En el principio fue el ring. Y después el balcón. Primero hay que saber sufrir, después pelear, después pensar y al fin andar sin pensamiento.
La filosofía es solo recomendable en determinados momentos de la vida. La vida no es solo cavilación. Acaso sea una línea continua compuesta de reflexión y placer. Es mejor dejar los pensamientos para los instantes oportunos.
En el ring aprendí a pensar. Cuando bajé del ring me dediqué a vivir. Estudié sistemáticamente durante un tiempo: mendigué en las aulas como un perro que no encuentra su plaza. Oriné en los rincones desiertos, indagué las terrazas desconocidas, recibí el viento en la cara como una postergación del fin. Viví en el subte como alguien que escapa de sí mismo y del mundo hasta que un día me subí al balcón. Y no me bajé más. Lo mío es filosofía en el balcón.
La noche suele ser el precipicio de la duda. El balcón es el último reducto antes de la nada final.
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