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Paola Maita
Photo Credits: caligula1995 ©

El guayabo que florece todo el año

Hasta ahora, jamás he dejado de maravillarme de las palabras que nos regalan los idiomas. Hace unos días, alguien me recordó una, maravillosa, del “dialecto” venezolano: guayabo. Para los que no son de aquí, la palabra está relacionada con el sentimiento de melancolía o despecho. Los psicólogos solemos llamarlo simplemente duelo o tristeza, pero seamos sinceros: Guayabo es más poético.

El problema del guayabo es que está siempre presente en nuestras vidas, seamos conscientes de ello o no. Alguna vez leí que siempre estamos en un proceso constante de duelo porque vivimos perdiendo cosas o personas. Sonará un poco dramático, pero es cierto. Si tomamos en cuenta que toma alrededor de un año el elaborar el proceso del duelo, ¿Realmente es lógico pensar que nos da chance procesar una pérdida antes de tener otra? La vida no suele seguir un cronograma estructurado de eventos, sino más bien todo lo contrario. Reina el caos.

No quiero ponerme quejica, pero realmente no imagino a alguien que no sea venezolano entendiendo el duelo por el que pasamos. Estamos perdiendo todo lo conocido, y a nuestros conocidos también. Ya sé que es cliché hablar de la migración masiva, de que los venezolanos estamos en todas partes o que como país vamos en caída libre; pero creo que las palabras no me alcanzan para describir el dolor y la tristeza que veo en otros y experimento por cuenta propia cada vez que hablamos de los que se han ido o de lo que ya no es posible.

La vida de los venezolanos no da tiempo para elaborar duelos, o para recoger los frutos de nuestro guayabo. Estamos en miles de cosas al mismo tiempo, y cuando nos sentamos a pensar en lo que sentimos, poco queremos saber de la tristeza o del guayabo.

Para mí, el pasado miércoles 6 fue un día horrible. Fue un día que recogí unas de las más grandes cosechas de guayabo porque sumé a mi lista alguien, muy importante por demás, que se va de mi vida y del país. Estuve despierta toda la madrugada siguiente, hablando con dos amigas que, oh sorpresa, no viven aquí. Los años de análisis personal me obligan a mirar a la tristeza a la cara y no evadirla, o al menos a airearla en mi balcón en la madrugada.

Sé que no soy yo solamente, que mis amigos coterráneos viven sus propios guayabos: los que están fuera por la vida y las personas que dejaron aquí dentro; y los que estamos dentro por la vida que estamos dejando de tener y por los que ya no están, sea porque han muerto o se han marchado. Al menos no estamos (tan) solos.

A todos mis paisanos les recuerdo la triste belleza de la palabra guayabo, y les aseguro que los guayabos florecen bien en el frío de las madrugadas.


Photo Credits: caligula1995 ©

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