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Gefirofobia

Tras evacuar el bullicio intenté sostenerte pero
aquello que mis brazos rodearon, yo no pude.
Tu cercanía, añorada de minuteros incontables,
esperaba me esfumase en la singularidad de tus manos,
pero en vez, me zumbo de cabeza contra el suelo y
enmudeció mi voz.
Que insuficiente me sentí al soltarte.
Ciertamente, de pie, frente a nosotros, estaba el muro:
encorvando su espina para saquearnos aquel momento,
estrechando con esos dedos huesudos su máscara,
para presentar una sonrisa,
y así desvanecer mi voluntad de amarte.

Pero es que tu tiempo no fue el adecuado, y
te había pedido, enfático, que no trajeses tu sombra;
fue natural mi enmudecer.
Quería querer quererte,
mas solo podía pensar en volver al bullicio
y alejarme de tus tristes ojos enjaulados.
Ahora temo el no quererte… ¡cuán volátil mi corazón!
Quería tu aliento húmedo, pero ya no más; creo.
Quería tu piel de piedra tersa, pero ya no más; creo.
Quería tu mirar, tus oídos, tu paciencia,
tus labios que se despliegan encendidos, pero ya no más.
Se han convertido en un puente, ubicado entre el bulto podrido
que te sigue los pasos, y yo.

Hoy, si te percibo, lo cruzo.
Si me regalas tus cabellos rulos, lo cruzo.
Si tu pecho vierte inefable mi nombre, lo cruzo, reacio.
Y es que ese puente decaerá a un ritmo extraordinario
dado el peso implacable de mi repulsión.
Inclusive si a filo raso cortase los cables al anclaje vecino,
aún vería sus ruinas colgantes, flácidas y aborrecibles.
Jamás me permitiría el deteriorar tu preciosa estructura,
así que dejaré de percibirte.
Te quiero viva y radiante, no turbia y pestilente;
pero tu puente cruza el río hasta el pantanal.
Así que actuaré ignorante e ingenuo: habré de preservar
a ese río, ancho un río.


Photo Credits: Erin Stoodley

 

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