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juan eduardo fernandez
Ilustración por Alexander Almarza

Fecha de vencimiento

Esta mañana me levanté, salí a correr, me pegué una ducha al volver, y ahora estoy frente al espejo a punto de afeitarme. Tengo una llamada de trabajo y no puedo tomarla como si fuese un indigente o el hermano mayor del Capitán Cavernícola. Oh, ¿Pero que ven mis ojos? Esos pequeños cabellos blancuzcos que hace unos meses comenzaron a salirme en la barba continuaron su avanzada por mis patillas y ahora están llegando a mi cabello, vieron cómo esa frase de Jurassic Park “La vida se abre paso”, bueno oficialmente: ¡La vejez se abre camino!

Ya sé que dirán “Pero por favor Juanette no exageres, si las canas son sabiduría, además a muchas mujeres les parecen interesantes”. Yo a los que opinan eso le pido que me digan dónde están esas chicas y que si pueden me presenten al menos una, porque hasta ahora solo encontré las que te descubren una cana y dicen “Ummm, mejor no”.

Ese “Ummm, mejor no” es similar al que dice todo el mundo cuando va al supermercado y toma un cartón de leche o un yogurt, mira la fecha de vencimiento y al ver que el producto se vence en 6 meses amaga como para llevarlo, pero después piensa “Ummm, mejor no, me puede hacer mal”.

A mí la verdad nunca me dio miedo envejecer, siempre lo vi como “el mejor momento de una persona”, pero ahora que ya pasé los 30, bueno a quien engaño… ya con 41 me siento en la mitad del puente. Si miro atrás puedo observar las glorias pasadas, que sin dudas fueron muchas porque comencé muy joven, pero ahora miro al futuro y solo veo a la vuelta de la esquina dos cosas: la hipertensión y la diabetes. Y en lugar de un auto último modelo, aspiro a tener una andadera decente o tal vez una silla de esas eléctricas.

Creo que oficialmente llegué a la crisis de los 40, si ya sé que un año tarde, pero es que soy así, me tomo mi tiempo. Me di cuenta que ya estoy en esa etapa de la vida porque estuve saliendo con un par de chicas muy jóvenes, obviamente no a la vez porque no hay ni cuerpo ni presupuesto que aguante, y la verdad no es lo mío. Ojo son chicas muy lindas, y súper inteligentes, porque no hay nada que me seduzca más en una mujer que la inteligencia, pero la verdad creo que no teníamos mucho en común. Eso del skate y la música electrónica ya no son lo mío. De hecho, si me levanto de golpe de la cama, la mayoría de las veces me mareo.

Además, descubrí que me emocionan otras cosas. Antes, por ejemplo, ir tomados de la mano y recorrer Buenos Aires juntos, o robarle un beso a una chica y ser correspondido era maravilloso. Pero ahora si entro a un supermercado y veo que hay 2×1 en desodorante o en vitaminas lloro de la emoción. Creo que eso es un aviso de la naturaleza de que ya vamos de salida.

Otra cosa que me hizo notar que ya estoy en la crisis de los 40 es que mis gustos cambiaron, porque en mi juventud la belleza física en la mujer era fundamental, de hecho, todas mis novias inexplicablemente eran hermosas, y digo inexplicablemente porque nunca nadie entendió como estuve con ellas (ni yo mismo). Pero ahora disfruto en una mujer su compañía, la buena onda, y la complicidad de hablar hasta tarde por teléfono (no de línea, al menos todavía), o pasar horas conversando en algún café porteño.

El tema es que ahora con las canas, seguramente esas mujeres que hasta la semana pasada me veían como una posibilidad de no quedarse solas, y que pensaron “bueno, este peor ya no va a estar así que démosle”. Ahora dirán “Ummmm mejor no”. Obviamente no voy a pintarme las canas, porque si la naturaleza lo mandó, bueno toca asumirlo con dignidad, tal como han hecho mis abuelos, mis tíos y mi padre.

Por fortuna vivo en una sociedad donde la tecnología avanzó mucho, así que me parece que voy a cerrar Tinder y comenzaré a comparar entre Alexa y Siri… lo bueno es que si me canso de la relación o se vuelve monótona solo tengo que formatearlas.

¡Qué vivan las canas!


Ilustración por Alexander Almarza

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