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Sergio Marentes

Todo fruto es hijo del mismo árbol 

En días anteriores nos soltaron la bomba, como si nada, de que se encontraron bacterias en fósiles de miles de millones de años y que estas, como las piedras ordinarias que pateamos en la calle o las que se meten en los zapatos, son una sola cosa desde el principio de los tiempos, hablan el mismo idioma y están más vivas que nosotros. Deduce uno entonces que la ciencia está cada vez más cerca de demostrar que el universo se encuentra en todo lo que vemos aunque no lo veamos y que, por obvias razones, también en nosotros está ello y todos los demás ellos y ellas. No se sabe, eso sí, si lo logre antes de convertirse en religión y nosotros en sus fanáticos enceguecidos. Y lo más preocupante es que el día que se anuncie que fue hallado el verdadero origen de la vida, el manantial desde donde todo vino, el mismo que emanará por los siglos de los siglos, nosotros, mansos, dejaremos pasar el hallazgo como si fuera un viento fresco que ha de regresar alguna vez, como si nos estuvieran diciendo que dos más dos son cuatro y que cuatro y dos son seis. A lo mejor porque estamos condenados desde nuestra médula a perder todas las oportunidades que creemos haber aprovechado ya. Pero como preocuparse, como discutir, no sirve para mucho, dejemos eso ahí hasta que avancen más y nos lo cuenten y sigamos con algo que, aunque diferente, tiene mucho que ver con ello. Se trata de una prueba de ADN en la que entregaron el porcentaje de nacionalidades que tenían los voluntarios. Un experimento en el que negros, blancos y de todos los colores, luego de hablar de sus estirpes, razas, credos, ideologías y naciones con orgullo, enviaban un poco de su sangre al laboratorio. Al regreso de los resultados, estos fueron leídos en voz alta para sorpresa de todos. Resultó ser que nada era lo que se creía, por ejemplo el rubio que decía ser inglés milenario compartía genes con el asiático que juró odiar a occidente, así como el que tenía ascendencia africana aunque su piel amarilla como el papel pergamino. Y hubo tal confusión en el salón que las personas que salieron no fueron las mismas que entraron. Quienes caminaban sonrientes hacia sus hogares, con la intención de compartirlo con sus familias y amigos, eran todos un solo ser humano que alguna vez vino de algún lugar sin nombre, eran hermanos de sangre y lo serían por siempre, así como sus descendientes.


Photo Credits: NASA Goddard Space Flight Center

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