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Fabian Soberon
Photo Credits: Les Haines ©

Hippie en Klippan

Silencioso, con el suave ronroneo de las olas a sus espaldas, deja la botella en el piso de madera. No está solo. Una mujer baja, bonita, un poco arrugada, le tira el cuello, como si lo quisiera sacar de la apatía.

María Clara señala los mástiles ajados de las naves. Son barcos que han quedado a la deriva: tienen las telas raídas, abandonadas.

El hombre sigue sentado. No se inmuta. María Clara se acerca y le habla en sueco. Él estudia la caída de la luz y se pone un brazo por encima de la frente. La mujer se ríe. Deduzco que son pareja. María Clara le pide que le explique. El hombre le cuenta que vive entre los barcos derruidos, ese es su país, su verdadero suelo. El agua blanda, pienso.

Ha vivido en diversas ciudades. En Dinamarca se entusiasmó con el movimiento hippie. Quiso llevarlo a Noruega y no pudo. Intentó en Gotemburgo, en los setenta, y la gente le dio la espalda. Pero no se arrepiente. Klippan es su pequeña isla de fantasía. Allí puede estar horas con su botellita de cerveza, con una caña de pescar y con su compañera. Se ríen y disfrutan del tímido sol de otoño.

Me doy una vuelta por la punta larga del embarcadero. Dejo que las olas abalancen mi nariz atrofiada. El aroma del restaurante se cuela entre las olas. Un viento fresco, aunque no helado, mece las lomas líquidas y el ritmo habitual de los ciudadanos en el puerto antiguo.

María Clara sigue con el hombre de la utopía postergada.

Hago unos pasos por la madera y siento el crepitar del suelo. Cerca de aquí, hubo una batalla entre daneses y suecos. Peleaban por la independencia. Me entero de que Suecia ha sido un país imperialista. Miro hacia atrás y tengo el puente que une la ciudad con una de las islas. Eso mismo, convertirse en una isla y perderse en el mar.

María Clara regresa y me cuenta todo como una traductora de culturas. El hombre se quita el calzado y estira sus pies. La mujer lo imita. Ambos siguen el tropiezo y los vaivenes de las gaviotas enloquecidas con la luz matinal.

Almorzamos.

Le pierdo el rastro al hippie. Estoy seguro de que sigue ahí, entre los mástiles helados y su isla desierta, entre vikingos desnudos y espadas enemigas, buscando el calor de la libertad y la risa fuerte que se abre paso frente al agua. Él es un resto de la búsqueda empecinada, es la huella fracasada de una batalla futura.

Me alejo. Las altas figuras de los barcos, el hierro que pulula en los rincones, el olor terco disparan la silueta de un hippie que ha ganado en el fracaso una forma de vivir al lado del espejo. Con María Clara bordeamos el puerto como sombras que buscan la felicidad en donde no está. ¿En qué difieren nuestras vidas?


Photo Credits: Les Haines ©

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