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Guataca Nights NY

Guataca Nights NY: la canción libre de Juancho Herrera

NUEVA YORK: El Subrosa nos recibió con las puertas bien abiertas y el pasillo de su entrada completamente despejado. El calor invita pronto a buscar la sombra y el frescor propios de su nivel más bajo, donde está la tarima. Ya en las escaleras, pienso en cómo mes a mes, se van sumando ecos de todas las voces que han protagonizado las Guatacas. El lugar se está convirtiendo en un espacio de memoria afectiva para los presentes. A la hora pautada, Ernesto Rangel toma el micrófono y presenta al músico de la noche: Juancho Herrera. Así como estos conciertos han servido de plataforma para el talento latinoamericano en Nueva York, el mismo Herrera, en palabras de Rangel es también un «abridor constante de caminos», así lo evidencia la iniciativa del Colectivo Sur, del cual forma parte. Esta noche el repertorio incluirá una selección muy rica de toda su discografía incluyendo todos los temas de su último disco: «El mismo sol». Cuando Juancho se monta en el escenario, un fuerte feedback del monitor corrobora lo dicho. La octava Guataca Nights New York empieza con un cantautor y su imaginario propio.

Tras los primeros acordes de su guitarra dorada, empieza «Abrecamino», un tema con propuesta vocal alargada y que tiene en su espíritu, la motivación de una tonada. La voz de Juancho ofrece junto a su guitarra una sinergia natural. Si porque canto me arrestan, me la pasaré llorando… ¿Por qué no arrestan a los gallos que se la pasan cantando? Así entra Yayo Serka desde la percusión y a su vez, Dana Leong con el trombón. Toda la propuesta del set está regida por la idea de los conflictos: personales, sociales, territoriales. El exhorto de este primer estribillo es claro en ello:  abre cabeza, poesía que despierta, en esta vida se paga hasta el olvido. El juego de voces en el coro gana con la armonía de Nikolett Pankovits en la voz.

Este inicio marca la pauta hacia la reflexión, con el tumbao urbano entre crítica e ironía. Herrera descree del purismo en los estilos. Domina la composición musical y se sirve de las letras para contar. Saludando el recuerdo del Cambalache de Enrique Santos Discépolo, interpretó «Infierno en la tierra» que es también un dibujo de la realidad callejera: si puedo te piso, te agobio. Siento una vara en el pecho cuando veo tanta gente con la barriga apretada. La violencia y la ternura. El andar de un tipo con su guitarra notando al reguetón en la calle mientras la batería marca el compás de una marcha. ¡No te pongas triste que vamos bien! dice la voz del optimista pillo que rige la canción. De ese paisaje urbano, cruza al nacional. Jerusalen es una pieza hermosa que nace del dolor que genera a su autor haber sido testigo de la desunión que azota esa tierra. Las flores cuando crecen no reflejan fronteras… a este mundo vinimos sin destino y sin ideas. Piedra sobre piedra esperaré, Jerusalén. A la tierra que canta la conoce y de hecho, dejó en ella su registro en 2011 cuando grabó el cuatro para un disco del cantautor israelí Idan Raichel.

A Herrera le gusta jugar con aquella condición que hizo del merengue un género con melodías alegres y letras sarcásticas. Con ese ánimo, nos entregó una versión del Gallo Pinto en clave de landó peruano. Tras pedir que lo acompañaran con unas palmas y al ritmo del coro ¡Yo voy a mi gallo pinto! la banda entró en calor con par de solos de trompeta y cuerdas. Juancho hace que el local reviente en aplausos. Tras ese frenesí, soltó la guitarra y tomó su cuatro venezolano. Al hacerlo y empezar su rasgueo, sonrió. Se quedó acompañado de la batería con Yayo. Tras ese pasaje, presentó a la banda: Dana Leong en trombón, Ben Zwerin en bajo y voz, Yayo Serka en el cajón, conga y batería y Nikolett Pankovits en voz. Luna lunita llegó de la mano (y la voz) de una invitada especial, desde Argentina: Jacinta Clusellas. Ronca, lenta y delicada, la tesitura brindó un cambió. Después de la tormenta siempre viene la calma. La guitarra y la trompeta oscilan lentamente alrededor de su voz. Voy a sumergirme en las lágrimas, luna, lunita.

