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paola maita
Photo Credits: Stuart Grout ©

¡Frágil! Manéjese con cuidado

Hasta ahora, me he mudado 11 veces en mi vida, incluyendo una mudanza transcontinental, que aún va a medio camino. De todas ellas, la que más me marcó fue la primera.

Tenía 11 años. Mi mamá por fin había logrado comprar un apartamento. Recuerdo que duramos semanas empacando todo. A pesar que eran muchas cajas, un amigo de mi mamá que nos ayudaba con el proceso cumplió con su promesa: nos mudó en un día. Sobra decir que fue agotador, pero la cara de felicidad de mi mamá por tener nuestras cosas en su propia casa valía más que el dolor de todos los músculos. De las muchas cajas que había, una quedó grabada en mi cabeza.

Quizás para otra persona podría haber pasado desapercibida, porque era una simple caja marrón con el símbolo de una copa y letras verdes que decían “¡FRÁGIL! Manéjese con cuidado”. No recuerdo qué contenía, o si aquella se convertiría en el sujeto de lo que llamamos “el misterio de la caja”, que trata sobre una de las tantas en la cual pusimos la ropa que cargábamos puesta ese día y que jamás volvió a aparecer. Lo cierto es que la urgencia del mandato sobre cómo debía ser manejada esa caja la tengo muy presente hoy en día, porque me recuerda cómo traté durante años mi lado sensible.

El mundo pareciese hecho para los extrovertidos. En mi experiencia, ser el centro de la fiesta, trasmitir una alegría perenne o ser un conversador nato, son características que están sobre demandadas. El observador, introspectivo o sensible, pareciera que genera ganas de meterlo en una caja, como la de mi mudanza, y dejarlo allí. Lo tildan de aburrido y de sentimental, y prefieren hacerlo a un lado.

Hasta hace un par de años, yo había escogido inconscientemente esconder mi propia sensibilidad, porque pensaba que era sinónimo de debilidad y que las mejores cosas me llegarían sacando solo el lado extrovertido. Me tomó un par de años de terapia darme cuenta que eso no iba a funcionar como yo pensaba.

Esconder una parte de nosotros no hace que desaparezca. Solo hace que andemos por el mundo como la luna: mostrando la que consideramos nuestra mejor cara. Ser sensible puede ser algo maravilloso y que se puede compartir sin que necesariamente signifique que te harán sufrir por ello. Por mucho que cueste, vale la pena sacar nuestra sensibilidad de la caja. Podemos dejarle un pequeño letrero de advertencia colgado, solo si eso nos hace sentir un poco más seguros.

Al final, no sé dónde paró la caja de la mudanza, pero al menos me alegro que cada vez necesito menos utilizar la que contenía mi lado más sensible.


Photo Credits: Stuart Grout ©

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