Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Alejandro Varderi

Futuro (fragmento de novela)

One has no way of knowing whether the world has really
grown worse, or oneself merely older. At this point a new
era has definitively arrived.

Robert Musil

—Antes era bello, joven y tenía salud pero estaba solo. Ahora he perdido la belleza, no soy joven y no tengo salud, pero al menos algo es igual que antes.

—¿Qué?

—Que sigo estando solo.

Y esto se lo dijo Raúl a Nicolás mientras se tomaban unos vinos en la Plaza de Santa Ana; temprano, para que no les agarrara la marea de turistas pululando por el centro de Madrid. Desde que Brad lo había dejado por un muchacho sirio, proveniente de la marea de refugiados que el verano anterior llegaron a engrosar la cotidianeidad europea escapando de miserias y guerras varias, Raúl se había abandonado a la depresión. Y hasta allí había llegado Nicolás, este enero de 2016, a ver si lograba sacarlo del hoyo.

Aunque la tarea no parecía fácil, especialmente porque Raúl se negaba a aceptar lo inevitable. De hecho, aún tenía esperanzas de que Brad se cansara del sirio y volviera al redil, es decir, a aquel ático por Lavapiés donde tantas remodelaciones externas e internas tuvieron cabida; pues aparte de las necesarias obras de albañilería, muchas readaptaciones a su semi-invalidez habían debido negociar tras el aneurisma. Si bien poco más de una década después, los altibajos estaban bastante superados y, con la excepción de la pastilla para la tensión, podría decirse que Raúl se desenvolvía con entera normalidad. Pero, claro, el hallarse ya cerca de los sesenta era un hándicap irreversible a la hora de competir con un veinteañero, ansioso por abrirse camino donde no le fueran a asesinar talibanes, alqaedas o islamistas varios, ni coterráneos que le hubieran sorprendido in fraganti retozando sobre las sábanas equivocadas.

  Al menos Brad había tenido el buen tino de agarrar sus cosas y mudarse, dejándole el usufructo del ático indefinidamente. Raúl había entonces alquilado el cuarto vacío; y con las clases de pintura, una que otra venta de sus obras y aquel dinerillo extra se mantenía a flote en medio de la borrasca. Hasta llegó a pedirle consejo a un hermano, cura del Opus Dei, quien sin embargo únicamente le recomendó oración y resignación; algo en lo cual Raúl no tenía interés ninguno. La conversación con Nicolás, no obstante, le pareció más acertada, pues iba mucho más al grano de lo que realmente le concernía, al este haberle sugerido llamar a Brad y pedirle un tête-à-tête, donde pudieran airear abiertamente sus dificultades conyugales y encontrar una solución pactada a aquel impasse. Incluso estaba dispuesto a negociar una convivencia entre los tres, tal cual otras parejas amigas ensayaban hoy con bastantes buenos resultados. Además, Raúl no era para nada intolerante y sabía adaptarse con facilidad a los cambios y  nuevas circunstancias, siempre y cuando no hubiera de quedarse solo.

Y es que ya desde la infancia, odiaba descubrirse aislado en el patio de arrayanes de la casa paterna. Necesitaba amigos como Nicolás y Rafael, y a los compañeros del colegio o la cuadra a fin de depositar dudas, ansiedades y miedos que, de lo contrario, hubieran socavado la fe en sí mismo; pues la concerniente al Altísimo ya aquel otro cura del Opus, con quien se veía cada semana para arrodillarse ante él, y no precisamente en oración, se había encargado de dispersar muchos años atrás.

—Si el diálogo con Brad no resulta, en última instancia puedes pedirle que te presente a algún amigo del sirio, porque seguro este conoce a muchos colegas, sobrevivientes al naufragio de la primavera árabe, necesitando lo que antiguamente se llamaba “una situación”.

—No embromes, Nicolás, esto va en serio y, te reitero, estoy dispuesto a luchar por mi hombre.

—¡Ja, ja, ja! Raúl, eso parece un parlamento extraído de aquellas telenovelas con nombres de piedras semipreciosas como Cristal, Topacio o Rubí, que uno veía en la Caracas de los ochenta.

—Claro, para ti es un chiste porque lo tuyo con Mark se acabó de mutuo acuerdo.

