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Arturo Serna
Photo Credits: psyberartist ©

Filosofía y hermetismo   

Hacia mediados del siglo diecinueve, escribe Schopenhauer: «La oscuridad e indecisión en la expresión es en todo tiempo y lugar muy mala señal: en 99 casos de cada 100 procede de la poca claridad del pensamiento. Lo que un hombre es capaz de pensar se puede expresar siempre con palabras claras, fácilmente comprensibles e inequívocas».

En 1989, anota el crítico Robert Hughes: «Ahora estamos ahogados por mini-Lacans y falsos Foucault. Escribir con una prosa directa, de forma lucida y abierta a la comprensión, utilizando un lenguaje común, es perder prestigio.»

Es evidente que el mal de la escritura hermética y fanfarrona es algo que persiste. Como si fuera un atributo, algunos autores y filósofos cultivan el hermetismo y la oscuridad en la prosa. Alguna vez, una profesora me contó que Heidegger le sugirió a otro filósofo que le quitara palabras al texto ya escrito con el objetivo de que se tornara más abstruso. El alemán sostenía que esa forma difícil y vacilante lo convertía en un texto más profundo e interesante. Algunos profesores universitarios difunden esta práctica y la consideran no solo científica y culta sino que además adoctrinan a sus discípulos a continuar la caterva del hermetismo y de la jerga. Lo que no advierten los temibles profesores es que nadie –o casi nadie los lee. ¿De qué sirve un texto que no es leído por nadie? ¿A quién le importa? Si los «papers» académicos solo son comentados –en el mejor de los casos– por los colegas, ¿para qué seguir aumentando las papeleras reales de los edificios facultativos y los basureros de la ciudad?


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