narcisista no tendrá instancias de freno o autocrítica? ¿Lo hipertecnológico será el medio progresivo de la  inteligencia artificial hacia más automatización y robotización y mayor destrucción del trabajo humano en manos de robots más eficaces y baratos? ¿Se alentará una sociedad en la que ya no sea necesario poseer un auto por futuras flotas de autos inteligentes y autónomos que nos llevarán de un lugar a otro sin la carga de los posibles errores y peligros del manejar? ¿La automatización significará menos trabajo opresivo y más bienestar económico y crecimiento personal del sapiens, o más marginación y pobreza dentro de un capitalismo inmerso en un definitivo colapso moral? ¿Las máquinas que participan de la inteligencia artificial que permite a su vez el mundo online virtual potenciarán lo humano o lo reemplazará y sustituirá? ¿O será todo a la vez? ¿Evolución e involución combinadas?

Hemos recorrido solo algunos perfiles del tema, y ya habrá momento, quizá, para retomar esas “preguntas-lanzaderas”. Pero lo que es seguro es la importancia redoblada hoy de la elección ideológica en el uso de las nuevas tecnologías…

La energía nuclear nos emplazó en la ética de la decisión de la nueva tecnología. La responsabilidad moral de la decisión por su uso destructivo (Hiroshima, Nagasaki, carrera armamentística), o la decisión por la energía pacífica de los reactores nucleares.

La construcción humana del futuro real y virtual es a través de un tejido de decisiones de impacto ético. Como ciudadanos aun podemos elegir ser parte gozosa de la humanidad virtual, pero a condición de ser más concientes y críticos, y menos inconcientes usuarios de la cultura en línea que nos beneficia y maravilla, pero que también puede hacernos más dóciles y manipulables, y debilitar cada vez más nuestro estar en el mundo del espacio, los cuerpos y el conflicto real de ser humanos.


Citas:

(1)Ver Heidegger, La época de la imagen del mundo, en Senderos del bosque, Alianza.

(2)Ver M.Foucault, Vigilar y castigar, Gedisa.

(3)Ver Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas.

(4)Ver Jürgen Habermas, Teoría de la razón comunicativa, Tecnos.

(5)Ver Gilles Deluze, Post-scriptum sobre las sociedades de control y Jean-François Lyotard, La condición posmoderna.

(6)Ver Esteban Ierardo, Sociedad pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia, Ediciones Continente.

(7)Ver Ignacio Ramonet, El imperio de la vigilancia.

(8)Esteban Ierardo, Mundo virtual, Ediciones Continente,  p. 12.

(9)E.Ierardo, La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente, p. 70.


Photo by: emeraldschell ©

Hey you,
¿nos brindas un café?