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Feggo: Dibujar a Trump es como hacer la caricatura de una caricatura

NUEVA YORK: De hablar pausado, salpicado de silencios reflexivos y una que otra sonrisa que nunca llega a cruzar el umbral de la risa abierta, Feggo (Felipe Galindo), llega a nuestra cita tras terminar sus clases en un colegio de Williamsburg.

– Me gusta mucho la enseñanza – nos confiesa –. Desde hace unos años doy clases a jóvenes de tercer año en adelante, hasta la escuela de artes visuales. Mi aspiración es motivar a las nuevas generaciones, en particular a los hijos de inmigrantes latinoamericanos para que no le tengan miedo a las artes. A veces los padres tratan de alejar a los hijos de los estudios artísticos, prefieren que cursen carreras tradicionales pensando que así tienen mejor futuro. Es una visión muy tradicional. Yo, por el contrario, trato de transmitirles que el camino artístico puede ser muy liberador y que abre también importantes espacios de trabajo, que hay muchísimas áreas en las cuales pueden realizarse. Les enseño cosas básicas como por ejemplo a observar, a tener disciplina, a desarrollar su imaginación, a creer en sí mismos.

Feggo muestra a otros el camino que él mismo empezó un día y gracias al cual ha llegado hoy a ser un reconocido caricaturista en un mundo tan competitivo y difícil como el de Nueva York. En consideración de su larga trayectoria y reconocido trabajo ha sido uno de los invitados al evento Risa Amarga. Sátira Política y Libertad de Prensa en América Latina y el Caribe, que ViceVersa Magazine ha realizado en colaboración con el Departamento de Educación Continua y Programas Públicos de The Cooper Union el pasado sábado.  Originario de Cuernavaca, en México, Feggo se trasladó a Ciudad de México para estudiar artes visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí descubrió la pasión por el dibujo y el humor.

– Me inspiraba mucho la obra de Magritte, sus metáforas visuales. Comencé a dibujar algunos cartoons pero era humor por el humor. Luego me di cuenta que la caricatura política en México es muy importante así que me dediqué a canalizar mi trabajo hacia ese campo. Colaboré con medios como la revista «La Garrapata» y en nuevos periódicos como «Uno más un. Allí nos daban espacio para hacer historietas y no me limitaba al humor político sino que también tocaba otros temas.

La creatividad de Feggo era arrolladora; dibujaba, estudiaba, investigaba y tras pasar una semana a Nueva York quedó prendado de una ciudad que ya desde entonces tenía muchas publicaciones y una extensa oferta cultural. Con el entusiasmo de los veinte años y sin pensarlo demasiado preparó un portfolio y regresó.

– Fue más lento y difícil de lo que pensé. Iba tocando puertas pero la competencia era muy fuerte. Cuando estaba casi a punto de renunciar y regresar a México me ofrecieron un trabajo. Tenía que dibujar historietas en libros educativos bilingües inglés-español.

Allí Feggo se quedó dos años, años en los cuales tuvo la posibilidad de entender mejor la idiosincrasia norteamericana, de estudiar el humor que aquí se desarrollaba e irse construyendo su propio espacio.

– En ese entonces la comunidad latinoamericana era muy reducida. Tuve que aprender bien no solamente el idioma inglés sino conocer desde adentro la mentalidad, los gustos, el humor de los norteamericanos.

 

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¿Cuáles son las diferencias más importantes entre la sátira mexicana y la norteamericana?

En México, y en general en América Latina, la sátira política es mucho más directa. Aquí el humor se expresa sobre todo a través de metáforas visuales. Para lograrlo tuve que leer mucho, investigar. Ha sido una formación muy interesante. Empecé colaborando con revistas sectoriales dirigidas a abogados, a médicos, a científicos, luego me fui abriendo camino dentro del área del humor político y comencé a entrar en el mundo de las ilustraciones editoriales y a colaborar con las páginas de opinión de diarios nacionales como el New York Times o de revistas como el New Yorker. Paralelamente sigo conectado con México, colaboro con algunos medios de mi país y gracias a eso tengo que estar siempre familiarizado con lo que pasa allí, seguir las distintas fases de la política y de la vida nacional. Los dibujos que envío a los medios mexicanos generalmente están más enfocados en la política local aunque en los últimos tiempos envío cosas más al estilo New Yorker y para ellos es una especie de respiro porque están sobrecargados de política. En México hay muy buenos caricaturistas, la sátira de colegas como Darío Castillejos, Ángel Boligán y otros es muy incisiva e inteligente. Mis colaboraciones para los medios locales norteamericanos tocan temas más globales y son más metafóricas, más acordes con el humor local.

