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miguel teposteco

Futuros oscuros, cambios de raíz

En una conversación en la oficina, un día cualquiera, alguien entre los colegas preguntó quién reciclaba. Sólo una compañera levantó la mano, los demás nos quedamos callados. Cuando los ojos se pusieron encima de mí me limité a decir: “No lo he hecho, supongo que por ignorancia”.

Este suceso me hizo preguntarme sobre el debate que existe entre el valor de las acciones ciudadanas en contra del cambio climático y la idea de que separar la basura en casa no hará temblar a un sistema económico mundial contaminante. Que la publicidad de cuidado ambiental es aleccionante.

Sin embargo, estoy lejos de creer que admitir los profundos problemas estructurales de la industria moderna exima al ciudadano promedio a bajar su consumo de productos que dañan el planeta tierra. Si lo vemos desde un punto más particular, cada cabeza en ciudades y campos debería pensar en cuidar su entorno, compuesto por plantas, animales y otros seres humanos. El cambio social está relacionado tanto con el cambio inmediato empresarial como con el impulso colectivo para construir nuevos futuros.

Tras la Guerra Fría y la Caída del Muro de Berlín, las preocupaciones a nivel global se fueron reformando. Aunque seguía latente, la amenaza de la energía nuclear iba siendo desplazada por la presencia del terrorismo, de las dictaduras que sobrevivieron a finales del siglo XX y asomó un tema nuevo que en ese momento, en la transición al nuevo siglo, sonaba disparatado: el cambio climático.

Sonaba tan mal y colocaba tanta culpa sobre los hombros de la civilización humana que costaba creerlo. ¿De verdad las acciones de esta especie de primates pudo, en menos de un millón de años, transformar el entorno físico de un planeta? ¿De verdad los que apenas hace unos millones de años se columpiaban por los árboles podían derretir glaciares y afectar el comportamiento del mar? Y aún peor, ¿sin pretenderlo? Para muchos sonaba a teoría conspirativa.

Las llamadas de atención tampoco funcionaron. De parte de la política, el exvicepresidente Al Gore sacó a la luz en 2006 el documental An Inconvenient Truth, en el que difundió para el público masivo el problema del agujero en la capa de ozono con pruebas científicas que, también en ese tiempo, sonaron alarmistas. Sin embargo, literalmente el agua empezó a llegar al cuello de otros habitantes del globo: los animales y plantas que tuvieron que vivir abruptos cambios en sus hábitats que, entre muchas otras cosas, implicaron la muerte y hambruna de millones de seres vivos.

Más allá de las advertencias casi bíblicas, la posverdad se cruzó a favor de las empresas multinacionales. Aunque no se sabe si voluntariamente o no, la idea del cambio climático como un mito o una “teoría conspirativa” llegó a varios paladines del capitalismo, incluyendo Jair Bolsonaro y Donald Trump. Podía ser una conspiración de Rusia, de Putin, de China, del progresismo mundial, de quien sea. El cambio sistémico a favor del medio ambiente se desaceleró, y pese a los acuerdos como el de París firmado en 2015 (que solo el 20% de los firmantes ha aplicado), algunos nos preguntamos si era posible dar reversa a la guadaña del Apocalipsis.

En este contexto, ¿cómo podemos construir una agenda a favor del cuidado del medio ambiente? ¿Estamos a tiempo?

Otra pregunta válida sería saber si los esfuerzos actuales han tomado un camino correcto. La respuesta no es alentadora, porque las reglamentaciones internacionales han sido blandas y han perdido terreno ante deseos políticos, como los expresados por Donald Trump, en Estados Unidos y por el gobierno de Israel.

Por lo tanto, mi propuesta está sustentada en la necesidad de un cambio sistémico que vaya más allá de los tratados políticos de antaño y actuales. El cambio en contra de la contaminación tiene que estar ligado a un sistema económico. Pero no es suficiente con que el cambio climático esté dentro de las cláusulas de paquetes presupuestales. Se necesita una idea económica que dependa de la previsión de las pérdidas que generará el cambio climático, buscando nuevos mercados que entiendan que la pérdida de ganancias está ligada a los mercados que dependen de recursos no renovables.

¿Cómo hacemos eso? Aunque suene blando, se empieza con las universidades. No hay transformación económica que funcione sin un modelo teórico que sea retomado por Gobiernos y empresarios. Siempre tomando en cuenta que este cuerpo económico debe señalar que las empresas entrarán en crisis constante si no resuelven los sistemas de explotación que generan las grandes desigualdades en el globo. Se necesita que plumas en Harvard, Cambridge y Chicago se pongan a trabajar para crear una propuesta de sistema económico previsor.

«Economía climática», podría ser un buen título. Y estas soluciones deben tener puentes académicos con las instituciones que enseñen ciencia política en los países que controlan la economía, además de los que son productores involucrados en tratados de libre comercio.

Estos programas, además, tendrán que estar descentralizados de la ONU. La economía, entonces, se convertiría en políticas de gobierno que hablen sobre las crisis que tendrán las industrias de alimentos, transporte y tecnología. Es decir: una buena parte de la economía mundial.

Sin embargo, el cambio no solo es institucional. Haciendo consciencia, el ciudadano de clase media, media alta y los distribuidores deben modificar sus modos de consumo. Y por supuesto, la ciudadanía de otros niveles más bajos debe estar dentro de este plan de prevención ecológica. Después de todo, cada entorno urbano y rural tiene que adaptarse a una nueva producción económica. La idea es que si todos los recursos se acaban, el mismo sentido de la economía se marchita.

El plan, a larguísimo plazo, se levantará sobre los pilares del cambio en la compra venta de energéticos. Y en crear un mercado que haga ver obsoleto al petroquímico. Sólo así, con instituciones de salud, agricultura, tecnología y energía se podrá dar uno o dos pasos atrás en la crisis ecológica mundial que cobra la vida de millones de seres humanos, plantas y animales, y que a la larga se volverá mucho más destructivo. Sin embargo, la humanidad puede retrasar la manecilla del reloj del Juicio Final.


Photo by: Chanze photo a r t ©

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