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esteban ierardo

Hogar destruido

En las guerras se mata a los humanos y a los animales. Y se destruyen los hogares. En la invasión rusa a Ucrania, miles de edificios y casas han colapsado por las bombas. El dolor por la muerte de los seres queridos se une al sufrimiento por el hogar perdido.

Se diferencia con frecuencia la casa o vivienda del hogar. La casa es recinto físico; el hogar es una atmósfera íntima, personal o familiar. El hogar se emplaza en un lugar material, pero pertenece a la trama espiritual de los recuerdos, el tiempo y la memoria, una sensación de privacidad, de ámbito secreto y propio, refugio y protección ante un mundo exterior indiferente, extraño u hostil. Eventualmente, la casa se embebe de lo hogareño, deviene casa-hogar.

En su origen ancestral, el hogar era el fuego, la fogata, como lugar de encuentro para el calor, el descanso y el compartir el alimento. En tanto hogar, todas las partes de la casa están impregnadas por la presencia de una o varias personas; por sus recuerdos, y todo el dolor, la soledad o la felicidad vivida en la intimidad hogareña. El hogar espiritualiza el ámbito físico.

Y cada hogar no se diferencia por su tamaño, por tener más o menos habitaciones, más o menos comodidades o carencias. Lo que diferencia a un hogar de otro es la invisible red de experiencias y tiempo allí experimentada.

Para el filósofo alemán Edmund Husserl (1859-1938), el mundo hogareño es “el mundo circundante privado”, el de la familiaridad, distinto al “mundo extraño”, el de afuera, de lo desconocido e inhóspito (1). El “estar en casa” se destaca como fenómeno subjetivo: los recuerdos de lo vivido en el hogar pueden conservase o trasladarse, eventualmente, a otro nuevo ámbito hogareño. El hogar aquí más se vincula con lo experimentado y construido en la temporalidad, que con un lugar material determinado, con el envoltorio físico de una casa o vivienda. Si la experiencia hogareña solo está en lo propio subjetivo, esa vivencia puede trasladarse a otro sitio. Pero nada libera de la contemplación del hogar propio destruido, desintegrado en las partes que antes fueron la unidad que albergaba y contenía a quien estaba “en su casa”.

Así, el lugar del último arraigo, del último hogar, no es abstracción intercambiable. Por eso, la pérdida de un hogar en lo que éste tenía de propio es irreversible, irreparable. A lo sumo se podrá refundar un hogar, pero no recuperar el perdido.

Y la espiritualidad implícita y silenciosa de un hogar es lo que un artista escritor puede recrear, desde la experiencia de su propio hogar, o de uno imaginado. Esto último es el caso del escritor argentino Manuel Mujica Laínez (1910-1984) en su novela La casa (1954) (2). Una casa que narra su pasado compuesto por las generaciones de las personas que la habitaron, que construyeron y compartieron la intimidad hogareña. El recurso literario para expresar el entramado de los sentimientos humanos, sus pasiones, virtudes y claroscuros, soledades y secretos; toda esa gama de emociones que, combinadas, hace de la casa un hogar.

Pero la existencia de ese hogar depende de la salud física de la casa. La casa destruida por las bombas de morteros. obuses, metrallas y misiles es aniquilación de la vida espiritual de lo hogareño, y de la condición del hogar como amparo, protección.

El hogar como amparo y protección es réplica del cobijo que, en la prehistoria, la psique encontró en las cuevas, en las cavernas del paleolítico. La cueva como refugio natural; y la casa-hogar como réplica de ese resguardo cavernario.

El hogar da amparo ante los peligros físicos (el de los elementos, las fuerzas naturales, los animales), o, en la mentalidad antigua, de las temidas fuerzas mágicas adversas que acechan, como la mala fortuna, la enfermedad o la muerte propinadas por el golpe del destino, o un daño sobrenatural. Por eso, la casa-hogar a veces fue pensada como un anillo mágico de resguardo. Esto es lo que testimonia la casa romana protegida por el lararium.

El larario o lararium era el pequeño altar situado en el domus, la antigua vivienda romana. Allí se daban ofrendas y oraciones a los dioses, o a los lares, los espíritus guardianes del hogar. El atrio era el patio principal de las casas romanas patricias. En ese sitio se encontraba el larario. En las viviendas más modestas de las personas humildes, se situaba en la cocina.

Podía haber más de un larario y, en todos ellos se rendía culto a los antepasados. Para gozar de su protección, cada familia veneraba a distintos dioses específicos mediante ritos y ofrendas diarios. No cumplir con esta adoración, suponía la desprotección del hogar ante diversas desgracias.

