Una socióloga rusa pergeñó el concepto de “homo sovieticus” para señalar a aquel ciudadano ruso que se siente cómodo viviendo en una sociedad totalitaria capitalista que ha heredado ciertos códigos de las instituciones comunistas: se refiere a un mal que atraviesa generaciones. El “homo sovieticus” vive en el capitalismo de oligarcas de Putin y disfruta del totalitarismo de mercado con los vicios autoritarios de la sociedad soviética.
En Argentina se podría hablar del “homo peronistus”, el ciudadano que se siente cómodo en el régimen autoritario justicialista: vive de las prebendas del Estado capitalista y defiende la filosofía de una solidaridad falsa (y boba). Acepta gustoso la dádiva sádica para difundir fervoroso la ideología oficial. Baja la cabeza frente a la pobreza y la corrupción del peronismo provinciano porque esto le permite perpetuar su sueldo en el Estado. El “homo peronistus” sostiene, feliz, una doctrina corporativista que excluye al pensamiento crítico y que justifica todo atropello sólo para mantener el poder de los peronistas. Vive sus horas reales en un country o con los dólares heredados del sindicalismo corrupto y mantiene una adhesión sentimental al jefe o jefa.
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