14 de febrero del año 2009. Para entonces el sueño ya se había venido abajo. Ni el bosquecito donde íbamos a hipotecar nuestro refugio, ni el espacio alternativo para las artes escénicas que intentamos construir, ni la carrera académica que creamos ni nada nos quedaba sino aquel amor inmenso que nos superaba.
Después de 5 años juntos y 7 casas compartidas, despedirnos no sería fácil como tampoco previsto. Nos tomó por sorpresa y sin aviso. Ante nuestros ojos y los de los demás fuimos la pareja perfecta y personas que se amaran así no existían ni existirán.
Una noche, en uno de nuestros escondites favoritos donde acostumbrábamos a soñar, comenzamos a construir imágenes sobre el espacio ideal. Todavía culpo al vino blanco por el desastre que ocasionó, aunque en realidad el caos era inevitable.
Dos corazones aún inocentes a pesar de las mañas y los recorridos, jugando a ser adultos en un mundo al que no pertenecíamos. Lo único que nosotros queríamos era construir una casita en medio de un bosque que tenía escrito nuestro nombre. Tan utópico como hacer la revolución a través del arte, creímos que algún día podríamos tener una tierra y desde allí cambiar el mundo.
Sin un solo documento legal en nuestras manos que nos hiciera propietarios comenzamos a jugar a ser arquitectos y a diseñar sobre servilletas de papel húmedas por la grasa de la pizza y el sudor del vino blanco, la casa de nuestros sueños. Lo tenía todo, ventanales abiertos hacia la inmensidad de nuestro bosque, un salón de ensayos, una cocina amplia para siempre recibir gente, espacio para la biblioteca, baño, sala, nuestro cuarto donde continuaríamos amándonos en contínua rebeldía como desde la primera vez y por supuesto añadí yo, el cuarto para los niños.
Silencio.
Tratamos de seguir riéndonos con nuestras ocurrencias de cómo construir la casa. Desde reciclaje hasta hacer una boda simbólica en la que él de negro y yo de rojo, haríamos un ritual de fuego. Ya habíamos decidido quién nos iba a casar de mentiras y los invitados en lugar de regalos llevarían ladrillos y materiales de construcción. Moríamos de risa e ilusiones pero a él le sobraba un cuarto y a mi me faltaba uno.
Dos de mis relaciones anteriores terminaron porque yo no quería tener hijos, no aún. A mis 20 y 23 lo veía como algo a largo plazo, a los 27 también. Esa noche entre el vino y un presupuesto irreal sabía que tampoco era el momento, pero también sabía que la casita en el bosque por lógica interna debía contemplarlo.
Las tres botellas de vino se nos fueron al corazón. Ambos supimos que por primera vez en 5 años no íbamos a entendernos. Se nos fue el alma y por mucho que intentamos cambiar el tema, olvidarnos del asunto, dejarlo para después o nunca más hablar de ello no pudimos. Nos amábamos tanto y no supimos enfrentarlo.
Él, convencido que no quería traer hijos a este mundo jamás, ni conmigo ni con nadie y yo convencida de que algún día los tendría. No sabía cuando, aún no lo sé, pero para mi era importante. Temíamos tanto hacernos daño que decidimos evitarlo y terminamos sufriendo más. Ni él podía con la idea de negarme lo que algún día iba a querer ni yo lo retendría para convencerlo, nuestra libertad era más importante y en ella estaba basada el amor.
Se destaparon otras cosas, la relación tenía sus desgastes pero nos habíamos demostrado que podíamos superarlo todo, menos lastimarnos y este descubrimiento tenía mucho potencial de dolor. A veces todavía duele. Comenzamos a hacernos daño para darle sentido a lo absurdo, terminar un amor tan bonito y tan intenso tenía que tener una excusa razonable. No la encontramos, pero nada volvió a ser igual.
Vivimos dos meses más juntos, dormíamos abrazados y a veces llorábamos acompasados, tratamos de dejarnos llevar por la corriente y seguir con nuestros sueños pero no pudimos. Finalmente un día decidimos enfrentarlo.
Era 14 de febrero, yo me dí cuenta después. Se puso su sombrero negro y yo un vestido largo tan negro como mi tristeza. Me pinté la boca de rojo y cubrí más de una vez el maquillaje corrido por mis lágrimas. Él salió primero, me dió un beso y me dijo «lista?» -No-, contesté y me escondí en el baño atacada a llorar. Puso su frente al otro lado de la puerta, podía sentir su corazón latir y me dijo «yo tampoco, tenemos que ser fuertes, nos vemos allá». Yo no estaba segura que podría hacerlo, nos habían invitado a una boda y por absurdo que parezca, ese día decidimos separarnos.
Mi mamá me fue a dejar, recuerdo que el camino lo sentí eterno, quizás porque no podía respirar. Me estaba ahogando de preguntas y para entonces el ya se estaba ahogando en alcohol. Cuando llegué me estaba esperando con sus ojos grandes y su mano que me sostuvo fuerte al bajar del carro y dijo «vamos». Caminamos juntos como quien se pierde en el mar para sumergirse para siempre. Era un suicidio.
El mundo nos daba vueltas, rodeados de nuestros amigos, poesía, amor y la certeza ante todos de que lo nuestro era fuerte mientras nos estábamos partiendo por dentro. Nadie sabía aún, pero nos estábamos despidiendo. Ese día Cupido se rió de nosotros, nos apuñaló por la espalda. Jamás fuimos de fechas ni conmemoraciones occidentales, pero despedirnos ese día, en una boda, sin decir nada a nadie fue tan poético como el resto de nuestra relación.
Cinco años que se acabaron en una botella de whiskey. Después de un par de encuentros fugaces no volvimos a vernos más. Todavía nos soñamos, nos rondamos en los tejados, pero no nos encontramos sino en los balcones de nuestros recuerdos. No puedo con sus ojos. Nunca pude, nunca podré.
El día que se fué de la casa en el abrazo que no nos dejaba despedirnos le dije al oído: «me voy a morir el día que lo vea con una bebé en los brazos, sucederá». El sabía que soy bruja, por eso me amaba, pero eso no se lo esperaba.
«No», contestó confundido, -eso nunca-.
Y se fué.
Hoy, ninguna de sus dos hijas tienen mis ojos y yo perdí los suyos. El día que anuncié mi compromiso para casarme me escribió para contarme de su primer embarazo. No contesté.
A veces lo sueño, siempre lo recuerdo y sonrío, pero cada 14 de febrero me despido y aparece Cupido con sus flechas y lanzas, desafiando la tolerancia y burlándose del amor.