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ViceVersa Mag

Film Stills

Salimos a media mañana a la ciudad donde creciste y que es de los árboles torcidos y de calles sin personas. Me emociona estar en tu casa porque es entrar en tu mundo todo rojo y violeta. También me gusta estar cerca del mar y dentro de esa ciudad extraña y llana y como si existiera en otra dimensión donde el cielo es de otro color y jamás hace frío y peinarse es un gesto estúpido y las plazas jamás tienen gente.

En el camino nos paró una vez la policía y después la Guardia. Me había comprado un helado en la vía y se derritió completo mientras le permitía a los funcionarios revisar todo desde encima de los cauchos hasta mi muela del juicio. Estoy asqueada, pensé cuando nos dejaron seguir adelante. Mi cara de pequeña, de fácil de manipular, de niña pequeña con plata y carro prestado, de fácil de joder, me daba asco y rabia. No me abandonó esa sensación por el resto del día. Pasamos las salinas casi secas y atravesamos el desierto prácticamente sin hablar.

De pie en el mirador llevando los golpes de tanto viento, ventarrón que me dobla las rodillas y enreda mi pelo y levanta mi falda, miro el mar a través de las marañas, los barcos petroleros quietos. Supongo que se mueven, pero su desplazamiento es casi imperceptible. Mis recuerdos de infancia están llenos de esta misma imagen repetida, copiada y pegada en distintas vistas: asomada de este lado del ventanal en el apartamento de la playa mirando hacia la bahía que era siempre un espejo resplandeciente, y los barcos unas moles negras inmóviles. Me preguntaba por la gente que vivía en ellos, de dónde venían, si bajaban de allí, si iban a los tubos que quedaban a pocas calles de la casa, a comer pescado, a comprar artesanías a la orilla del mar, o al parque de diversiones tan cerquita del puerto donde una vez se nos fue la luz –yo estaba en la rueda de la fortuna mirando el parque de repente gris, hipnotizada por los gritos de los que se habían quedado dentro del Martillo meciéndose en caída libre.

¿Hasta cuándo escribir desde nostalgia?

En el mirador, con el vendaval en la cara, entiendo que me acerco poco a poco al lugar donde van y vienen los signos del viento. Las palabras no se escuchan ni significan. Si me dejo llevar un poquito más, si cierro los ojos un poquito más, me van a fallar las piernas y la brisa me va a empujar a las piedras que están abajo y allí me voy a encontrar con lo que hay del otro lado de lo que se puede enunciar.

5.3 film still (4 of 5)

Me acosté pensando en los mensajes de otra persona que había visto en su celular. Pensé en que yo había comprado ese celular y se lo había regalado porque el que tenía antes lo hizo pedacitos un día, discutiendo conmigo. En ese regalo había visto palabras para otra persona muy parecidas a las que yo recibía. Alternaba morderme los labios y respirar profundo, y repetía un mantra que había aprendido dos años antes cuando intentaba dejar de pensar en alguien –eso fue antes de conocerlo-, el ardas bhaee. Me sentí abrumada por cómo los vicios y las recetas de supervivencia se repiten o se complementan en maneras que es imposible imaginar en el presente. A la vez es bastante normal, me dije, y eso me asqueó. Tomé una dosis de antialérgico, como siempre cuando tengo ganas de quedarme dormida de golpe.

Fue imposible no despertar. Primero, porque es muy difícil dormir profundo con secretos que se salen solos de la boca. Segundo, porque es muy difícil dormir en esta ciudad con el aire acondicionado enfriando sólo a medias. Ya estaba despierto y respiraba rápido. El cuarto se sentía más pequeño y el aire pesado. Yo estaba muerta de miedo mientras los gatos peleaban en el techo como un presagio con peso de hombre. Los molinos giraban a 30 kilómetros de nosotros, tal vez.

¿Existe realmente algo como un buen presentimiento?

“No existe el silencio absoluto”. Intentaba calmar mi respiración, pero no podía parar de imaginar lo que estaba pasando del otro lado de la puerta de la casa. Los perros ladraban cada vez más fuerte y más seguido. La alarma del carro volvía a encenderse. Sonó por minutos eternos, no sé cuántos, parecían horas. Me tapaba los oídos y los destapaba de nuevo para asegurarme de que el sonido era real. Lo atrapaba y lo dejaba salir: era terriblemente real. Me recorría el miedo desde los talones hasta anudarse en mi corazón. Vinieron golpes metálicos de algún lugar del techo. Volteé a mirarte y ahora sí estabas rendido. Ahora sí, que suena todo esto afuera. Hablar de silencio censura el sonido que recorre el universo, me dije en un intento por pensar en otra cosa. Recorre las venas de los animales, las nubes que llueven, las estrellas que arden, los volcanes que estallan en la superficie de un planeta en una galaxia vecina, las moléculas que se expanden con el frío. Silencio es una dictadura del oído humano. Me quedé dormida con mucho esfuerzo, después de rezar y hablarle a los muertos que conozco.

