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fabian soberon

Fritz Lang

El director atraviesa los pasillos largos del edificio. Sus pasos resuenan en las amplias galerías y en las escaleras sinuosas. Llega al despacho; lo reciben dos guardias. Una puerta se abre y alguien le dice: espere. A los pocos minutos sale Joseph Goebbels y le hace una seña con la mano. Lang, expectante, entra a la oficina en penumbras del ministro. Goebbels dice: Vea, lo lamento mucho, tuvimos que confiscar la película. Es solamente el final lo que no nos gusta.

Lang, temblando, se sienta. Piensa que va a ser encarcelado por los nazis. Goebbels, sonriente, agrega: el fürer ha visto sus películas y quiere que usted sea el encargado de hacer las grandes películas del partido.

Lang se paraliza. No sabe qué contestar. Le dice: me hace sonrojar, señor ministro. Y mira al reloj que está colgado en la pared. Y piensa que debe irse cuanto antes de Alemania. Le acaban de ofrecer el puesto de director oficial del cine nazi y él sabe que ese cargo es un peligro. Sabe que su destino puede convertirse en inquebrantable cuando atraviese la puerta.

Vuelve a su casa y le dice al mayordomo que debe salir. Hace lo posible para que la calma permanezca en su rostro. No lo logra. Finge que está armando su bolso para acomodar las pertenencias. Cree que cada segundo marca el camino hacia el fin. Guarda, apresuradamente, un reloj de oro, una cadena, unas cuantas prendas y se va. Al otro día, ya está en Francia. No sabe que el futuro le traerá la traición de su esposa y que será el curioso actor real de una película de Godard. No sabe que dejará de ser el joven temeroso de Alemania para llegar a ser el Fritz Lang de Hollywood y de la historia.


Este texto perteneces al libro Vidas breves, publicado por Editorial Simurg (Buenos Aires), en 2008.

Photo Credits: Breve Storia del Cinema

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