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Guataca Nights NY

Guataca Nights NY: La guitarra humana de Aquiles Báez Trío

Última estación de la gira en USA: Nueva York.

Una vez más la luz en la calle antecede al inicio de otra producción. Se acerca el verano y la claridad del día, alcanza casi hasta la hora del concierto. Ese mismo sol que todavía se percibe, ha acompañado al Aquiles Báez Trío en todo su recorrido por la costa este de Estados Unidos. La gira, que en Nueva York alcanza su penúltimo destino, llevó a Gustavo Márquez, Adolfo Herrera y al mismo Aquiles por Miami, Orlando, Baltimore y Carolina del Norte. Hasta hace unas horas, Manhattan se ofrecía como la última parada antes del cierre del Venezuelan Beat Tour en Toronto, durante el LulaWorld Festival 2016. Ya es una realidad.

Los músicos han recorrido miles de kilómetros entre presentaciones, aplausos, y maratónicas sesiones de autopista para llegar a Nueva York. “Rafa” Urbina ha estado acompañando y dirigiendo cada uno los pasos que ha hecho posible volver a reflejar las luces de la gran manzana sobre el escenario de una Guataca Nights. DROM, en el Lower East Side, volvió a servir como punto de reunión, celebración y re encuentro. La décimo cuarta Guataca sostuvo la mirada devuelta de un abrazo. Báez, que vivió en la ciudad durante casi dos décadas, no hizo sino volcarse una vez más en la frenética energía de la ciudad. Aquiles y el trío, estaban en casa.

Para abrir el concierto, la talentosísima (y muy joven) María Fernanda González, “Mafer” Bandola, de la región larense, estuvo a cargo de mostrar no solo su destreza, sino una bitácora del repertorio con el que ella y su bandola, recorren el mundo. Venezimba, Gaban, Pegajoso y Zumba que zumba, fueron algunos de los temas que abordó. La peculiar bandola tuvo un sitio distinto en sus manos, al tratarse de un instrumento cuya ejecución, hasta hace poco, se reservaban solo “los hombres”.

Apenas presentados los músicos en la tarima, Aquiles, sin decir nada, empieza a tocar la guitarra, con una gran sonrisa. Pasa un pequeño switch de ajuste al instrumento y empiezan los primeros acordes de A mis hermanos. Un rasgueo inquieto y constante, da la entrada a Márquez en el bajo y Herrera en la batería. El tema avanza y Aquiles sigue con sus ojos cerrados. Asiente y oscila con la cabeza lentamente. La fuerza de la batería, que en varios momentos de la noche parecerá desarmarse, hasta ahora solo disimula su potencia. Si el concierto fuera un río, los tres músicos estarían asomando la barca.

La melodía vacila como una serpentina caprichosa en el aire, impredecible. Un pequeño lapso ofrece el primer solo de guitarra de la noche, mientras que Márquez, imita el gesto de Aquiles y decide también cerrar sus ojos, concentrándose. El pulso del primer tema acelera, para que frenética, la energía de Adolfo Herrera deslumbre con una explosión de platillos que marcó el cierre. Sonríen todos. La risa será el idioma común en el escenario de DROM durante toda la noche.

Para ella arranca con un rugido unánime de la banda. Aquiles, quien todavía mantiene sus ojos cerrados y las manos avocadas a una ejecución muy cuidadosa, levanta un poco su cabeza, como buscando escuchar (o constatar) mejor la música que los tres hacen aterrizar frente a todos los presentes. Las cuerdas de su guitarra parecen profesar las palabras de la canción. Es un comentario al borde del lugar común pero es así, escuchando a Aquiles tocar, podemos tararear una letra que no escuchamos.

Herrera, ya entrado en calor, empieza a jugar con sus muecas características: son parte de su ejecución. Márquez sigue ofreciendo su sonrisa plena tras su enorme Utrera Custom Bass de seis cuerdas, un contundente bajo venezolano. Sorprende con un solo que recuerda las vibraciones más profundas de cualquier pulso humano. En breve llegará el estribillo “me gusta cantar, me gusta cantar” y será la primera vez que suenen voces durante el concierto. Las caras de muchos presentes están absortas, alegres, con la mirada puesta en cada movimiento del trío. Muchos colegas de la música, han venido a ver a quien no dudan llamar maestro.

For Collin mantendrá esa atención, con una preponderancia del rol de bajo y guitarra, furia de cuerdas en un vaivén. “Parece el soundtrack de una película” comenta alguien a mi lado. Aquiles, moviendo muy rápido sus brazos, consigue una tensión que revienta Herrera con el pulso de sus baquetas. Con mucha expresividad, tras la batería, le sorprende encontrar los sonidos que provoca. Le asombra la música que consigue con su propia percusión. 

