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Gran insomnio

MEDELLÍN: Tal vez era pasada medianoche y yo apenas comenzaba a deambular en los primeros parajes del sueño. Fue cuando la escuché llorando.

– ¿Qué pasas, Bonita? – le pregunté, pero ella no me contestó.

Se apartó de mí. Giró entre las cobijas y me dio la espalda. Sin importarme fui con mi mano a buscar su cabello y allí me quedé, tratando simplemente de permanecer allí, no irme, que supiera que estaba. Yo no intentaba impedir que llorara, no tenía sentido. Ese llanto inagotable y secreto al que yo no tenía acceso. Ella no me necesitaba, si no me encontraba presente a ella no le importaba, pero iba a quedarme, siempre, a un cuarto de sus oídos.

Dibujé figuras de elefante y un jardín negro en su cabello, y con las yemas de los dedos, acaricié una y otra vez el lóbulo izquierdo. Su tibieza era bastante para mí, aunque en todo caso no suficiente. Me gustaba imaginar que era yo quien podía estar, nadie más, pero para ella… oculto, no era mi culpa, suya tampoco.

El llanto no cesaba, tampoco incrementaba, permanecía plano, constante, inalterado, el suspiro inevitable de una tristeza secreta. Como un cualquiera, un repetido, comenzó a dolerme no poder hacer nada, que no bastara mi presencia, agotado en ella. Fue cuando encendí la radio porque no quería escucharla más, no podía, me dolía más a mí que a ella. Tuve suerte y di con un programa de Dexter Gordon. Simplemente me quedé escuchando y entrando en una noche para mí. Camino de roca ligera con paredes pintadas de azul, dormidas en la oscuridad. Más allá una luz de neón que titila roja asustando a las demás. En la puerta un hombre mucho más alto que yo fumaba un cigarrillo. Me ofreció uno y yo que soy débil al tabaco lo recibí. Del interior venia una música seductora, Gordon sentado en un banco de madera junto a un pianista. Sonreí, de esa manera en que sonrío, la equivocada, la que no funciona, pero sonreí. Antes de cruzar la puerta del todo, alguien puso la mano en mi hombro, y no era nadie, era mi propia mano que me recordaba que aún estaba con ella. De mi sonrisa ¡puf! Quisiera tener por lo menos la equivocada.

Dormir no parecía una opción, no me encontraba en la capacidad de dejarla sola en tremenda oscuridad, mientras yo me adentraba en el sueño, lo que es ridículo; ella iba a estar allí también, aunque no lo supiera o no quisiera saberlo. No se detenía y su rostro se hacía frío en mis manos, la distancia que no se esfumaba con un beso, labios que no susurran nada, nunca iba a ser yo. Sin ella, tal vez. Si durmiera, aún entonces, me quedaría despierto. No concebía la idea de que despertara y no estuviese a su lado, sola en el vacío, independiente de que para ella el vacío. Yo.

No entiendo ¿qué hacía? Lo mejor era irme, entregarme a algo diferente, regresar al bar y escuchar dos o tres canciones, pedir una botella de whisky, reír un rato y despertar como me correspondía, solo. Pero de ninguna forma partir, estaba ligado a algo para lo que no tenía médula, mi vientre tan delgado y estúpido; la melancolía no podía ser remediada con tanta simpleza, aunque ya no iba a dormir hasta que ella dejara de llorar y me sintiera. Que lograra sumergirse en una sonrisa oculta y… pero no, ya nunca más volví a dormir.


Photo Credits: gyerage

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