5.3 film still (4 of 4)

El paisaje industrial y la llanura de arena me hacen pensar en morir. Tengo mucho miedo de morir. Sé que suena estúpido, pero me asusta que cuando muera me vea obligada a existir dentro de un espacio amorfo y sin objetivos vitales, sin relaciones, sin pasiones, sin tristezas, como dicen que es la Muerte. Me asusta pensar que flotaré en algún lugar inaccesible por toda la eternidad. Me voy a aburrir y eso me horroriza. Cuando dicen “descanse en paz” me aterra esa paz que invocan. También me asusta que la Muerte sea un final absoluto, pero no me asusta por mí- porque cuando pase, si pasa, ni cuenta me voy a dar-, sino por los muertos que conozco; me asusta que cuando sus cuerpos aún estaban tibios ellos ya no estaban en ningún lado, ni en las estrellas ni en el cielo ni volviendo a nacer como pichones o insectos.

Mis horas de angustia son polvo.

Si me dejan elegir, cuando muera quiero pasar a ser parte de la energía que anima las cosas. También quiero que mi cuerpo sea comida de gusanos y bacterias: sería lo más útil que haya sido. En general soy una persona egoísta y al final quiero ser generosa.

Hablamos sobre morir sentados en la acera fuera de la casa de un conocido. No sé por qué decidimos salir a la calle si hacía tanto calor y adentro había aire acondicionado. Se había ido la luz en la mitad de la ciudad y se adivinaba más planicie entre toda la oscuridad (en realidad un color entre negro y vino tinto, con columnas de gases residuales ardiendo como pequeños puntos rojos a lo lejos). Me preguntaste si pensaba mucho en la muerte y te contesté que sí, en parte para que estuvieras preparado para conocerme mejor. También te dije que le temía, y que pensaba en la mía y en la de los demás por igual. Nos acostamos en la acera finalmente. A esa hora ya no tenía sentido intentar no ensuciarse, aunque no supiéramos cuándo o si podríamos tomar una ducha antes de dormir. Los perros de la cuadra nos ladraban sin cesar. En el terreno frente a nosotros, donde iniciaban las tinieblas rojizas, un burro comía apaciblemente lo poco que crecía entre las piedras.

5.3 film still (5 of 5)

Las estrellas, cuando se ven tanto, me ponen irremediablemente triste. Supongo que por eso cuando murió mi abuelo, recién llegada y sola en Estados Unidos, decidí pasar mi primer día de luto en el Planetario. El show se trataba sobre la materia y la energía negra. Algo sobre el falso cielo nocturno y el falso viaje a través de la galaxia y la imagen del Big Bang me hacía sentir más cerca de la muerte de una manera tranquilizadora. Me imagino que saberme tan pequeña me ayuda a convencerme de que estoy vencida. Muchas veces la derrota es el mejor regalo.

Miércoles en la mañana. Compartimos la playa con un grupo de cinco monjas que se bañan con trajes manga larga.

Hay una balsa atada a unos metros de la orilla donde la gente toma el sol. Nos subimos allí y yo quiero estar acostada. Me adormece el oleaje casi de inmediato. Te levantas y comienzas a caminar a mi alrededor. A los pocos minutos mi cabeza se siente explotar.

Me desubica estar bajo tanto resplandor. No me encuentro en las cosas que pienso. Se siente como despertar en un país desconocido cada vez que parpadeo. Si hubiese crecido bajo este sol sería otra persona. Esto me obliga a buscarme otra vez debajo del sudor y de los ojos arrugados y el pelo enredado.

Pocas veces antes en mi vida he tenido tan poca idea de mi Norte. En pocos días voy a estar muy lejos otra vez, e intentaré hallarme en las peleas que te busques y las maneras en que me hieras. Te discuto para que me hieras hasta darme cuenta de que dices la verdad sobre mí. Aquí donde estoy sentada mi Norte es ese Cabo y más arriba el mar.

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