Anna me cuenta la historia de un muchacho argentino que vivió en Islandia. Se llama Fernando y ha venido por una beca. Lo enviaron a un pueblo perdido del norte. Como nadie hablaba inglés, aprendió islandés a la fuerza, como un preso o un condenado.
Una noche de whisky y tiburón podrido, Fernando le contó a Anna su experiencia. En el esquemático villorrio entendió el sentido de la frase de un historiador italiano: “el siglo se abre bajo el eclipse de las utopías». Fernando sintió que el pueblo vivía en el centro mismo del eclipse sin haber jamás pasado por la idea de futuro. Los habitantes callados y esquivos vivían, sin haber leído al historiador Enzo Traverso, bajo la tiranía del presente.
El pueblo era la extensión de la límpida niebla azul.
La utopía es un faro en la niebla, una luz tenue que parpadea con desgana.
En el pueblo las luces solo servían para indicar el camino corto.
Fernando estudiaba filosofía. Después de un año en el norte de Islandia entendió el significado profundo de la frase del historiador italiano. Solo quiso salir del pueblo para contar a los filósofos profesionales que el norte de Islandia le daba sentido a su vida.
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