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César Valdebenito
César Valdebenito

Hawking

El cantante y su banda desafinaron durante todo el concierto, el asesino no se sintió defraudado ni deprimido ni molesto, realmente no estaba fuera de sí. Entró al camarín. Miró al vocalista y le disparó con su magnum del 78, la bala le abrió un agujero en el labio y le arrancó los dientes, le quemó la lengua y le abrió un agujero en la nuca por el que entró el aire y la sangre salió a chorros. El baterista, espantado, cerró los ojos, el pianista gritó, el bajista y la manager se quedaron con las bocas abiertas, miraron al vocalista que yacía sin vida.

―¿Por qué? ―gritó la manager.

―Desafinaba y eso no lo soporto.

―¡¿Estás loco?!―exclamó la manager.

―¿Creen que vine a tragarme toda esa mierda? Alguien tenía que sacarlo de su miseria, además, en cierto sentido, ya estaba muerto. Escuché su voz y me di cuenta que nunca se había sentido tan miserable y abatido.

El baterista, el pianista y el bajista no daban crédito a lo que escuchaban. Aquello era como una película de terror.

―¡Y a quién le importa!―gritó la manager, llorando.

Al asesino no le impresionó la respuesta, levantó el arma, se acercó a la manager y le puso el cañón en la frente.  Ella comenzó a sudar. “Es que no me fío de los músicos”, le respondió  y le atravesó la cabeza con una bala.

―Lo que tú digas amigo―afirmó el baterista.

―Lo que tú digas, pero esto es música punk―agregó el pianista aterrado.

El asesino se acercó a una mesita, se sirvió una copa de ponche y luego se acercó al pianista. El tipo salió corriendo hacia la puerta, entonces le metió una bala en la espalda y quedó estampado contra la puerta como un Cristo crucificado. El asesino le gritó:

―¡¿Así que ya no eres tan duro, así que es sólo música punk?! Vamos, dime algo maricón. Es sólo música punk, es solo punk… eres tan insensible y tan estúpido…

Todo parecía una obra de teatro, pero no lo era. El asesino apuntó al cuerpo sin vida y ¡bang!, ¡bang!, ¡bang!

―Adivina a quién acabas de liquidar―susurró el baterista.

―¿A quién?

―Al más grande pianista de una banda de Punk.

El asesino observó al baterista como si fuera un amigo de infancia.

―Supongo que desafinaba, pero no puedes negar que era un gran pianista… todos lo decían―agregó el baterista.

El asesino lo miró con amor y lo odio.

―Me estás hueveando, me estás…─dijo el asesino.

―No quise…

―Que no quisiste…

Lo apuntó con el arma.

―No, no, no, perdón, perdón, perdón…─gimió el baterista, mientras el bajista seguía aterrado contemplando la escena, sin saber qué hacer ni qué decir para ayudar a su amigo, el baterista.

―¿Así que soy yo el que no entiende lo que dices? ¿Así que soy el jodido hueón que no entiende nada?─preguntó sarcástico el asesino.

El baterista se echó a llorar. Luego, se levantó y le rogó que no le hiciera daño.

―No quiero morir, no quiero morir…

El caso es que el asesino sí lo entendía lo entendía muchísimo mejor que todos. Le apuntó a una rodilla y ¡pum!, le apuntó al cuello y ¡pum!, le apuntó a las pelotas y ¡pum! El baterista cayó de bruces. Sin vida.

El bajista estaba en el sofá mirando la escena, cerró los ojos, tirándose el pelo, aterrado por lo que veía venir.

―Amigo, no me creo nada de lo que estás diciendo. ¿Te has vuelto loco? ―le preguntó el bajista con lágrimas en los ojos.

Se veía muy honesto, se notaba que ya no le importaba perder la vida. El asesino se sentó a su lado y le dijo:

―El proyecto que había presentado para un programa de televisión me lo acaban de rechazar y en la radio no me dieron un aumento de sueldo, mi esposa está embarazada de un séptimo hijo, está sin pega, no podemos pagar el arriendo y una ex novia anda diciendo por la ciudad que soy un gay encubierto. Me gustaría decirte que soy feliz, pero no es así. No te imaginas la capacidad de algunas personas de impresionarse a sí mismas. ¿Cómo ser normal en circunstancias en que la vida no lo es?

El bajista lo observó inquisitivamente, abrió la boca, la cerró.

―Entiendo…. ¿Y qué vas a hacer conmigo?─preguntó el bajista.

―Supongo que no tengo muchas salidas.

―Pero esta es una cuestión delicada, hablamos de mi vida.

―Pues sí, pero esto es más grande que tú, me temo, más grande que tu banda y que yo.

―Quiero aclararte que no quiero morir de esta forma.

El asesino no dijo nada. No sabía qué decir. Por lo general, siempre tenía la frase adecuada y lista para ser disparada, pero con el bajista había vuelto a ser un niño asustadizo, pensó en lo disímiles que eran sus vidas, la del bajista y la de él, la de los cadáveres y la de él, y exclamó:

―¡Dios bendito!

―Sí, eso mismo. Alguien va a morir y no quiero ser yo.

Contempló al bajista por primera vez y se dio cuenta que era un tipo minúsculo, delgadito y chico como un pajarito, usaba pantalones negros, botas militares y camiseta negra. No parecía gran cosa.

―Pero nadie quiere morir―dijo el asesino.

De pronto, el asesino se echó a llorar, pero se secó las lágrimas de inmediato y dijo:

―Sólo quería asustarlos―se sintió confundido como un niño―, pero luego pensé que estaba en el lejano oeste. Una locura. Soy un cabrón como cualquier otro.

―Si estuviera en mi casa, estaría viendo La Guerra de las Galaxias ─ dijo el bajista.

―Mi película favorita.

―La princesa Leia es fantástica.

―Sí y Harrison Ford lo hace genial, soy un fanático de Harrison Ford.

―Una vez di una fiesta para celebrar el estreno de La Guerra de las Galaxias. Duró cuatro días, los invitados eran divertidos e ingeniosos, igual que Harison Ford.

El bajista sacó una botella de whisky y sirvió dos copas.

―Un whisky excelente ―dijo el bajista.

―Sí, es magnífico ─dijo el asesino.

Siguieron bebiendo y después de media hora el asesino preguntó:

―¿Quieres ir a un bar?

―Esta noche quería escuchar a Puccini.

―¿Y quién es ese?

―Un compositor italiano muerto, muy bueno. Yo te invito.

―¿Y qué hacemos con tus amigos?

―A la mierda, todos desafinaban.

―Te lo había dicho, sí, sí… Vamos a tu casa a escuchar a ese tal Puccini y después podemos ver La Guerra de las Galaxias.

―Vamos, creo que me estoy volviendo loco ─dijo el bajista.

―No creo que alguien como tú se pueda volver loco.

―Stephen Hawking dijo que en este universo hasta los seres más tranquilos podían volverse locos.

―¿Quién es Hawking?

―Un tipo que habla del universo como si él fuera Dios.

―Quizá voy a la cárcel.

―No lo creo, hay mucha gente que mata, sobre todo a sus mujeres, hijos o padres y jamás van a la cárcel.

Se rieron y salieron en dirección a la casa del bajista.

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