 

¿Cómo es la experiencia de trabajar en medios tan reconocidos como el New York Times y el New Yorker?

Aquí lo único que te abre las puertas es tu trabajo. A ningún editor o director de arte le importa de donde vienes. Si les gusta tu estilo te comisionan unas ilustraciones. El ambiente es muy competitivo porque hay artistas de todo el mundo y la metáfora visual utiliza un lenguaje más filosófico que tiene que expresar mucho sin palabras. El ‘storyteller’ debe ser como un comediante que dibuja. En general el humor es más existencial, toca temáticas de la vida diaria, de la manera de ser del norteamericano. Para mi es un reto constante. Es como estar haciendo calistenia mental a cada momento.

 

Tu también dibujas para Mad Magazine que es una revista dirigida a adolescentes. Una experiencia completamente distinta.

Sí, colaboro con Mad Magazine y me siento muy feliz por eso. ¡Era lo que soñaba hacer cuando era adolescente

 

¿Las nuevas tecnologías favorecen el trabajo de los caricaturistas?

Sin duda. Hoy puedes difundir tus caricaturas a través de las redes sociales o abrir un blog y ponerlas allí. Son herramientas que te permiten enfrentar la crisis que atraviesan los medios tradicionales. Una joven que tenía un blog en el cual publicaba historietas sobre literatura e historia universal que adaptaba a la realidad actual, tuvo tanto éxito que una editorial las publicó. Ese libro ha sido uno de los que ha recomendado la revista Time.

 

¿Hasta qué punto la irrupción de Trump en el panorama político norteamericano ha influenciado la sátira política en general y la tuya en particular? Trump pareciera casi un regalo para los humoristas…

Feggo queda un largo momento en un silencio serio, preocupado.

 

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Preferiría no tener ese regalo – murmura casi para sus adentros –. Trump es muy preocupante. Cuando empezó a insultar a los mexicanos y a los latinoamericanos en general sentí la necesidad de canalizar mi rabia y mi indignación en una historieta. Lo pensé mucho y llegué a la conclusión de que un personaje que quiere deportar a once millones de personas puede ser comparado solamente con Hitler. Lo peor es que Trump confesó utilizar ese lenguaje de las deportaciones masivas y la creación de un muro que deberían pagar los mexicanos, para reavivar el interés de su público. Cuando nota que su electorado se está aburriendo levanta hogueras sin importarle los daños. Insulta a las personas por su nacionalidad o religión como en el caso de los musulmanes, o por el sexo, como es el caso de las mujeres, lo hace sin pensar y esa impulsividad es muy dañina y peligrosa. Su mentalidad fascista, xenófoba lo vuelve muy parecido a Hitler. El humor para ser incisivo no puede quedarse en el aspecto físico de los personajes, debe llegar al alma y ponerla al descubierto. El problema es que dibujar a Trump es como hacer la caricatura de una caricatura.

 

En México, así como en otros países latinoamericanos, la vida de los comunicadores es muy difícil. Hay un alto número de asesinados, y en muchos casos se trabaja entre amenazas y agresiones físicas y verbales. ¿Cuál es la situación de los humoristas en México?

En México los caricaturistas vivieron una etapa de represión en los años ’60. Tras los sucesos del ’68 los gobiernos trataron de reprimir la libertad de expresión y eso favoreció la búsqueda de caminos alternativos. Las represalias se volvieron aún más duras, unas veces utilizaban la violencia, otras el ahogo económico. El objetivo era siempre el mismo: silenciar esas voces y varios medios tuvieron que cerrar. Luego a partir de los años 80 volvieron a abrirse espacios de mayor libertad y la caricatura resurgió con mucha más fuerza. Hay gobiernos locales que toleran menos la crítica y la sátira y en ese caso los humoristas, y en general todos los comunicadores, viven entre amenazas y a veces son asesinados.

 

También está el peligro de los carteles y de la delincuencia organizada.

Con los carteles es mejor no meterse porque no tienen sentido del humor y nadie los controla. Lamentablemente son parte de una coyuntura política mexicana que se ha ido deteriorando con los años. Quizás la única manera de disminuir el poder que tienen los narcotraficantes sería el de legalizar las drogas.