El hogar así es recinto íntimo que ofrece amparo, ya sea como sitio de una privacidad “burguesa” en la modernidad, o como ámbito mágico-ritual en la antigüedad. Y si el mal o lo sobrenatural se apodera del hogar, éste se convierte en casa maldita, embrujada, morada de entidades demoníacas; o de presencias fantasmales (como en la novela gótica de la literatura romántica).

Pero también el hogar es imán de la nostalgia del regreso; la querida vuelta a casa para de nuevo ser. Ese es el anhelo de Ulises al terminar la larga Guerra de Troya. Entonces, junto a sus marinos, emprende su aventura u odisea por el mar Mediterráneo. Así regresa, finalmente, a su hogar en Ítaca. Allí lo esperan su fiel esposa Penélope, y su hijo Telémaco.

La historia de vuelta al hogar familiar, es el centro del Nostos, un género de la literatura griega antigua. El tema del retorno a casa. Ese regreso es el de los héroes, decididos a recuperar el hogar, luego de muchas aventuras en mares, y tierras e islas desconocidas. La Odisea de Homero es el primer Nostos.

En la literatura moderna, el Ulises de James Joyce implica también una larga jornada de regreso al hogar por parte de Leopold Bloom. En la ficción popular, la serie Star Trek: Voyager, narra el regreso a la Tierra como hogar en la inmensidad cósmica. La fuerza por el retorno a casa se manifiesta también en el cine, como en Paris Texas, de Win Wenders, o El espejo, de Andrei Tarkovsky.

Y este retorno al hogar es lo imposible o difícil, para los cientos de miles de refugiados ucranianos luego de la agresión rusa. Miles de casas, receptáculos de hogares, fueron destruidos en numerosas aldeas, pueblos y ciudades bombardeadas. En Mariupol el 80% de las viviendas sucumbieron.

En uno de los pueblos recuperados en el este de Ucrania por su ejército, una mujer regresó a su hogar. Encontró entonces su casa semi destruida. Primero lloró, y luego una sonrisa se dibujó en su rostro. Pensó en la posibilidad de reconstruir. “Prefiero estar en el sótano, antes que dejar nuestro hogar”, le dijo a una periodista.

El deseo del hogar recuperado. Pero muchos solo serán hogares irrecuperables. Una desdicha que nos hace advertir lo distante de la evolución de la humanidad hacia la superación definitiva de la destrucción bélica; y hacia la conciencia del planeta como morada colectiva, como gran hogar de cada miembro de la especie sapiens. El gran hogar se relaciona, en definitiva, con el espacio, con el habitar en términos heideggerianos, con el residir en un lugar en el que confluyen el cielo y la tierra, lo divino y la mortalidad (3). Ese modo de existir es lo pensable, pero, a la vez, es lo muy lejano.

Lo cercano, lamentablemente, es solo la continuidad de la fuerza que, con sofisticada tecnología, mata a las personas y los animales.

Lo cercano es el tanque, en el amanecer, bajo un firmamento plomizo, que tapa el resplandor del sol. El monstruo de las toneladas de metal rueda y se detiene. Vuelan los cuervos. Un azul oscuro pinta el horizonte. El cañón apunta. Entonces, el disparo, la polvareda, el suelo que se sacude. Y el hogar se derrumba. Una madre vuelve días después. Encuentra su hogar destruido. Su llanto es más hondo que la tierra, su angustia más grande que los campos de trigo. Ya no tiene donde ir; a lo sumo, la caridad la ayudará. Pero nada la salvará, nunca, de la herida abierta, punzante, virulenta, que grita desde el fondo de su alma por los recuerdos, los humanos y los animales, sepultados bajo los escombros.


Notas

(1) Husserl es el creador de la fenomenología trascendental, importante corriente filosófica avocada a transformar la filosofía en ciencia estricta, y a explicar la subjetivad y su percepción de mundo.

(2) La vida de la casa de Mujica Laínez es la de su autoconciencia, pero es también los recuerdos de las personas que la habitaron como hilvanados en un tapiz: “Y en eso me parezco a Clara, en esa ur­gencia de tejer mis recuerdos como un tapiz, con hilos negros y con hilos de oro…”. Los recuerdos que la casa teje como un tapiz son, al final, los sentimientos íntimos de cada uno de sus habitantes, y los de la propia casa.

(3) Dentro de su filosofía, Martin Heidegger aborda el tema del habitar, el estar en casa, en “Construir, habitar, pensar”, o en su concepto de la cuaternidad, en La cosa, en Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal.

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