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daniel campos
Photo by: jinchin lin ©

Garzas al anochecer

El ambiente se sentía cargado cuando llegué, al morir la tarde, a mi recoveco preferido a orillas de Prospect Lake. Un joven mexicano escuchaba música melosa en su teléfono. Sentado en una banca junto a su bicicleta motorizada de repartidor de comidas a domicilio, tenía cara de sufrimiento por despecho.

Al lado de unos arbustos cercanos, dos hombres jóvenes se comunicaban en señas. A pesar del silencio, su conversación parecía airada, debido a la vehemencia de sus gestos y a sus expresiones faciales: ceños fruncidos, rostros rígidos, ojos entrecerrados, miradas de fuego. Me coloqué frente al agua y no los miré más, para darles privacidad. Pero sentía las vibraciones fuertes de su pleito de amantes.

La tensión humana en el ambiente contrastaba con la suavidad de los azules del cielo, el resplandor naranja y rosa de los cúmulos, la silueta verde oscuro de los robles y arces en la orilla y los reflejos lánguidos del atardecer sobre el lago.

Cuando el chico mexicano puso música de Ricardo Arjona, sentí el impulso casi irrefrenable de irme. Pero una corazonada me detuvo. Miré hacia los troncos caídos sobre el agua en los que habitualmente encuentro garzas. No había ninguna. Sin embargo, percibí de reojo un movimiento en las ramas altas de un árbol. Agucé la vista.

Una garza se acicalaba el pecho y las alas con el pico en forma de daga. Por la oscuridad no la pude identificar, apenas reconocer su silueta, patas largas, cuello en S y un ligero penacho. Quizá se preparaba para pernoctar en la rama o tal vez esperaba la noche para forrajear o pescar a orillas del lago.

Mientras la observaba, otra garza surgió entre algunos juncos. Voló a ras del agua. Con su cuello recogido y sus patas extendidas mediría un metro. Se detuvo brevemente entre pastizales a mi izquierda, pero se arrepintió, alzó vuelo con un batir lento de alas pardas, recorrió la extensión del lago hasta la orilla opuesta, elevándose poco a poco, y se posó en la copa de un árbol.

No me di cuenta cuando se acabó la canción de Arjona. Tampoco cuando se fueron los amantes enfadados. Las garzas me habían regalado la paz de su presencia al anochecer.


Photo by: jinchin lin ©

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