—Aunque no te olvides que a Álvaro y a Rex los perdí a causa de la pandemia.

—No me olvido, querido. Pero en pleno siglo veintiuno, nadie que tenga acceso a los retrovirales se muere ya de sida.

—De eso no hay duda. Y, es más, te cuento que me quedé en shock cuando el otro día, escaneando unos videos en xtube, me encontré con uno titulado “Truvada Party”, donde lo que se desarrollaba era una orgía a pelo entre seropositivos que toman este medicamento.

—En fin, pero de mi relación con Brad, qué.

—Mira, si la plática no da resultado o él se niega incluso a tratar contigo el tema, no tendrás más remedio que aceptar el consejo de tu hermano y abandonar. Aunque lo de la oración, por supuesto, ni hablar. Métete en internet y te dedicas a divertirte.

—Peculiar que esta recomendación venga de ti pues, me consta, desde tu ruptura con Mark no has regresado al circuito de bares y saunas, y tampoco has puesto tu perfil en ninguna página.

—Cierto, Raúl, no sé si es por la nostalgia de lo perdido, porque tengo cada día menos fe en el mundo o porque, simplemente, me estoy poniendo viejo y las aspiraciones de las nuevas generaciones las siento demasiado lejanas a mi manera de ser y vivir.

—Entonces debes pasar página si no quieres que esa vida te deje atrás, pues el planeta está en otra.

—También podría aferrarme a los girones, aún existentes, del que viví.

El camarero se acercó con unos pinchos de tortilla y unas aceitunas, señal para pedir otra ronda, antes del advenimiento de la marabunta turística hormigueando ya desde algunas mesas. Entre el creciente movimiento, Nicolás distinguió a la jefa de Mark en Avon, acompañada por la gerente de la sección en español de la empresa, y estuvo tentado a acercarse a saludarlas. Pero no lo hizo porque, a pesar del tiempo transcurrido, a veces todavía se le dibujaba la imagen del ex en las ciudades donde habían residido o visitado. De hecho la dependienta de la pastelería barcelonesa, a quien le compraban los croissants del desayuno, todavía preguntaba por Mark cuando iba solo a buscarlos. Y si bien había preferido no dar muchas explicaciones, imaginaba que ella se habría dado cuenta de su ausencia; aunque quizás esperaba de él la confirmación de lo irrevocable.

“La última ocasión cuando vi a aquellas mujeres, fue al pasar a recoger a Mark en su oficina antes de volar por primer vez juntos al Cono Sur. De aquel trayecto, recuerdo el esplendor de Buenos Aires; ciudad donde las mujeres fuman furiosamente y las casas hablan desde los espacios en blanco que ha dejado la Historia, la madera de una pipa que alguien usaría para calzar una puerta, los palomares y las cúpulas abrazando el vértigo de su gente desplazándose por las avenidas, el smog de los escapes libres que contaminan de pureza los cuerpos ya en el paraíso del humo de sus cigarrillos. Evoco la metrópolis desde el Tortoni: violento violeta sobre la madera y el mármol, bloque de luz esbozando la forma de un espacio perennemente realzado por una claridad artificial; barco-bardo a la deriva de puntos que se recogen en sus esquinas, salones circulares y columnas apuntalando los vitrales de Estruch sobre el techo. Buenos Aires, como la ciudad donde la gente se demora largamente en las confiterías, con la mirada fija sobre un punto indefinido. Buenos Aires, la ciudad de los hombres que piden repetidamente mucho azúcar para su café, y de las mujeres que escriben interminablemente mientras revuelven el suyo sin mirar ni el papel ni la taza. Con nosotros absorbiéndolo todo. ‘Tienes que tener un travesti al lado y un plato de sushi para estar a la moda’, apuntó confidencialmente uno de los mozos del Tortoni, cuando nos servía un té con masitas. ‘Un tercio de los argentinos se quiere ir del país”, nos confesó el dependiente de la tienda donde encargamos unas chaquetas de cuero. ‘Yo llegué aquí en los cuarenta como marinero. Salí de España y me fui a Venezuela y Brasil. Llegué a Buenos Aires cuando en la Avenida 9 de Julio lo que había eran tenderetes y ventas de pollo frito. No me gustan los militares, pero a Franco lo conocí. Éramos vecinos en El Ferrol: un macho, nunca llevaba escolta’, apuntó un jubilado, desde una mesa de la Plaza Dorrego. Frente a Harrod’s en la calle Florida, desangelada y fantasmal se abrió una tarde de domingo desde el gris de las aceras donde nadie sonreía, solo un vendedor ambulante ofreciendo desodorantes ‘Impulse’ por un dólar y medio, que le compramos para usar allí.

