Aunque no suelo comprar la prensa escrita, porque la de Internet es menos costosa y más ecológica, hoy no pude evitarlo. Pasaba desprevenidamente por una vieja tienda de periódicos y revistas cuando una portada me hizo detenerme a leer. El titular, como pocos hoy en día, porque la mayoría no hace sino insinuar, especular, irrespetar, en realidad resumía una noticia y me obligó a abrir el periódico y leerla. Y tras eso, a lo mejor por lo bien escrita que estaba, recordándome de paso las crónicas de García Márquez, me dispuse a pagar por él, para llevarlo conmigo -bajo mi cuenta y riesgo de manchar mis manos con su tinta negruzca- en menos de lo que canta un gallo. Lo que pasó después no es necesario decirlo, aunque no sobre resumirlo: leí cada una de las palabras allí escritas.
Pero lo mejor vino más tarde, justo luego de cerrarlo por última vez: en cuanto lo regresé a la mesa, en cuestión de un par de segundos, surgieron de él unos brotes verdes de alguna planta que, si las cosas no salían mal, en muy poco tiempo ya estaría generando oxígeno para que yo pudiera respirar tranquilo. Así que de inmediato lo llevé al parque que queda en frente de mi casa y lo abandoné, con las plantas un par de centímetros más grandes ya, junto a un árbol que lo protegería de los rayos del sol del mediodía. Y me fui con la idea de que así debe de ser todo lo que escribimos, aunque nadie se fije luego en los brotes que por fin logran su cometido. Y así con lo que hacemos, aunque ni siquiera nosotros imaginemos la cantidad de vida que provendrá de ello. Me fui pensando que a lo mejor me estaba yendo hacia el árbol, en forma de libro por leer, que me protegería del sol del mediodía.
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