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alan riquelme
Photo by: Robert Anders ©

Fútbol y trifulcas

Si escarbamos en el baulcito de los recuerdos y llegamos a los años 2002-2003 y 2004, encontraremos anécdotas fantásticas acerca de quienes, en esa época, teníamos entre 14 y 16 años. Y como el fútbol siempre te da más amigos que enemigos, es grato contar que, por esos tiempos, se forjaron grandes amistades que hasta el día de la fecha perduran, sostenidas por aquellos momentos mágicos que supimos crear.

Por aquellos años se había creado una rivalidad entre mi querido El Porvenir, y Cuadro Nacional, los de la V azulada en el pecho. Había un nivel muy parejo entre ambos clubes, desde los equipos de inferiores hasta la máxima categoría. Pero lo que quiero contar se refiere, específicamente, a la sexta división que jugó, en 2002, el torneo de la Liga Sanrafaelina de fútbol.  Recuerdo que para obtener el título de campeón, jugamos un campeonato palmo a palmo con nuestro rival de turno hasta la última fecha. Y dicho galardón nos lo dejamos, orgullosamente, los pibes del Porve a base de sudor y hasta casi, un poco de sangre.

Las últimas semanas del año la situación se puso extrema. Es que debíamos cruzarnos hasta en los boliches con nuestros más arduos rivales. Deportivamente ya les conté el resultado. Pero la parte del “baile”, aún no.

Recuerdo que en mi pueblo, vino a brindar su espectáculo “La piba”, quien supuestamente era la hermana de Pablo Lezcano, el cantante de Damas Gratis. Iba a dar dos shows, uno para menores tipo siete de la tarde, y otro para adultos irresponsables luego de la medianoche. Todo en la misma discoteca, el legendario «Jaque». Que era la versión del «Fantástico bailable» de mi pueblo.

El tema es que, en esa matiné de las 7 de la tarde, nos encontramos jugadores de los dos equipos, los campeones de la sexta división del Porve y los del Cuadro, nuestros mas próximos perseguidores. Así que la tarde-noche en el boliche se puso áspera. Recuerdo que un grupo de mis rivales me perseguía por donde fuera que iba. Tenía más marca personal que la que me ponían dentro de la cancha. De a ratos un empujón a la pasada y un cruce de miradas intimidatorias que me obligaban a bajar la vista. Según mi análisis, si peleaba, perdía, sin lugar a dudas. Y peor si exponía a mis pocos acompañantes a una trifulca donde no había chances de salir ilesos. Entre mis compañeros estaba mi primo hermano; el Makelele, un morocho de porte más grande que los demás, y que tranquilamente podría bancarse a un par de ellos. También contábamos con el Apache Torres, un amigo un par de años más grande, que también participaría en el encuentro de barras. Pero asimismo no alcanzaba, éramos solo tres contra varios más que eran ellos. Por momentos contaba seis, pero hasta diez podían llegar a ser.
Para cuándo La Piba terminó su show, el Dj apagó la música y prendió las luces del lugar. Era hora de irse para dejar el sitio a los más grandes. El tema era salir, y encontrarnos en la calle contra ese grupo de perdedores deportivos, que querrían cobrar su derrota con una violencia innecesaria.

En la calle del costado del boliche, la más oscura de la zona, se escuchó un llamado; «¡eh, Riquelme!» nos dijeron. Nosotros hicimos oídos sordos y seguimos caminando. Se escuchó un segundo llamado un poco más fuerte y con una carga de violencia más elevada. «¡Eh Riquelme, te estoy llamando!» gritaron desde lo oscuro. Los Riquelmes éramos dos, pero ninguno se hacía cargo de ello. Hasta que los pibes salieron de lo oscurito y vinieron a nuestro encuentro. Definitivamente sólo querían pelear, por lo tanto, dijéramos lo que dijéramos, no tendría sentido. Todos los caminos conducían a «la piñadera». Ellos nos increpaban culpándonos de cosas que no habíamos hecho, por ejemplo, unos me miraban desafiante diciendo «¡qué te haces el malo! ¡Ah! ¡que te hacías el pesado adentro del boliche! ¡dale, hacete el malo ahora!». Pero nosotros nos manteníamos en silencio sin saber qué hacer, si pegar primero, o esperar a que la primera piña volara del lado de ellos. Fue ahí cuando apareció una voz salvadora diciendo “Riquelme ¿está todo bien?” Yo no conocía a ese fulano que parecía ser nuestro iluminado defensor, por lo tanto, al no conocerlo, tenía mis sospechas que podría llegar a ser de “ellos”. Y ahí sí, estábamos fritos. El tipo era mayor, y venía al show de los grandes. Luego les preguntó a los pibes de Cuadro Nacional qué problema tenían con nosotros. Que, si iban a pelear empezaran por él, si no, que se fueran. Sus palabras mágicas surtieron efectos y los bandos del cuadro se fueron. El tipo me dio la mano y me dijo «Soy el pelado Pajón, amigo de tu hermano, decile que me deben una camiseta del Porve». Se dio media vuelta y se fue. El julepe anterior se convirtió en felicidad, reíamos casi incontrolablemente, quizás de los nervios, pero reíamos. Los secuaces del cuadro deberían esperar para ganarnos un torneo, y también para darnos una golpiza por ganarles adentro de la cancha.

¿Y el pelado Pajón? Al pelado Pajón todavía le debo la camiseta, y según lo que supe años más tarde, terminó en la cárcel del pueblo por asesinar a una familia de panaderos, que eran sus vecinos. Al verse reconocidos por las víctimas mientras entraba a robarles, se vio en la obligación de ultimarlos.


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