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Folklores de vanguardia

El arte en general, y la música en particular, viven tiempos de fusión, de mezcla, de romper fronteras y acabar con los cajones estancos. Tiempos mestizos en los que existen pocos tabúes a la hora de pisar charcos e incorporar sonoridades ajenas. Sin embargo, esto también ha traído como consecuencia el sentimiento de vivir en una especie de masa informe en la que todo parece igual y solemnemente aburrido, como si se hubieran secado las fuentes de la creatividad, todo estuviese ya inventado y el único recurso sea habitar en un revival continuo de géneros y estilos, convertidos ya en papilla informe. Sin fidelidades estilísticas a las que asirse y tan aburridos como los niños que han mezclado demasiado los colores de la plastilina y la han convertido en una masa informe de pardusco aburrido, miramos las novedades de las playlist con más hastío que interés.

Sin embargo, el género humano lleva en su interior el deseo de descubrir, maravillarse, sorprenderse y crear algo nuevo sobre viejos mimbres. Muchas tardes aburridas de pandemia acabaron por redescubrir  los viejos vinilos olvidados, en ese ciclo eterno del tiempo que siempre hace que volvamos a pisar las huellas de los que pasaron antes que nosotros han añadido nuevos-viejos ingredientes al cóctel cultural. También hemos vuelto a mirar por la ventana, a descubrir que cada mirada es distinta, que cada paisaje es propio y cada tierra huele distinto. Los que se fueron sin despedirse y los que se despidieron pero nunca oímos han vuelto a llamar a la puerta. Han traído consigo sonidos y ritmos añejos y durante mucho tiempo ignorados. Voces que un día fueron recogidas en magnetófonos por algunos “escuchaviejas” que recorrieron los caminos y compartieron el cuartillo de vino en las cocinas y corrales. Una operación de salvamento “in extremis” que parecía condenada a olvidarse en los archivos.

Nadie podía imaginar que las gotas de color, lo que iba a dar frescura a nuestra ensalada de cultura contemporánea, iban a ser esa esencia extraída de corrales y cocinas de una vida rural casi extinguida. Folklore y músicas populares que han vuelto a manar como agua fresca en nuevas voces y en nuevos creadores que las usan sin complejos y sin falsas reverencias. Ahí siguen, sirviendo de fuente de inspiración y armando una generación de creadores tan amplia y tan diversa como no se había visto en décadas. Voces únicas y diversas. Artistas a los que une un compromiso creativo con el mundo contemporáneo construido a partir de su apego a las raíces, a la cultura tradicional, a la diversidad de las tierras y los pueblos. Sin prejuicios y sin límites.

Un folklore de vanguardia que llega desde cualquier punto geográfico reivindicando sonidos tradicionales vistos desde un mundo post pandémico contemporáneo. La vuelta a las raíces de una generación que ya no tiene el complejo de la boina, ni siente vergüenza de sentir la tierra bajo sus pies. Nombres más o menos emergentes y consolidados con propuestas solventes y propias como Rodrigo Cuevas, Califato ¾, Vicente Navarro, María Arnal i Marcel Bagés, El Naán, María José Llergo, El Niño de Elche, Los Hermanos Cubero, María de la Flor, Vera Fauna, Collado, María Peláe o Karmento. Propuestas musicales heterogéneas llegadas desde lugares físicos y musicales diversos que sin embargo construyen un nuevo mapa de sonidos con denominación de origen contemporáneo de una inmensa riqueza y colorido.

Afortunadamente, los buenos programadores andan desde tiempo paladeando este menú y, si la pandemia lo permite, podremos disfrutar este verano de carteles festivaleros donde estos condimentos estarán muy presentes. Así lo ha anunciado ya La Mar de Músicas, festival de referencia en músicas del mundo, que dedicará esta edición a España, en una reivindicación necesaria y justa de la música de raíz,  o Estival, ya que varios de sus programas dobles estarán dedicados a la música contemporánea de origen tradicional.


Photo: Rodrigo Cuevas en Estival 2020. Fotografía de Marta Feiner

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