De Montevideo, recuperé la Caracas de mis primeros años mediante una arquitectura modernista preservada aún, en tanto caminábamos por parques donde se desperezaban los álamos, que un cierto candor dejaba trasnochar sobre la ciudad tendida junto a la playa abriéndose hacia el Río de la Plata. Allí vimos a dos ancianas, tomando mate en sus sillas de extensión bajo el árbol de las confidencias, y a las gaviotas sobrevolando avenidas y plazas, separadas de sí mediante montículos de rocas negras cubiertas por matorrales de plumas y peces dulces de sal.

También Santiago de Chile me pareció detenida en aquella Caracas de la niñez, pues junto al mostrador de una cafetería cercana a nuestro hotel, pude recuperar el sabor perdido de un sándwich caliente de jamón y queso, y de un café con leche cercano al calor de lugares existentes solo en mi imaginario. La melancolía de sus habitantes se aunaba al gris invernal, cuando todo parece estar contenido en ese espacio húmedo entre la mirada y el cielo; y más viendo que afuera, enmarcados por los adoquines también grises de las calles del centro, las facciones en pro y en contra del ‘senador vitalicio’ se enfrentaban entonces en un duelo de reproches mutuos. En sus iglesias, rezar me pareció un trabajo a tiempo completo; jóvenes y viejos de todos los estratos sociales, llegaban a orar junto a los altares, apenas apuntados por la luz muy tenue de bujías eléctricas emergiendo desde el  cristal de lámparas apagadas, y a deshacerse de sus pecados esperando pacientemente a las puertas de los confesionarios donde los indigentes agresivamente exigían su limosna.

En el Museo Nacional de Historia, la mitad rota de los anteojos de Salvador Allende rescatados al bombardeo del Palacio de la Moneda, me devolvió a la violencia de la Guerra Civil española y a la melancolía visible en los ojos de los chilenos que debieron exilarse con la dictadura para regresar con la democracia; si bien los paisajes suecos y noruegos dejados atrás seguían entelando la claridad de sus pupilas, mientras escrutaban las denuncias de torturas y desapariciones en las listas de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación”.

De la mesa de otra corporación, la de Avon, se levantaron las ejecutivas, puestas a detonar con su mera presencia en la plaza los recuerdos de aquel viaje, e inmediatamente fueron sustituidas por un grupo de jóvenes en vacaciones apretujándose sobre cada silla disponible. Ruidosamente hicieron valer el derecho a pedir bebidas y tapas, mientras escaneaban mensajes en las redes sociales y subían compulsivamente contenidos a sus páginas, a fin de no perderse ni un segundo de lo que acontecía por el ciberespacio. Nicolás los miró con la indiferencia de quien se sabe completamente ajeno a lo que transcurre ante él y bebió un sorbo del vino. Raúl lo acompañó en el gesto y pasó a comentarle al amigo los pormenores de la crisis presidencial de las últimas semanas.

—No te pierdas los comentarios de la presidenta del PSOE andaluz en El País de hoy: “La presidenta de Andalucía y del PSOE-A, la mayor federación socialista y la más poderosa, ha cargado durísimamente contra Pablo Iglesias a su llegada al Comité Federal que se celebra en Ferraz. ‘Estoy cansada de escuchar al señor Iglesias a lo largo de estos días hablar, interferir y meterse con dirigentes del PSOE. No sé quién le ha dado el derecho de arrogarse ser el portavoz de lo que piensan los militantes socialistas’”.

—Bueno Raúl, ante la cómica de los resultados electorales de diciembre, donde ningún partido se impuso ampliamente a los demás, los socialistas no tendrán más remedio que pactar con el diablo para salir de la crisis presidencial. No extraña entonces que el cabeza de Podemos esté empezando a sacar las uñas y relamerse los bigotes.