 

Georges Wolinski, caricaturista de Charlie Hebdo, quien perdió la vida en el atentado que ensangrentó esa histórica revista satírica, te otorgó un Premio en Portugal en el 2012. Entre ustedes nació una amistad, ¿podrías hablarme de esa experiencia?

Son recuerdos muy dolorosos. Yo gané un premio en un Festival en Portugal, en 2012, por una viñeta que representa a una osa polar que trata de pintar de negro a sus cachorros para que se transformen en panda y sobrevivan al cambio climático. Uno de los jurados era Wolinski y efectivamente surgió una relación de respeto y amistad entre nosotros. A pesar de su humor corrosivo, irreverente, era un señor muy amable y tranquilo. Me pidió mandar unas viñetas para que fueran publicadas en Charlie Hebdo pero mi estilo es muy diferente así que nunca lo hice. Nos volvimos a ver en otras ocasiones y justo dos días antes del atentado habíamos estado juntos en Paris. Me impactó muchísimo. El humor de Charlie Hebdo ha ocasionado una división dentro de los mismo humoristas, hay quien los critica y hay quien los apoya. Yo creo que todos deben tener el derecho de expresarse como quieran y que, si no te gusta un cierto humor, puedes evitar leerlo. Charlie Hebdo es una revista que sigue la tradición de la sátira política que nació en Francia y en Inglaterra durante el Iluminismo, para ridiculizar a reyes, papas y emperadores. Para los colegas de Hebdo no hay nada sagrado, nada que no pueda ser criticado. ¡Y pensar que estaban en crisis y casi a punto de cerrar! Lamentablemente hay demasiados mártires de la pluma.

 

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Una situación que genera miedos y autocensuras.

Sí. Es lamentable pero es así. Yo quería organizar una exposición reuniendo los trabajos que elaboraron los miembros de una asociación que se llama FECO (The Federation of Cartoonist Organizations), como expresión de solidaridad con los colegas muertos. Algunos de esos dibujos eran metafóricos, otros muchos más directos. Yo hice una selección pero cuando traté de montar la exposición no logré encontrar un espacio dispuesto a realizarla porque el temor estaba muy latente.

 

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Si bien hubo muchas muestras de solidaridad alrededor del mundo, el miedo sigue presente y el mismo Feggo fue testigo del poder de las amenazas durante un seminario que se desarrolló en Noruega.

En ocasión del primer aniversario del atentado a Charlie Hebdo en Noruega organizaron dos días de exposiciones y conferencias. Muchos los invitados, entre ellos el editor de Dinamarca que publicó las caricaturas del Profeta. Había una comediante paquistaní buenísima que llegó disfrazada con una burqa que tenía marcada la S de Superman. También estaban un caricaturista de Arabia Saudita y un palestino. Se dio voz a personas diferentes, algo muy importante sobre todo a la luz de todo lo que estaba pasando con el ISIS, pero un Imam, un refugiado político, nos amenazó y tuvimos que concentrar todo en un solo día. Vino la misma Primera Ministro de Noruega, Erna Solberg, a pedirnos que redujéramos la conferencia y paralelamente reforzaron muchísimo la seguridad. Es obvio que hay que estar precavido pero sin dejarnos silenciar.

¿Cuáles son las viñetas que más satisfacción te han dado?

La de la osa polar me ha dado sin duda muchas satisfacciones ya que ha tenido una repercusión inesperada y ha recibido muchos premios. Otra tira que también me ha dado satisfacción es la que hice para la serie Manhatitlan. Hay una cerca que separa la frontera entre México y Estados Unidos y está rasgada en un punto formando casi una ventana. Los colores crean el efecto de una bandera. De un lado están festejando el 5 de julio con fuegos artificiales y del otro están los inmigrantes con la mirada vuelta hacia la “ciudad dorada”. Allí volqué toda mi nostalgia y la amargura de la emigración.

 

El humor es algo serio, siempre lo decimos y con gran convicción. Sin embargo, tras hablar con Feggo esas palabras parecieran asumir aún mayor fuerza. Ese humor suyo, incisivo, cáustico y también a veces velado por un toque de melancolía, lleva a cuestas la carga de un país lleno de contrastes, marcado por una cultura milenaria pero con territorios gobernados por los narcos, de unos connacionales que a veces están dispuestos a morir para alcanzar un sueño sin saber que muchas veces ese sueño se torna en pesadilla, del sabor amargo de la nostalgia, de una profesión que con su lápiz asusta tanto que hay quien trata de silenciarla, disparándole al corazón. 

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