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Patricia Bolaños
Patricia Bolaños

Historias de Nueva York: Holy Ubers 

Hay una expresión en inglés para decir que no puedes más, que no te da ya más la vida, que estás hasta el mismísimo mondongo.  

Patricia Bolaños

Hace 3 semanas andaba yo tan tranquila con mis malabarismos de supervivencia, contenta de haber conseguido cierto equilibrio, cuando de repente llegó sin avisar el puto Enola Gay. 

 

 

Nueva York es así. Cuando crees que lo tienes todo bajo control (que no controlado), la ciudad te recuerda que este no es lugar para gente que se duerme en los laureles. Te las tienes que apañar como sea para buscarte la vida, o como dicen aquí: To figure it out. El maldito phrasal verb que más veces vas a oír. Se utiliza para todo: Que tu jefe te pide algo y tu no sabes cómo hacerlo, le miras a los ojos y le dices, “I’ll figure it out”. Que te proponen un plan pero no te apetece un cagao y no sabes cómo esquivarlo, tu pones boquita piñonera y dices “welllet’s figure it out”. Que Warren Beatty deja que Fade Dunaway lea el nombre equivocado al entregar el Óscar a mejor película, el bueno de Warren sólo piensa… 

 

 

Y tu venga a  figuring out, venga a  figuring out, pero el cerebro te escuece como si lo embebieran en tabasco de tanto pensar cómo leches vas a solucionar tus problemas. 

Cuando una avalancha de semejante magnitud te sobreviene existe un protocolo neoyorquino de emergencia: Respirar hondo, soltar el aire y pedir un Uber. Los mejores terapeutas en caso de tsunami emocional ya no se encuentran detrás de un escritorio o acodados sobre una barra acolchada. Son los conductores de Uber, siempre dispuestos a entablar conversación y compartir su  sabiduría callejera contigo. Y si no me creéis, atended.

El día que tenía que dejar mi casa en East Williamsburg decidí que no tenía tantas cosas que llevarme y que podía hacer la mudanza en Uber. Aquí es muy típico, mi amiga Clara llegó a encajar su colchón tamaño  queen size  en la parte de atrás de la versión americana de un Opel Corsa en su última mudanza. Así que con mi atillo apoyado en el hombro, esperé 4 minutos a que llegara el coche que me llevaría a mi nuevo barrio, Greenpoint. 

 

 

Llega el Uber y baja Mohammed, el conductor más sonriente que he visto en mi vida, y me ayuda a cargar las cosas en el maletero. Me mira a los ojos y me pregunta si estoy dejando mi casa. Y como suele sucederme cada vez que estoy infinitamente triste y un desconocido me hace una pregunta (aunque sea para pedirme la hora), antes de pronunciar una sola sílaba rompo a llorar cual dibujo animado japonés. Mohammed me mira paciente y sólo me dice:  

 

 

Entramos en el coche, me siento en el asiento del copiloto llorando desangeladamente, y le pido entre balbuceos que me cuente su historia, haciendo acopio de esa práctica tan humana de buscar el consuelo en el drama ajeno. Me mira intensamente a los ojos y me pide que busque en Google su nombre completo. Obedezco. Aparecen fotos, enlaces a vídeos y ¡oh dios mío!, hasta una entrada en Wikipedia. Y comienzo a leer.  Mohammed es de Pakistán. Fue un actor muy famoso de comedia en su país, hasta que un día le secuestraron unos terroristas talibanes. Cuando logró escapar tuvo que huir de su país, primero a Malasia y después a EEUU, abandonando por completo su trabajo, que era su pasión, para trabajar como chofer. El mes que viene hará 21 años que conduce taxis. 

 

 

Claro, ante semejante historia, el plato en el que había sumergido mi cara de mona porque ya no podía más se parecía más a una minúscula tapa de olivas. Me tuve que callar, sorber la mocada y restregar la manga del jersey contra la tocha mientras le miraba atónita. 

La mejor parte de la historia es la que me devolvió la fe en los seres buenos:  Después de contarle a Mohammed que me había quedado sin trabajo ese mismo día, cogió un fajo de billetes de un dólar que llevaba junto al cambio de marcha y me dijo que los cogiera.No way! Le dije. Y el me dijo: “Estoy seguro de que te va a ir muy bien. Cuando seas rica, en vez de devolverme 10, me devolverás 100.”  No acepté el dinero, pero si todo sale como él planea, le pongo un pisito en los Hamptons.

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