—A lo mejor no es tan malvado como lo pintan quienes tienen el sartén por el mango, y es el líder adecuado para esta nueva encrucijada histórica.

—Quién sabe. A la larga, los países acaban teniendo el gobierno que se merecen.

—¿Lo dices por el nuestro?

—Y más cuando, tras diecisiete años de horror, a la gente le ha caído finalmente la locha, o se ha caído del guindo como dicen los españoles, y se ha dado cuenta de la necesidad de un cambio político. La nueva Asamblea, con mayoría absoluta de la oposición, tal vez sea el primer paso.

—De un camino larguísimo y accidentadísimo, que aquí empiezan a llenar de obstáculos comentarios como los de la susodicha presidenta. “No es de recibo y estoy cansada de que el señor Iglesias se convierta en el que reparte los carnés de quiénes son los socialistas buenos y los no tan buenos. Es una falta de respeto estar permanentemente metiéndose con el PSOE y sus dirigentes y contra quienes han hecho tanto no solo por el PSOE sino por España”, insiste la mujer, echándole más leña al fuego de la indignación nacional contra ellos y contra el PP.

—Esto, sin olvidar el independentismo catalán, que ha tomado con el nuevo presidente moción de apisonadora, pues Puigdemont insiste en que gobernará con el mismo programa presentado en su momento por Mas. Asimismo, ha dejado clara su intención de aplicar la declaración independentista aprobada en el Parlament y que anuló el Tribunal Constitucional.

—Por supuesto, la oposición en bloque le ha reprochado que el proceso independentista propuesto por ellos sea ilegítimo, y le critican por no mencionar la corrupción alcanzando todas las esferas de la cúpula gubernamental catalana.

—Para no quedarse a la zaga del resto de la, todavía España “unida”, donde no hay funcionario, por modesto el cargo, que tenga las manos limpias.
  Visto lo visto, parecía que lo único limpio este soleado día de invierno era el cielo, trayendo consigo una temperatura primaveral a aquella plaza llena de propios y extraños buscando una mesa, allí o en las terrazas y locales circundantes abriéndose como flores primerizas a la algarabía de quienes se paseaban entonces, y dejar momentáneamente de lado sus problemas o hacerse con otros horizontes más amables. Una realidad, iluminando también los desarrollos de la tarde para que del azar urbano surgiera igualmente un modo mejor de existir, allí o en las ciudades donde tantas víctimas del espanto habrían hecho casa o deformado su realidad, hasta desaparecer en los abismos más insondables.

—Dramática la historia del muchacho noruego, hijo de chilenos probablemente exilados durante la dictadura de Pinochet, que dejó el hip-hop para unirse al estado islámico, y fue en estos días abatido en uno de los tantos enfrentamientos entre los extremistas y las fuerzas occidentales.

—Ciertamente Raúl, y como él tantos jóvenes dando tumbos sin rumbo hasta ser reclutados por la yihad de sus respectivos países.

—Estuve leyendo que la yihad noruega es sumamente agresiva y efectiva.

—Quién lo hubiera imaginado, en una nación con la cuarta mayor renta per cápita del mundo, salud y educación universal gratuitas, y lo mejores índices humanitarios y de prosperidad del planeta. Si algo así puede suceder en Noruega, imagínate lo que nos espera al resto.

Y las palabras quedaron suspendidas sobre el bullicio de la hora, en tanto Raúl y Nicolás seguían conversando, con el brío de quienes han debido sobreponerse a muchos desencantos, reveses y menoscabos, a fin de hallarse ahora al inicio de otro año palpitando amenazador frente a ellos. Un año, latiendo igualmente desde la mesa contigua, en los gestos de una parejita acariciándose con la urgencia de la juventud, sin mirar ni saber; únicamente entre ellos y la certeza de sentirse aislados en su deseo. Que el pedazo de torta de chocolate con crema, yendo del tenedor de uno a la boca del otro, resultase ser ahí la materialización del doble apetito, enarbolado ante quienes les pasaban por el lado, demasiado ocupados en el propio devenir para percatarse, aun cuando solo fuera fugazmente, de su existencia. 

Hey you,
¿nos brindas un café?