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Aladar Temeshy

Flores amarillas

Estaba muriéndose en un vaso de agua de verdad. La cabeza ya sin color en la superficie y el cuerpo ya para profundidad. Es triste, en la cocina, en un vaso de agua. El recuerdo de una flor amarilla entre la grama y monte, salvaje bella, ya sin pretensiones.

Atrás, cuando niño las arrancaba para hacer un ramo para mamá. Los años pasaron y las primaveras también. Vincent van Gogh decía que el amarillo es el color de Dios, pero estas flores eran mías. Las conocí en la orilla del río Bega, un río provincial con tres puentes al lomo. Las tablas ajuntadas para el pie andante eran cumbeadas y por el inter espacio se veía el agua allí abajo. De niño tenía pavor que voy a caer con la tabla podrida al agua. No sabía nadar. El río me gustaba. Pasaba tiempo en la venta de la casa de mi abuela en el piso de arriba con vista al río. Fue en el piso de arriba ya que esto era la definición entonces y las alturas eran para las iglesias con torre. Desde la ventana vi las manchas amarillas de las flores y era feliz. De estudiante buscaba el nombre de ellas ya que seguro tenían uno en latín. Florens flaves? No lo sé, no era buen estudiante.

Tampoco fui buen soldado pero pasé la guerra y la guerra encima de mí. Antes de regresar a la paz pretendida, fui a casa de la abuela. Me harté de mermelada de fresa hecho en casa y del piso de arriba miré el río con su orilla pintada de amarillo flavo.

Por el atardecer entre dudas y miedos escribí mi poema, a flores amarillas, bellas de Bega preguntando hasta cuando viviremos. La hoja cuadricula no se perdió, está en mi mesa de trabajo. Por años y primaveras leí mis versos y al ver estas siempre solitarios cantos amarillos del mundo sabía que si estamos.

A quien podía preguntar a los veinte años y quien podía contestarme después de décadas en la primavera.


Photo Credits: Carmelo Peciña

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