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Historias de Gatos para Adultos: El sueño de Bagheera

El sueño de los inocentes también puede ser un viaje turbulento. La pequeña Bagheera se aferró a Monchito, el peluche que la acompañaba a todas partes y, sin saber lo que le esperaba, se echó a dormir la siesta. El calor del mediodía y la danza de los cipreses que se colaba en sombras disolutas por la ventana la hipnotizaron. El tiempo giró en sentido contrario y la transportó a unas sábanas desconocidas para ella. El descanso junto a Monchito, en un rincón de la casa, era el cascarón de una historia de amor sepultada por el peso de muchas vidas pasadas.

El ambiente cargado de incienso y las voces orientales la recibieron en aquel territorio oscuro de la memoria. Una mujer la sostenía en su regazo y la acariciaba con nerviosismo mientras hablaba con un hombre alto y delgado como una espada. Los humanos coqueteaban y Bagheera sintió la necesidad de huir. Saltó y corrió por los pasillos de aquella vivienda fantasmal, repleta de mujeres desnudas y hombres derrotados. Corrió hasta el patio cubierto de nieve y se ocultó en el jardín.

Bagheera escuchó. Sabía que vendrías.

La gata giró y se vio reflejada en los ojos grises de un enorme gato negro. Vio su rostro sensual y se sintió mayor. El espejo de aquellos ojos la trasladó, en un destello, hacía el lago de tiempo donde reposaban sus vidas anteriores. Se vio habitando castillos blancos junto a doncellas libertinas; vio su silueta oscura entrelazada con muchos amantes, mezclando su mirada y sus vidas en un intercambio de pasión y tiempo. Leyó en los ojos ahumados de aquel macho la lujuria que la acompañaba desde su nacimiento en la noche de los tiempos. El gato la empujó con pasión y se internaron en la nieve, entre mordiscos y promesas, con la certeza de un amor sin medidas.

Cuando despertó de la siesta, el simulacro de muerte le entregó una imagen reveladora: amparada por el rojo de la tarde, su dueña, abrazando la espalda desnuda de un hombre, se adentraba en la habitación principal. Vio en sus ojos la misma entrega hacia la noche que vislumbró en la mujer oriental de su sueño. Descubrió en su risa el mismo gusto y la misma debilidad por la piel y por las sábanas. Sintió que estaba atada, por un lazo fuerte, a las delicias de la carne. Monchito, entonces, recibió un mordisco que encerraba algo de rabia contenida: ¿Dónde estaba el gato enorme que la amó? ¿Cuántas vidas tardaría en regresar?


Photo Credits: Sofía Salazar

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