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paola maita
Photo by: Sean pyle ©

Ha salido del grupo

En algún momento, me saldré del grupo de WhatsApp de la familia.

Esto es un tema que S. y yo hemos conversado largo y tendido desde hace unos dos años. A medida que sigo migrando -porque creo que aún me falta tiempo para completar el proceso emocional que arranqué hace 4 años atrás-,  me persigue cada vez más la sensación de que voy perteneciendo menos a mi familia. 

Con el pasar de los días, que se suman en semanas, meses y años, toda yo me voy sintiendo más ajena a las conversaciones que mantienen los de allá, como a veces llamo mentalmente a mi grupo familiar que aún vive en Venezuela. 

Los niños se hacen menos niños y menos conocidos, los adultos más viejos y remotos, y las referencias que nos unían se esfuman cada vez más fácil.

En ese mismo grupo, está una de mis primas que vive en Chile. Ella envía fotos de sus hijas al grupo, pide ver fotos de los que están allí cuando comentan que están haciendo algo especial, y menciona que le gustaría estar allí cuando ve que se reúnen los que están en diferentes ciudades. 

En cambio, yo suelo ver estas fotos a deshoras. A veces cuando me despierto y allí es de madrugada, o cuando ya estoy a punto de dormir que ya no tengo energías para responder. Se siente como si todo el sentido de inmediatez que puede brindar el internet y la mensajería instantánea fuese devorado por los husos horarios que nos separan y la sensación de alienación de estar en un aquí diferente al allí.

Al ver las mismas fotos de esas reuniones, me alegra que se puedan reunir en medio de una pandemia y de la situación en Venezuela, pero al mismo tiempo siento que es una realidad que me pilla lejos como dicen los que ahora tengo aquí cerca en España.

Quizás haya quien me pueda decir un bueno, pero podrías escribir más en el grupo o hacer más intentos de comunicarte con ellos. Y tendrían razón. Al mismo tiempo, pienso que la distancia que se ha generado es sintomática y que no solo se trata de hacer un esfuerzo para sortear el bache de la poca comunicación.

La verdad es que cada mensaje que leo del grupo es un recordatorio de las distancias que nos separan. El sonido de las notificaciones termina convirtiéndose en una voz que me dice sigues sin pertenecer a este grupo.

Me educaron para pensar que las relaciones familiares son indestructibles y que tienen que ir por delante de cualquier cosa. Sin embargo, migrar me ha hecho cuestionarme qué tanto formaba parte del clan. Para mi no tan grata sorpresa, quizás la familia sea la primera patria en la que me he sentido realmente extranjera.


Photo by: Sean pyle ©

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