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arturo serna
Photo Credits: Carlos Llamas ©

Homero y la patria

En ocasiones, los poetas, perturbados por el alcohol delirante de sus versos, escriben ideas desubicadas. Los casos de Pound y de Eliot son solo un ejemplo de las barbaridades defendidas por los poetas. Es cierto que la lectura de los poemas es ideal para aliviar la pesadez de los mamotretos filosóficos y los aburridos ensayos de los filósofos. También es cierto que las composiciones liricas o épicas son brillantes creaciones humanas. No es menos cierto que a veces sus personajes pronuncian frases que pueden tomarse como el lejano antecedente de las estupideces de nuestro tiempo. Quizás esto tenga un origen histórico. Homero produjo uno de los monumentos poéticos fundamentales. Sin embargo, en una de sus edulcoradas escenas, el Ulises de Odisea dice: “Nada es más dulce que la patria (el país propio) y los padres”. Ulises, y con él Homero, se equivocan. La dulzura es un engaño. No podemos juzgar los hechos solo por el sentimiento. Si nos entregamos al sentimiento como guía de nuestros días, cometeremos actos indignos y crueles. Además, ¿qué es la patria? Mal que le pese a Hitler y Bolsonaro, nadie ha podido definir la patria con ecuanimidad. Nadie ha podido definirla.

La patria, esa idea abstracta, esa entelequia, ha sido el impulso de las más funestas acciones humanas: invasiones, guerras, matanzas. Como el cíclope cruel de Homero, la patria solo existe en la imaginación de los poetas. Y por esa alucinante creación, los hombres han peleado en vano y han destruido ciudades y barrios. Por la patria, un héroe ha dicho que es nadie. Si alguien dijera alguna vez que la patria es nada, el poema perdería fuerza pero los hombres ganarían la última batalla contra el nacionalismo, esa pasión perniciosa y errónea.


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