Para La casa azul Aquiles no solo ha abierto los ojos, saludado y presentado brevemente los temas tocados hasta el momento, sino que se extiende un poco sobre el repertorio. El siguiente tema remite a una casa en la Vela de Coro, al occidente del país, donde estaba la casa de su tatarabuelo. Con un tono nostálgico, un delicado intro de guitarra y una clara remisión a la energía de los ancestros, la melodía trajo una onda frágil y reflexiva.

La cadencia de la música parece la del mismo viento arrastrando algo por las calles de Coro, ciudad famosa por la fuerza de sus brisas. Herrera acompaña con un roce mínimo las hojas de la batería. Aquiles llama a unas notas agudísimas, puntuales. Luego de la incorporación del bajo, retoman la melodía del principio. Detrás de mí sentí el comentario “celestial” de alguien que suspiró al cerrar la pieza.

De allí el acelerador llevó a Baiao que empezó con un redoble de baterías, como de marcha. ¡Wepa! Fue la palabra clave y masiva que despertó la inquietud de los hombros, para quienes todavía no se atrevían a bailar con otra parte del cuerpo. De nuevo, guitarra, bajo y batería al unísono. Un par de gritos se dejan colar entre la emoción, Márquez se dedica a otro solo, con el ceño fruncido y Adolfo dinamita la escena, explotando. Le siguieron La montaña, de la que Aquiles dijo: “El Ávila es algo que ves y sabes que algo mágico se está acercando… yo vi la montaña y sentí que la música venía”, es esa música inspirada en la omnipresencia natural de Caracas, a la que asistimos antes de escuchar Lection, influenciada con sonidos del medio oriente, dedicada a Anat Cohen, amiga, clarinetista y saxofonista del mundo musical en Nueva York.   

San Rafael determinó la incorporación de las voces femeninas a la noche. Para ello, Aquiles invitó al escenario a Lucía Pulido. Una risueña mujer que impulsó desde la primera sílaba de la canción, una voz larga, nítida, intensa, sobre el espacio de DROM. “Mañanita que cantas junto a la aurora…” alrededor del tono de su voz, no quedaban sino las líneas de polvo delante de los focos. Con voz, guitarra y bajo, se abrió paso al joropo vertiginoso que, ahora sí, activó las palmas que marcan el ritmo y sacó a muchos presentes de sus asientos, para armar una coreografía. La estancia de Pulido continuó con Así dice mi negro o “así dice mi afrodescendiente” como bromeó Báez antes de empezar el tema.

La pauta de entrada la marcó Adolfo Herrera, quien entre el agite, sus gestos y el calor, ya se recogió el pelo. La batería marca una armonía potente con su cuerpo, no es una extensión del mismo, sino otra parte del mismo. Le imprime una fuerza al ritmo que quienes están bailando, agradecen. Antes del final, Gustavo ejercitó una práctica con las cuerdas del bajo, haciéndolas sonar como tambores, justo antes de que ya en silencio, Aquiles se quedara a solas, jugando y soltando, para desafinar, las cuerdas de su guitarra.

La segunda voz que acompañó el recorrido, fue de Claudia Acuña, invitada especial de la noche. Quichimba, un tema de la costa, específicamente de Barlovento, empezó guiada por los aplausos que la misma Acuña definió, marcando el ritmo que quería que todos siguieran desde el público, para poder incorporarse. Vestida de color naranja, abrió el coro que inmediatamente todos repitieron: “¡Ay comadre, comadre, comadre!, a este momento, no quedaban demasiadas personas sentadas o ajenas a las ganas de bailar y aplaudir. A todos en escena les gritaban pidiendo más y más temas. El tema continuó con una “chilenada” como dijo el propio Báez y se trataba de un clásico: Acuña interpretó Gracias a la vida, el mítico tema de Violeta Parra que Mercedes Sosa inmortalizó.

El cierre animado e incontenible no pudo sino acoplar toda la energía y emoción acumulada en DROM. En efecto, ya todos estábamos de pie, siguiendo la destreza del Aquiles Baez Trío, envueltos en sus acordes, en la capacidad para adaptar la tradición a un formato estético propio, decantado, fruto de la distancia, del encuentro, del ir y venir entre corrientes sonoras. Cachamay enciende la pista y listos, bailando, Aquiles despide el concierto con sus palmas y su voz: “¡pa, pa, pa!” llamado al que todos responden imitándolo. Para el fin de esta Guataca, el calypso venezolano reventaba las bocinas de un local en el Lower East Side, mientras el trío y la guitarra humana de Báez se entregaban una vez más, a la fascinación que vive y late entre el Hudson y el East River en Nueva York.


Photo Credits: Kathy Boos

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