Con la incorporación de Nikki Pankovits continuó el frenesí de las palmas con dos motivos: las manos encima del cuatro, que honestamente, parecen volar a toda velocidad dejando en ello ese sonido explosivo que tanto disfrutamos, y el ritmo de un golpe criollo con un estribillo irresistible: ¡Al estado que llegó Montilla, al estado que ha llegado! el local zapatea y brinda con emoción la destreza en las cuerdas de Herrera. Acelera cada vez más generando alegría. Pam, pan, pam pan, suenan las palmas. Un hombre tan valeroso y a Montila… (silencio) Lo han matado. El agitado «Montilla» estuvo seguido por «Yo te canto» tema clásico de la situación de barra durante la noche. Cartera de leopardo y mirada seca, yo te canto hasta la madrugá. Para el cierre del primer set sonó el tema homónimo del disco «El mismo sol»  haciendo alusión a las tensiones fronterizas entre países y llamando a su conciliación. El propio Juancho nació en Colombia y creció en Venezuela, cosa que dota de certeza la letra del cierre: No existe la razón  si no existe el perdón. Todos queremos justicia y paz.

Para «Salta» el llamado es a vivir. Con desgracias y aciertos. Sal a ver y verás, sostiene el tema con una súper participación del «increíble» Josh Deutsch en la tromepeta. El ascenso escalonado de la banda consigue en la guitarra su definición. El unísono de las trompetas marca el cese y para la vuelta, el aterrizaje fue con «I´ll be waiting» quedándose solo Yayo, Juancho, Zwerin y Pankovits en el escenario. «Alumbra» vuelve a la picardía de la crónica en la vida nocturna con un billete que siempre mata galán. El trópico y el merengue festivo son medulares para articular lo que sigue. Sumando un sabor zuliano y volviendo al cuatro, llega «Maña que acaba» alternando el rasgueo con pequeños golpes a la madera del instrumento. Hubo un comentario frecuente en el recinto: «parece que sonara una orquesta». Efectivamente Juancho con las cuerdas es indetenible. Su nudillos hacían una percusión acompasada con el ritmo veloz del cuatro. La percusión entró con los metales y con un punteo de bajo que los perseguía.

Desde la academia, a Juancho le incomodó el ajuste a «un» género exclusivo. Su apuesta recorre el jazz, el soul, el merengue, el folklore y el rock. Atento a la universalidad expresiva, llamó a Nikki Pankovits para interpretar «Szaz Panasz» un tema del repertorio húngaro con su lectura latina. Un momento delicado e íntimo llegó para complementar la reflexión y la consciencia sobre las rupturas y uniones en las relaciones humanas. La emoción le ganó el lenguaje y a la barrera del idioma. A Pankovits solo la acompañó la guitarra y un golpe tenue de percusión. «Pregon» es un homenaje a los «Street Vendors» con una analogía: así como ahora hay vendedores de software que suponen soluciones para todos, en las aceras, habría que pensar en las épocas en que alguien, también en una acera, ofrecía escribir cartas, plasmar emociones: ¡Traigo semilla! repite Herrera, bajo un ritmo que es en sí, un pregonar.

Para el cierre, atando cabos, invitan de nuevo a Jacinta para «Domar torbellinos» una pieza conciliatoria frente a todos los nudos planteados. Bajo, batería, voz y guitarra. Se queman los navíos… canto para procurar lo que al andar no consigo, repiten todos en coro. La última pieza nace de los naufragios. No solo los de barcos sino los de fantasías, quimeras, falsas promesas de otra orilla. «La costa engañosa» acompañada del poderoso riff de Juancho habla de la bruma que nubla, impidiendo ver. La banda en pleno conectó con «Buscando» buscando la vida, buscando el corazón para, entre aplausos, complacer con una pieza más. No los dejaron terminar así no así. Con esos mismos aplausos se sumó un popurrí que incluyó golpes sonoros de la costa venezolana: ¡Hueso con hueso, hueso! repetían ellos y repitió encendido, todo el local. Suyos en la admiración, nos despedimos. La canción de Juancho Herrera nos había dejado bajo el mismo sol, una vez más.


Photo Credits: Kathy Boos

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